“The Wall”. Nuestro universal grito reprimido
Por Lorena Loeza
La reciente visita de Roger Waters a la Ciudad de México para ofrecer dos conciertos de su tour “The Wall” es una perfecta ocasión para comentar el fenómeno cultural que se desprende de una obra como ésta. “The Wall” no sólo se convirtió en un referente para la música, sino también para el cine y como ahora pudimos apreciar, para el espectáculo multimedia.
“The Wall” es el 11vo álbum que graba Pink Floyd en estudio. Sale a la venta en 1979, alcanzando la cifra récord de 23 discos de platino, reconocimiento que recibe después de superar la cifra de 30 millones de copias vendidas alrededor del mundo. “The Wall” es más que un álbum concepto al estilo de otra obra maestra, el álbum “The Dark Side of the Moon” que la banda había lanzado con muchísimo éxito un par de años atrás. De hecho “The Dark Side of the Moon” se considera en algunas listas como el segundo álbum más vendido de todos los tiempos, sólo detrás de Thriller de Michael Jackson.
“The Wall” aspiraba a la grandeza desde su concepción. Roger Waters, el cerebro creativo detrás de la obra, la pensó siempre como un proyecto ambicioso, en dónde podría plasmar inquietudes personales, pero proyectadas al sentir de toda una generación. Waters y el grupo terminaban la década de los setenta con un éxito mundial, pero habiendo vivido de cerca el deterioro mental de Syd Barret, uno de sus miembros fundadores y de llegar a la madurez en un mundo convulso y complejo, en donde ser estrella de rock, no era más que una forma más de ser celebridad. Waters entonces busca rebelarse en contra de un sistema superficial, vacío y alienante que a la larga sólo produce mayor aislamiento, soledad y egoísmo. Una gruesa pared difícil de romper y/o atravesar, que es la metáfora central de toda la obra.
The Wall” no sólo se convirtió en un referente para la música, sino
también para el cine y ahora para el espectáculo
multimedia
Semejante crítica que pareciera oscura y deprimente de primera intención fue, sin embargo, aplaudida a rabiar en el mundo entero, generando un fenómeno sin precedentes en la historia de la música contemporánea. El disco era un excelente material para servir de base argumental para una película. “The Wall” ( A. Parker, 1982) constituye un experimento diferente y revolucionario, en donde la banda sonora aporta el contenido y no sirve como elemento adicional para contar una historia dentro del lenguaje estrictamente cinematográfico. La historia está inspirada en esta música, de letras profundas, densas, complejas. Ello provoca una narración no lineal, que combina recursos de animación, arte escénico, y distintos tipos de recreación – algunos más parecidos al video clip que al corto cinematográfico-para hacer del asunto una experiencia absolutamente perturbadora.
La película, abordaba el momento preciso en que Pink Floyd – magistralmente interpretado por Bob Geldof, vocalista y líder de Boomtown Rats- un rockero en la cima de su éxito, sucumbe a la depresión, la soledad y la drogas. Un momento crítico que permite una mirada al conflicto personal y social de un mundo cada vez más complejo, inhumano, alienante, aterrador. Es difícil definir a partir de qué o quienes se construye un personaje como el del incomprendido Pink. Waters admite que el personaje tiene mucho de él mismo: su búsqueda personal, la difícil situación de superar la pérdida de su padre durante la guerra, los conflictos con las instituciones tradicionales – la familia, la escuela, el matrimonio- que tienden a condenar todo lo que les resulta ajeno e incomprensible. Una parte, sin embargo de la transformación de PInk en dictador, es también es una crítica social a la opresión, la tiranía, la exclusión, el racismo y la marginación.
Pero decir que Pink es la muestra de cómo una persona llega a los límites de la tolerancia en cuanto al mundo que le rodea, es decir poco. Locura, soledad, resentimiento y depresión, son algunos de los sentimientos que explora el argumento, ilustrados a través de la crisis de una personal. Lo interesante es que no es intimista en modo alguno y termina siendo parte del grito reprimido de muchas personas que se identificaron plenamente con lo que el argumento expresa.
Esta capacidad de poder conectar con gente de distintos lugares, edades, vivencias e historias personales, es lo que convierte al disco y a la película primero en éxito mundial y luego en clásico intergeneracional hasta nuestros días.
Pink Floyd fue presentado en vivo durante una gira mundial, poco antes de que la banda comandada por Waters empezara a fracturarse seriamente, hasta lograr que David Gilmour y Nick Mason ganaran legalmente el nombre de la banda y Roger Waters debiera abrirse camino como solista.
Sin embargo, se dice que las obras de arte tienen vida propia, y “The Wall” continúa su camino a la consagración, en la creación de un espectáculo producido por el propio Waters para festejar con el mundo la caída del muro de Berlín. “The Wall” es presentado en un histórico concierto en 1990, que cuenta con la participación del propio Waters acompañado de Thomas Dolby, Van Morrison, Scorpions, Joni Mitchel, Scorpions y Sinead O´Connor entre otros. El concierto prueba varias cosas, entre otras, que trasciende a la propia música, al cine y a la combinación de artes escénicas para lograr algo absolutamente sorprendente, capaz de capturar las aspiraciones colectivas de las personas de manera poco menos que sorprendente.
La presentación en vivo de “The Wall” es más que un concierto y más que la extensión de la propia película. Es un mensaje adaptado al tiempo y la circunstancias, un testimonio del modo de ser de las personas que se niega a ser considerado como una moda pasajera.
Waters decide después de la exitosa gira de donde toca el “Dark Side Of the Moon” en vivo, hacer una segunda en donde presente el álbum “The Wall” completo y a manera de gran presentación teatral. Es así que una super producción que incluye espectáculo multimedia, juegos pirotécnicos, proyección de la animación original de la película, además de la infaltable pared monumental; toca la Ciudad de México por segunda vez, logrando lo que parece imposible para muchos otros artistas: confirmar su éxito rotundo a pesar del tiempo, del lenguaje, de la tecnología, de la brecha generacional.
Ver “The Wall” en vivo es sin duda una experiencia fundamental para todos los melómanos del mundo, pero además de eso, es el contacto con el icono cultural más complejo y fascinante de nuestros y tiempos, una leyenda viva, en lenguaje multimedia y adaptado al tiempo y a la circunstancias. Ni qué decir que una parte de la pared tenía la leyenda “No más sangre” y que Waters dedica los conciertos en México a los niños desparecidos en la guerra contra el narco y las mujeres muertas de Ciudad Juárez, antes de entonar “Mother” y proyectar en la pared “estamos hasta la madre” haciendo eco al Movimiento por la Paz que encabeza el poeta Javier Sicilia; y que sin duda tocó el corazón de muchos de los ahí presentes.
La pared, es entonces la división, el aislamiento, la contención. Lo divertido es que las paredes también son tomadas por lo graffiteros, los excluídos, los parias del sistema como espacios de expresión. Es una pared lo que separa a los migrantes del sueño americano, pero hay paredes internas que nos defienden de lo extraño, de lo ajeno, de lo agresivo.
No hay consenso explicito de lo que la pared realmente significa y ese aparente “vacío” es lo que permite que cada quien le atribuya contenido con el que logra identificarse. La generación setentera –por ejemplo- se identificaba con el grito rebelde en contra de los profesores, de sistemas opresores y castrantes. Nunca ser otro ladrillo en la pared, a pesar de terminar siendo madres y padres también y pasar de las dictaduras sistémicas a las del consumismo y la manipulación de los medios de comunicación. Sin embargo, no hay rendición para quien busca y mantiene la libertad consigo mismo. Para quien logra derribar la pared y aprende a vivir en consecuencia.
Y ese mensaje es que trasciende a su creador e incluso a la obra misma. Larga vida pues, a su majestad, La Pared.