Este texto es un homenaje colectivo en memoria de Sergio Huidobro, una de las voces más lúcidas y queridas de su generación dentro de la crítica cinematográfica en México, fallecido hace unos días a los 37 años. A través de las palabras de cuatro de sus colegas y amigos —Norma Lorena Loeza, Pedro Paunero, Daniela Muñoz y Hugo Lara—, se compone un retrato íntimo de Sergio: el escritor refinado, el pensador agudo, el compañero leal y el amigo cuya partida deja un profundo vacío.

Hasta siempre Sergio

Por Norma Lorena Loeza

Recordar a Sergio Huidobro es evocar su pasión por el cine hecha palabra, la mirada aguda que desentrañaba el alma de las películas.

Su labor como crítico de cine no fue solo una profesión, sino una forma de vida: cada reseña suya era un acto de amor por el séptimo arte, una invitación a mirar más allá de la pantalla, a descubrir lo que se esconde entre planos, silencios y gestos. Tenía el don de traducir emociones complejas, pintadas con luz en la pantalla, en frases precisa y, de encontrar belleza en lo sutil, señalando con elegancia lo que otras personas pasaban por alto.

Pero Sergio no solo escribía sobre cine: escribía sobre la vida. Su vocación por la escritura era tan profunda como su humanidad. En cada texto, ya fuera una crítica, un ensayo o una nota breve, se percibía su sensibilidad, su compromiso con la verdad estética y su deseo de compartir, no de imponer. Escribir, para él, era una forma de tender puentes, de dialogar con el mundo, de dejar una huella que hoy ya no puede borrarse.

Quienes tuvimos el privilegio de conocerlo sabemos que su mayor obra no está en los textos publicados, sino en la amistad que supo cultivar con generosidad y ternura. Sergio era de esos amigos que están sin hacer ruido, que celebran tus logros como propios y que saben acompañar siempre. Su risa, su ironía fina, su mirada luminosa, siguen estando entre nosotros.

Hoy lo despedimos con gratitud y mucho cariño. Nos deja su legado, su ejemplo, su voz crítica y amorosa. Y aunque su ausencia duele, su memoria nos acompaña como una película que no termina, que sigue proyectándose en el corazón de todas las personas quienes tuvimos el privilegio de conocerle.

De cine y memoria : En recuerdo de Sergio Huidobro

Por Pedro Paunero

Sergio Huidobro deja un profundo vacío en el ámbito cinematográfico nacional. Reconocido por su mirada aguda, su compromiso con el pensamiento crítico y su constante defensa del cine como expresión cultural, Huidobro se consolidó como una de las voces más relevantes de su generación. Colaborador en diversos medios y espacios dedicados al análisis cinematográfico, se distinguió por un estilo de escritura claro, reflexivo y profundamente informado. Su trabajo articuló siempre una perspectiva humanista, capaz de vincular la experiencia del cine con las tensiones sociales y artísticas de su tiempo. A él se debe el título del libro “Dos amantes furtivos. Cine y teatro mexicanos”, libro ómnibus, que reúne ensayos de once autores que tenemos al cine como experiencia, y que tuvimos el privilegio de presentar junto con él en el Palacio de Minería, en 2016, poco después de su regreso de la Berlinale. Aquella conversación, más que una presentación editorial, fue una celebración del cine como territorio de encuentro, de pensamiento y de amistad. Sergio Huidobro fue, ante todo, un apasionado del cine en todas sus formas. Su trabajo como crítico, programador y docente deja huella en generaciones de espectadores y colegas que encontraron en su voz un referente de rigor y entusiasmo.

Con su partida, la crítica cinematográfica mexicana pierde a uno de sus interlocutores más lúcidos y generosos. Su legado permanecerá en sus textos, en su ejemplo y en la memoria de quienes compartimos con él la convicción de que el cine es, también, una forma de memorizar, pensar y, sobre todo, experimentar el mundo, como forma de arte total.

Elegía ante el desconsuelo

In memoriam.
Para Sergio Huidobro e Irving Torres Yllán

Por Daniela Muñoz

2025, eres un año aciago. Ya he aprendido a despreciarte con fervor excepcional. Aparte de llevarte figuras cinematográficas colosales en la industria más importante del orbe, no te detuviste en nuestro país y nos arrancaste sin piedad a mis maestros Carlos Bonfil y Pepe Návar el mismo día. Sigues tu malogrado y funesto curso y nos quitas a Juan García. Hace apenas unos días, te llevas sorpresivamente, a Irving; y para rematar, hoy nos arrancas a Sergio Huidobro.

Yo, que hace meses aprendí a abstraerme del falaz distractor que son las redes sociales (con contadas, contadísimas excepciones) y que al parecer, son actualmente el heraldo digital de la tragedia, hoy me resulta imperativo no solo reconocer mi propio dolor, sino expresar a voz en cuello la frustración, la estupefacción y la pérdida, sensaciones que no he podido comunicar en forma efectiva ni con la voz, ni con la pluma durante tanto tiempo. Nunca es una opción para mí hacer a nadie partícipe de mis pesares. Descarto terminantemente la muestra del dolor personal como un espectáculo público y mucho menos, considero estos medios una palestra para exponerlo. Por ende, mi intención no es tal, sino que estas líneas sean más una especie de elegía que, quizá, pueda servir de ejercicio catártico para todos aquellos amigos y colegas en el medio y en la industria que puedan a llegar a sentir lo mismo que yo; y que quienes, como yo, tampoco hayan deseado o podido expresarlo.

Fue hace tan solo un mes, querido Irving, cuando coincidimos en la presentación de los libros en Churubusco. Javi Quintanar estaba ahí, también Sergio Raúl, y aunque el evento no permitió que platicásemos en demasía debido a la cantidad de personas con las que todos alternábamos, encontramos -como siempre- un espacio para comentar. Nos abrazamos, y sentí como si estuvieras algo diferente. No tan animado, no tan parlanchín, pero siempre intercambiando ideas. Al terminar el evento volvimos a conversar brevemente y terminamos por despedirnos, como siempre, obviando (¡qué gran error!) que nos veríamos en cada evento cinematográfico que se avecinara. Pues bien, dado mi aludido alejamiento de las redes producto del hartazgo, me entero apenas el fin de semana de tu partida. Me quedé fría. No podía creer lo que estaba leyendo. Mi pasmo fue aún mayor cuando, a la misma vez, me enteraba de que tu servicio se había ya hecho y recordaba ipso facto, como en un terrible flashback, nuestro encuentro en Churubusco. El último. Ver tu fotografía en una esquela fue aún peor. Mi pecho se estrujó y ahí mismo supe que no habría más citas de Monty Python para intercambiar, ni más duras invectivas compartidas contra el gobierno de quinto patio que nos aqueja, así como las hubo contra todos los que lo hicieron antes. Pero sobre todo, vino la peor revelación: No habría más palabras de cine. Fue entonces que caí en la cuenta de que nos faltarás siempre, y que ahora habrá qué arreglárnoslas sin ti.

Y hoy… Hoy le escupí al universo espetándole con irredenta frustración qué quiere de nosotros. Hace apenas tres semanas coincidíamos, Sergio querido, tú, quien esto escribe, y otra serie de estimadísimos colegas investigadores en una hermosa colaboración bibliográfica de divulgación sobre la historia de nuestro cine. Te abrazamos fuerte y con enorme felicidad al saber que habías superado el tremendo proceso médico al que te habías sometido; Roberto y yo te inquirimos acerca de si estarías en Morelia y nos dijiste, poco convencido, que solo un par de días. Eso, y tu dubitativa respuesta sobre tu mejora de salud, nos generó amplia preocupación. No obstante, hablamos muy animadamente de tu excelente artículo y después del mío, que me dijiste que te gustó tanto, lo cual consideré un honor. Al terminar tu entrevista, nos dimos otro cálido abrazo y nos prometimos reunirnos pronto, para coincidir y conversar, (cuándo no!) de los entretelones de nuestro cine, de nuestros trabajos, de posibles proyectos y de aportar. Hoy me despierto con la fatídica noticia de tu súbito fallecimiento. Estaba atónita. Era como si las palabras que en nuestra siguiente conversación tan esperada fluirían sin problemas, se hubieran de pronto agolpado en mis labios sin poder salir nunca más, como si de un globo de texto de cómic se tratase y que no admitiera más que la impresión de tres puntos suspensivos por todo diálogo, al enterarme de que no tendría oportunidad de decírtelas ya. Mi corazón dio un vuelco y arranqué a llorar sin más. Un llanto seco, indignado, ahogado. Entré en una especie de marasmo, como si oyera todavía tu voz pausada y tranquilizadora, tu opinión firme y directa, tu generosidad docente y tu análisis de calidad excepcional. Maldije las cardiopatías. Recordé a Irving. Maldije los males renales. Me volví hacia mí misma. Maldije la orfandad de mi diálogo fílmico por toda conclusión en ese instante, al caer en cuenta de la inopinada ausencia de ambos. Maldije todo, creo. Sí, maldije el tiempo. Por no poder permitirnos estar más. Las imprecaciones dejan un sabor acre en la boca. Parece que en la mía la acrimonia promete quedarse más.

Mi compromiso con ustedes existe. Al elevar una plegaria por permitirnos a tantos compartir su presencia en este plano, y por el sortilegio que fue coincidir en el mismo espacio, lo reafirmé, como lo hice en silencio durante semanas por Carlos y por Pepe. Ya que al haber tenido Jornadas, Cines en Video, Tempestades y CineNT’s (amén de mil colaboraciones más)y festivales, premiaciones, divulgación, crítica, desazones y sobre todo, amor al arte fílmico, es tarea impostergable de todos nosotros aún aquí, seguir el derrotero que nos hemos trazado juntos en la lucha continua por ésta -en palabras de Juan Bustillo Oro- ‘vida cinematográfica’.

Sergio Huidobro: la Imagen que perdura

Por Hugo Lara

Hace unos días que falleciste, querido Sergio. Meses atrás nos sorprendimos cuando nos contaste que habías pasado por el hospital a causa de un grave padecimiento. Como yo, una vez que volviste a tu rutina, muchos de tus amigos pensamos que lo habías superado y que tu plena recuperación era cosa de tiempo

Nos encontramos por última vez a principios de octubre, en una grabación de entrevistas sobre el libro en el que participamos juntos, que coordina nuestra querida Elisa Lozano y que está próximo a aparecer bajo el sello de Sexto Piso. Estabas más delgado pero con la misma actitud de siempre: sonriente, bromista, atento. Me quedaré por siempre con esa imagen tuya, que fue la misma de tantas veces que convivimos, en mi casa, en el Festival de Morelia, en las presentaciones que hicimos juntos, como las del otro libro que hicimos, “Dos amantes furtivos: cine y teatro mexicanos”, que editaron nuestros buenos amigos Luis Jorge Arnau y Alejandro Toussaint. Hacíamos el chiste de que ese tal vez no sería el libro más vendido pero sí el más presentado: una decena de ocasiones.

Nuestra amistad comenzó hace más de una década, cuando participaste en el concurso de crítica que organizamos junto a la Cineteca Nacional. Fue una semana donde los jóvenes concursantes, como tú, asistieron a charlas con diversos especialistas del cine. Ese concurso lo ganaste con muchos méritos. Recuerdo que desde entonces yo disfrutaba mucho tu escritura, precisa, amena, elegante, con datos que enriquecían la lectura y la convertían en una grata experiencia literaria.

De inmediato te volviste colaborador de CorreCamara y tus decenas de artículos están disponibles para todos. Tus críticas, reseñas y coberturas que hiciste sobre el Festival de Morelia dan cuenta de tu gran talento y lucidez. Recuerdo que incluso escribiste sobre la película que dirigí, “Cuando los hijos regresan”. Me visitaste un día al rodaje, en la ex Hacienda de Tlalpan, y escribiste un texto afectuoso que titulaste “La primera vez de Hugo Lara”. También me acompañaste a las premieres que se hicieron en Morelia y en la de Ciudad de México.

Otras veladas muy divertidas fueron las de nuestras reuniones de fin de año, junto con Adriana García, Ernesto, Miguel Ravelo, Norma Loeza, Pedro Paunero, Sandra Torres, mi hermana Sandra y otros amigos. Te vamos a echar mucho de menos en la próxima reunión, pero te guardaremos tu torta de queso de puerco —que en realidad era jamón holandés— que tanto te gustaba. Estarás en nuestra mente y corazón, amigo.