En la foto: Toni Kuhn y Xavier Robles.

El pasado 29 de octubre, se brindó un reconocimiento a la labor de Xavier Robles en el marco de la quinta edición de El cine no se olvida, en la Cineteca Nacional, a la par que la Sociedad General de Escritores de México (Sogem) le entregó la distinción Pergamino del escritor. Eduardo de la vega Alfaro leyó el siguiente texto como parte del homenaje.


Por Eduardo de la Vega Alfaro

Teziutleco de origen y autodidacta como escritor, nuestro homenajeado comenzó a despuntar en los terrenos de la literatura cuando, en 1969, obtuvo el Segundo lugar el concurso de cuento convocado por la legendaria revista “Punto de partida”, que editaba la UNAM y en la que los entonces estudiantes de esa institución conocimos, entre muchos textos, los poemas de gente como Luis de Tavira y una considerable cantidad de ensayos de toda índole, incluidos algunos que ya denotaban la intensa preocupación sobre los problemas derivados de la deficitaria democracia latinoamericana. 

“Brenda” fue el título del relato que le valió a su autor aquel reconocimiento y en él ya estaban, en ciernes, los temas y el estilo que siempre han preocupado a Xavier. Ante todo lo que sobre el mismo Xavier puede decirse, que no es poco, quiero destacar su ineludible pertenencia a esa generación asociada al concepto de “Nuevo Cine Mexicano” que comenzó a gestarse durante las décadas cincuenta y sesenta del siglo pasado y que se caracterizó por innovar, en algunos casos de manera radical, las convenciones y el tipo de películas que venían haciéndose desde la época en que nuestro cine alcanzó el status de una de las más importantes industrias culturales en el mundo de habla hispana. De tal suerte que no fue por azar que su nombre apareciera vinculado, junto con el de Tomás Pérez Turrent, en la elaboración del guión de la cinta “Las poquianchis”, dirigida en 1976 por Felipe Cazals, obra que formó parte de la magistral trilogía filmada por este cineasta a fines del sexenio de Luis Echeverría Álvarez y que complementan “Canoa” y “El apando”, también ejemplos de un cine visceral en el que apareció el doloroso rostro de un México signado por la violencia y la represión en sus más terribles y refinadas manifestaciones, lo que, por desgracia, se prolonga hasta nuestros días diríase de forma todavía más terrorífico.  

Nadie que se haya aproximado al fenómeno cinematográfico mexicano con un mínimo  de seriedad desconoce que, a partir de “Las poquianchis”,  Robles ha escrito o coescrito la considerable cantidad de treinta guiones llevados a la pantalla más dos convertidos en videohomes, esto si las cuentas no me fallan. En buena parte de ellos ha colaborado su inseparable compañera, Guadalupe Ortega, aquí presente y a quien agradezco encarecidamente la gran deferencia que me ha hecho al ofrecerme formar parte de este homenaje.

Las poquianchis.

 

De todos esos guiones, muchos de ellos reconocidos con premios nacionales e internacionales, me permito destacar sobremanera, además de “Las poquianchis”, por supuesto, los altamente significativos casos de “¡Que viva Tepito!” (Mario Hernández, 1981), “Noche de carnaval” (Mario Hernández, 1981), “Guerrillero del norte” (Francisco Guerrero, 1982), “Bajo la metralla” (Felipe Cazals, 1983), “Los motivos de Luz” (Felipe Cazals, 1985), “El tres de copas” (Felipe Cazals, 1986),  “Astucia” (Mario Hernández, 1985, adaptación de la novela homónima de Luis Gonzaga Inclán), “Muelle rojo” (José Luis Urquieta, 1987),  “El jinete de la divina providencia” (Óscar Blancarte, 1988, adaptación de la pieza teatral homónima de Óscar Liera), “Zapata en Chinameca” (Mario Hernández, 1988), Rojo amanecer (Jorge Fons, 1989), “Cabeza de Vaca” (Nicolás Echevarría, 1989), “Luces de la noche” (Sergio Muñoz Güemes, 1994) y “Cañitas” (Julio César Estrada, 2005). Se trata, sin duda, de películas que me resultan imprescindibles en la historia del ese “Nuevo cine mexicano”, mismo que, por fortuna, se ha seguido manifestando gracias a la renovación generacional que ha ocurrido a pesar de que la estructura industrial viene padeciendo marcados  altibajos en los volúmenes anuales de producción.

Si hubiera manera de repasar a fondo en este mismo espacio todos esos títulos resultaría abrumadoramente lógico constatar que la notable carrera fílmica de Xavier Robles, quien además ha escrito relatos y agudas reflexiones en torno a la labor del guionista cinematográfico (para no ir más lejos menciono el caso del libro “La oruga y la mariposa. Los géneros dramáticos en el cine”, editado por el Centro Universitario de Estudios Cinematográficos de la UNAM en el 2010), haya derivado en la realización de  varios importantes videos documentales, encabezados, a mi entender, por  “Ayotzinapa. Crónica de un Crimen de Estado”, testimonio acerca de los ominosos hechos ocurridos hace poco más de cuatro años en el poblado de Iguala, Guerrero, y para los cuales aún no ha habido una respuesta convincente por parte de la autoridades federales, estatales y locales, esto por decir lo menos. Y me remito a dichos títulos justamente porque en buena parte de ellos hay una preocupación por plasmar, desde diversas perspectivas y alcances, la oprobiosa realidad política, social, económica y cultural de nuestro país durante las décadas recientes, lo que no podemos, ni debemos, dejar de asociar a la implantación “a fortiori” del modelo llamado “neoliberal”. Indignado, como muchos lo estamos, por ese terrible acontecimiento, no el único por cierto en lo que va del sexenio del retorno del PRI a la Presidencia de la República, por fortuna ya de urgente salida, Robles, con el apoyo de Guadalupe Ortega en la rama de la producción, ha puesto de nuevo el dedo en la llaga y ofrece un sólido documento fílmico que, en una primera instancia, contradice la versión oficial de los hechos y, sobre todo y lo más importante, mueve al espectador a reflexionar con un sentido analítico no sólo acerca de los elementos de un caso de abuso de autoridad y violenta represión contra estudiantes normalistas, sino, por extensión, revela los mecanismos de los que un Estado corrupto y corruptor (o corruptor en tanto que corrupto) se sirve para intentar, creo que en vano, ocultar sus métodos violatorios a las más elementales reglas de la convivencia humana.

Pero volvamos al muy valioso trabajo de Xavier en los terrenos del guion fílmico. De los quince títulos referidos líneas más arriba cuatro fueron dirigidos por Felipe Cazals; otros cuatro por el prolífico Mario Hernández; uno por Jorge Fons, uno por Francisco Guerrero, uno por José Luis Urquieta y uno más por Nicolás Echevarría; a todos los mencionados se puede les ubicar, años más, años menos, como integrantes de la misma generación de nuestro guionista homenajeado y por lo tanto con quienes pudo haber mantenido una mayor identidad. A su vez, de los filmes realizados por Cazals tanto “Bajo la metralla” como “Los motivos de Luz” me siguen pareciendo los trabajos de guión más sólidos y contundentes de Robles justo en la medida que, además de tratarse de obras clásicas, que han trascendido su tiempo, preservan la clara vocación crítica y polémica con la que fueron concebidas y plasmadas en papel. Para nada es gratuito que esta sesión de homenaje se ilustre con la segunda de ellas. Algo similar puede decirse de “Noches de carnaval” y “Zapata en Chinameca”, aunque, como ya lo he comentado con Xavier, mantengo mi  preferencia por “Noche de carnaval”, una obra demoledora que muy probablemente sea la mejor cinta de Mario Hernández y en la que el oficio del guionista resultó un magistral ejemplo de cómo se debe abordad un tema complejo para darle un sentido rabiosamente cáustico.

Los cincuenta años de la conmemoración del movimiento estudiantil-popular del 68 han hecho saltar de nuevo a la palestra el singular caso de “Rojo amanecer”, otro impecable trabajo guionístico que fue realizado de manera clandestina y con escasos recursos pero que derivó en un filme polémico que, como bien sabemos, debió sufrir una implacable censura para la que el Ejército sigue siendo objeto al que no se puede cuestionar de manera frontal so pena de padecer alguna forma de represalia. “Muelle rojo”, cinta prácticamente desconocida, tiene como soporte un libro cinematográfico de excelsa estructura narrativa histórica que cuestiona los mecanismos que permiten que la corrupción pueda engullir hasta al movimiento obrero que en su germen tuvieron las luchas que coincidieron con la Revolución maderista. Y “Cabeza de Vaca” es un notable ejemplo de trabajo de adaptación que hurga en la vida y obra de un español que terminó adaptado de manera radical a las culturas aborígenes.

En suma, vista en retrospectiva, la prolífica obra de Xavier como guionista y adaptador es todo un reto para aquellos interesados en una faceta de la historia del cine mexicano que, como los trabajos de Mauricio Magdaleno, Luis Alcoriza o José Revueltas, por sólo mencionar a otros destacadísimos autores de guiones, dejaron huella profunda en nuestra cultura literaria. Gracias.