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Reporte de la semana

2018-02-02 00:00:00

«La región salvaje». Insatisfacción sexual y cinematográfica

Por Pedro Paunero

Todo comenzó cuando el cuento “¿Quién anda ahí?”  de John W. Campbell fuera adaptado para el guion de la película “El enigma de otro mundo” , de la cual John Carpenter rodaría aquel remake paradigmático del llamado “Body Horror”, “La cosa del otro mundo” , en 1982. La historia trataba de la caída de un ser de otro planeta en la Antártida, la recuperación del cuerpo y el estado de sitio y cacería al que se veían sometidos, por parte de la criatura, los miembros militares y científicos de la expedición responsable de su investigación.

El cuento sentó las bases para todo aquel argumento que se desarrollara en un lugar cerrado en el cual, un mínimo número de supervivientes, lucha contra una entidad que puede tomar forma y suplantar a los seres humanos. La paranoia y la desconfianza constituyen los ejes sobre los que se desarrolla la trama. Carpenter, al añadir los elementos típicos de aquél género, bajo esa forma de horror orgánico que basa su impacto en los más sangrientos efectos especiales, como son la invasión, la transformación, la degradación y la desintegración del cuerpo humano, puso muy en alto la escala de esta clase de cine .

Estos elementos ya estaban presentes en otro clásico contemporáneo, “Alien, el octavo pasajero” (Alien, Ridley Scott, 1979), rodado pocos años antes, cuya historia trataba de las horripilantes consecuencias que sufren un grupo de viajeros espaciales, en una gigantesca refinería espacial, al contestar una extraña llamada de auxilio proveniente de un planeta hostil y la intrusión en su nave de un ser mutable, absolutamente mortal, que mostraba una influencia notable de la película de Nyby y Hawks, en la cual las agresiones físicas a los hombres de la tripulación funcionaban, junto a las formas fálicas del alienígena, como metáforas de la violación sexual a los varones y su consiguiente parto asexuado. En el cuento “Ábrete a mí, hermana mía”  de Philip José Farmer, el autor que se hizo célebre por haber introducido la temática sexual en la Ciencia Ficción como una forma de reflexión y especulación, se consideraba la posibilidad de un acoplamiento sexual entre un astronauta y una hembra extraterrestre de anatomía por completo ajena a la humana. El cuento exploraba no sólo las maneras y los procesos de dicha copula, sino los efectos derivados, como la del nacimiento de un improbable amorío entre los personajes.

“La región salvaje” (2016) de Amat Escalante comienza poniéndonos en contexto: vemos un asteroide en el espacio. A los pocos segundos, cumpliendo cabalmente con su estilo de agredir brutalmente al espectador a partir de las primeras escenas (como en “Heli”, su película de 2013), asistimos a los primeros planos de una adolescente desnuda, Verónica (Simone Bucio) de en medio de cuyas piernas un tentáculo reptante se retira de su sexo. La escena es explícita y recuerda al Hentai, esa forma pornográfica de animación e ilustración japonesa que, evadiendo, de manera sumamente feroz, la censura que prohíbe mostrar penetraciones, sustituye al pene por formas tentaculares y cuyos antecedentes pueden rastrearse hasta aquellos grabados en madera (llamados en Japón “ukiyo-e”) del maestro Hokusai, quien viviera a caballo entre los siglos XVIII y XIX, que realizara un ukiyo-e erótico, o “Shunga”, paradigmático: “El sueño de la esposa del pescador”, en la que aparece una mujer teniendo sexo con un pulpo.

La vida de todos los personajes girará alrededor de un eje central, el sexo más violento y extremo bajo una apariencia suprahumana, cuando Verónica, que vive con dos ancianos en una cabaña aislada en un bosque, herida por la criatura, acude a un centro de salud y se relaciona con el enfermero Fabián (Edén Villavicencio), hermano de Alejandra (Ruth Ramos), casada con Ángel (Jesús Meza), un hombre en apariencia homófobo, pero que mantiene una relación homosexual, a escondidas, con Fabián. La frustración sexual de Alejandra será compensada con el encuentro del ser en la cabaña, capaz de llevar al multiorgasmo legendario, inalcanzable, a las mujeres, víctimas de unos machos hipócritas y castrados.

Still de “Posesión” (Possession, 1981), de Andrzej Zulawski

Como en “Posesión” (Possession, 1981), esa enigmática película del obsesivo realizador polaco Andrzej Zulawski, lo que importa menos es la entidad extraterrestre, que no es sino un pretexto, para contar historias sobre las relaciones humanas y el camino destructivo que estas conllevan. Las diferencias entre ambos filmes son acentuadas. Zulawski, en otro de sus títulos espasmódicos, vertiginosos, en cuya geografía fílmica interior los personajes no dejan de moverse y, con estos, la cámara, cuenta la desintegración de una pareja que lleva los nombres de Anna y Mark, los personajes que interpretan una histérica Isabelle Adjani y un angustiado Sam Neill, con la aparición del doble de Anna incluido. La aparición del doble, el gemelo maléfico o Doppelgänger, como se le denomina en alemán, siempre provoca una catarsis y una catálisis que resulta en la destrucción del humano original, elemento que, como vimos anteriormente, se encuentra en el cuento original de John W. Campbell. En “Posesión” los asuntos centrales son el divorcio, la infidelidad y la metáfora del desmoronamiento de la propia personalidad. En “La región salvaje” son la homofobia y el machismo. La forma de narrar, y representar, también son distintas. La cinta de Zulawski otorga apenas un respiro al espectador, la película de Escalante, en cambio, tras la escena violenta y cruda de su apertura, se torna monótona por momentos y la crítica social se mantiene en la superficie.

Escalante, bajo una apariencia arriesgada, no logra alcanzar el retrato de la sexualidad desbocada, peligrosa y límite, que un Carlos Reygadas alcanza en su amorfa “Post Tenebras Lux” (2012), o la áspera pintura de la relación que se sujeta, con todas las uñas, a la vida, porque ya no hay más vida a la que sujetarse, en la mejor lograda “Japón” (2002), del mismo director, y mucho menos las parafilias exacerbadas de un Lars von Trier que nos dice que, las relaciones enfermizas, son otra forma de rozar el cielo cuando este limita con el infierno. A pesar de ello, este trabajo de Escalante contiene escenas memorables, como la de la multitud de animales, mamíferos, aves o reptiles, copulando en el cráter que dejara la caída del meteoro, porque la entidad ajena a la Tierra es, al mismo tiempo, un fragmento salvaje de la naturaleza, un pedazo corpóreo de lo primitivo. Un ser pánico. Son estos pasajes del arquetipo lo que rescatan el filme en su totalidad.

Escalante conecta, por instantes, con la lucidez del escritor Robert Louis Stevenson que escribió, en un ensayo titulado “Las flautas de Pan”, acerca del lado salvaje de las cosas:

“¿Qué cantan las aves entre los árboles cuando es tiempo de aparearse? ¿Qué significa el rumor de la lluvia que cae lejana en el frondoso bosque? ¿Qué melodía silba el pescador cuando jala su red y lanza los peces brillantes al bote? Todos estos son aires de la flauta de Pan; él les dio aliento en la exultación de su corazón, y feliz moduló su salida con sus labios y sus dedos. Hay ciudadanos muy respetados que huyen de los placeres y las responsabilidades de la vida y evitan, con recto sombrero, la mano derecha y la mano izquierda, los éxtasis y las agonías; cuánto les sorprendería poder escuchar la expresión mitológica de su actitud, y supieran que son ellos los miedosos que huyen de la Naturaleza porque temen a su dios. Las flautas de pan suenan estridentes, ¡y mirad al banquero encerrado en su banco! Pues desconfiar de nuestros impulsos es temer a Pan”.

O la esclarecedora visión del clásico "Diccionario de símbolos e imágenes" de DeVries, en el que se puede leer:

“Es fácil interpretar mal al Gran Dios (Pan). Si Él representa el largo y paulatino pánico agazapado en nosotros que nunca termina de emerger, si Él significa nuestra percepción de lo animal, de lo incontrolable en nosotros, Él también debe simbolizar esa percepción del mundo sensual y directa que hemos perdido al crecer, quizás al convertirnos en seres humanos antes que nada”.

Insatisfactoria, la película revela, sin embargo, la talentosa visión de su realizador, necesaria por incidir en la hipocresía sexual y sus violentas corrientes, tema en el que siempre hay que insistir, una visión que no carece de un sentido poético y una conciencia de lo trágico sin evadir, por ello, la ternura.