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2018-05-23 00:00:00

«Fahrenheit 451». La nueva quema

Por Pedro Paunero

El autor estadounidense Ray Bradbury (1920-2012), célebre en los campos del misterio, la fantasía y la ciencia ficción era, en el fondo, un moralista. Una de sus principales obsesiones fue el control social ejercido a través del espectáculo vacío, el mero entretenimiento vano y pasajero y, por supuesto, la alienación del conocimiento. En su compendio semi novelado de cuentos “Crónicas marcianas” (publicado en 1950), incluía una narración, “Usher II”, cuyo personaje principal escapa de la Tierra al planeta Marte donde puede dar rienda suelta a las fantasías que ha leído en los libros. Construye una mansión siniestra, que recuerda la descrita en el cuento “La caída de la Casa Usher” de Edgar Allan Poe, a cuyas puertas llegan los censores de la imaginación, los llamados “Inspectores de Climas Morales”, que prohíben toda alusión a la literatura fantástica. En 1953, Bradbury decidió explorar con más profundidad el tema en su obra maestra, la novela distópica “Fahrenheit 451”. El libro comienza con un epígrafe que dice: “Fahrenheit 451, temperatura a la que se enciende el papel, y arde”, grados correspondientes, a nuestros 232.8 ºC.

Bradbury estaba tan orgulloso de su novela que dejó instrucciones para que, en su lápida, se inscribiera el epitafio: “Autor de Fahrenheit 451”. No era para menos, esta obra constituye una de las cinco grandes utopías del Siglo XX y, aunque carece de la profundidad de “1984”, la novela escrita por George Orwell, se convirtió de inmediato en un libro en el cual los enemigos de la globalización, la comunicación de masas y la cultura pop, pudieron identificarse, al grado que en algunas escuelas de los Estados Unidos es libro de texto en la enseñanza secundaria. Y, debido a las ardientes circunstancias –el ataque a las Torres gemelas- que se dieron durante la segunda administración Bush, era lógico que un documentalista como Michael Moore titulara, en un claro homenaje a la obra de Bradbury, su película ganadora del Premio de la Academia, como “Fahrenheit 9/11”.

Es la historia de Guy Montag, un bombero que, en lugar de apagar incendios, los provoca. Su único objetivo es quemar libros. Los propietarios de bibliotecas, que se han convertido en algo clandestino, son arrestados. En esta sociedad es común el suicidio, los ciudadanos matan el tiempo escuchando “caracolas” o “radios de dedal”, y mirando “muros de televisión” en los que pasan espectáculos estúpidos.

En la novela se señala a Montag como un bombero muy ocupado:

“Es un hermoso trabajo. El lunes quemar a Millay, el miércoles a Whitman, el viernes a Faulkner; quemarlos hasta convertirlos en cenizas, luego quemar las cenizas. Ese es nuestro lema oficial”.

Su emblema es la salamandra, aquella criatura reptiloide de la zoología fantástica, inmune al fuego, y se les adoctrina que Benjamín Franklin fue el primer bombero (“Fireman”) provocador de incendios. Dato históricamente cierto, pero a medias: Franklin fue el creador del cuerpo de bomberos americano, el tradicional, que apaga incendios y no los provoca, dato que se les oculta a los personajes y que puede interpretarse como una nota de posverdad, “Avant la lettre”, por parte de Bradbury.

Cuando una mujer, dueña de una extensa biblioteca, prefiere quemarse viva ella misma a abandonar sus libros, Montag, que ya ha tenido contacto con una muchacha lectora de espíritu poético, Clarisse McClellan, con quien ejerce el acto prohibido de caminar por la calle, apreciando los árboles y la lluvia, comienza a transformarse, al grado de rebelarse él mismo a ese sistema de cosas, volverse un integrante de una sociedad secreta de lectores, que memorizan libros completos para preservarlos, hasta el momento en que sus ex compañeros bomberos llegan a las puertas de su propia casa.

En la fría adaptación que del libro rodara François Truffaut en 1966, su única cinta en inglés, el motivo por el cual Montag (interpretado por Oskar Werner) destruye bibliotecas completas es la obtención de la felicidad de los ciudadanos. Leer supone una pesada carga existencialista que debe ser erradicada. El proyecto supuso la realización de un sueño de más de una década por parte de un Truffaut, no muy entusiasta del género de la ciencia ficción, pero sí de esta novela en particular. En el papel de la maestra Clarisse, personaje catalizador de conciencias, estuvo Julie Christie, la estrella de la épica “Dr. Zhivago” de David Lean quien interpreta, también, a la esposa de Montag, su reverso frívolo. A cargo de Christie corren las mejores actuaciones de la cinta. Otro punto destacado lo constituye la banda sonora de Bernard Herrmann, el veterano y afamado compositor de las películas de Hitchcock.

Uno de los libros que se ven arder en la película es el mismo “Fahrenheit 451”, en un juego metacinematográfico y metaliterario demasiado obvio. No existen títulos de crédito, debido a otro ejercicio de estilo: una voz de mujer los lee en voz alta. Pero su estética, que habría que juzgar desde los parámetros que la disculparían si habláramos de esta como “retrofuturista”, en realidad se torna “demodé” y las actuaciones demasiado distantes, aun para la trama por la cual pululan personajes de espíritu apocado. Ni siquiera los rostros, diríase máscaras, de los bomberos apuntan a convencer que detrás de esa frialdad pueda haber criaturas capaces de causar incendios. Salvo la escena de la mujer auto inmolada en su propia biblioteca, que no carece de emoción, el resto de la acción en esta cinta de Truffaut, que resulta una anomalía en su justamente celebrada filmografía, no levanta el interés del espectador. Existe una brecha abismal entre este título de Truffaut y el del otro maestro de la Nouvelle Vague, Jean-Luc Godard y su, también de bajo presupuesto, como no podía ser menos, adaptación paródica del personaje pulp de Peter Chemney, el detective Lemmy Caution en “Alphaville” (Alphaville, une étrange aventure de Lemmy Caution, 1965), film en el que continúa siendo efectivo su teatral “retrofuturismo”.

En el año en que se exhibió ya era anacrónico el vestuario a lo Humphrey Bogart de Lemmy Caution, en la onda de “El halcón maltés”, y este tuvo una innegable influencia en el vestuario del “Blade Runner” de Harrison Ford en la cinta de Ridley Scott, dos décadas después. Con todo y su parodia inherente, “Alphaville” se vuelca a lasolemnidad, y a la tristeza, en varias ocasiones. Es el mismo contenido paródico, girado hacia el humor más pleno que, de otra manera sería ridículo, lo que hace de “El dormilón” (1973) de Woody Allen una delicia. Como dato curioso recordaremos que Truffaut se vio en dificultades legales por parte de las editoriales, cuyas ediciones aparecen en la película, que alegaban pago de derechos sobre las portadas, lo que llevó al equipo del director de la nueva versión, a inventar toda clase de portadas para los libros.

En la adaptación de la cadena televisiva HBO, dirigida por Ramin Bahrani en 2018, y exhibida fuera de competición en el Festival de Cannes, la felicidad es, otra vez, el motivo principal que sostiene esta sociedad distópica y aparece como una constante machacante a lo largo de la película, a través de letreros electrónicos animados que se proyectan en edificios e interiores. Pero no vemos la supuesta felicidad en sus personajes, o por el contrario, la infelicidad de los mismos y sus reacciones a la distopía y se centra tan sólo en los bomberos. El guion evade pasajes significativos de la novela que ahondan en la psique maltratada de sus seres, como aquellos que se refieren al suicidio de sus habitantes o el aislamiento, mientras se hunden espiritualmente y los reemplaza por gotas en los ojos, un colirio que, sobreentendemos, cumple las funciones de un calmante. Comienza con dos citas significativas: “Muchas veces es más seguro estar encadenado que ser libre” de Kafka y “Es mejor ser feliz que libre” de la Carta de Derechos de los Estados Unidos.

El papel de Montag está interpretado por el actor afroamericano Michael B. Jordan (que interpretara el personaje de “Killmonger” en “Black Panter” y tuvo un papel importante en la producción de la película que nos ocupa) y conduce un hiper moderno camión de bomberos con el número 451. Hay una ironía que puede pasarse por alto en la elección de un Montag de color que se reafirma en varias escenas. Si bien se ha señalado que una característica de la ciencia ficción de los años cincuenta fue su trasfondo sexista, personificado en la ignorante esposa de Montag en el libro, en la película de HBO, el siniestro Capitán de bomberos, Beatty (un Michael Shannon cuya interpretación no puede desapegarse de la de su villano en “La forma del agua”, de Del Toro), menciona que los libros de Henry Miller y Ernest Hemingway debían arder porque ofendían a las feministas, algo que no figura en la obra original pero sí la alusión a quemar “La cabaña del Tío Tom”, de Harriet Beecher Stowe, porque incomodaba a los blancos, que enlaza perfectamente con otra alusión de Beatty, mientras revisa los libros prontos a quemar en la biblioteca de la mujer condenada, en la película:

“Huck Finn y su amigo el negrito, los blancos sabían que ustedes los negros se ofendieron, ¿y qué hicimos? los quemamos. Luego vino “Hijo nativo” [de Richard Wright], que a los blancos no les gustó mucho y lo quemaron también”.

Beatty sostiene, por fin, “Mi lucha” de Hitler, invitando a pensar sobre la naturaleza de la censura. ¿Deben Hemingway y Hitler, por ofender a ciertas minorías, de ser prohibidos? De esta forma, la película, en uno de sus poquísimos aciertos, advierte sobre los peligrosos excesos de la actual corrección política.

El Capitán Beatty, en esta versión, denota gran conocimiento de lecturas (a las que se llama “grafitis”), a través de citas continuas a ciertas obras y una costumbre secreta, escribir con bolígrafo frases sobre el vacío existencial en tiras de papel de fumar, que mantiene ocultas, y luego quema en solitario, mientras se muestra la ubicua presencia de Yuxie (cuya voz presta Cindy Katz), una especie de cámara periscópica que parece haber sido tomada del vigilante y omnipresente “Big Brother” de la novela de Orwell y que se extiende a todos los edificios de la ciudad, que funcionan, a la vez, como paredes y gigantescas pantallas sobre las que, también, se proyectan los emoticonos o “emojis” de aprobación o desaprobación de los usuarios mientras miran el espectáculo de quema de libros. Lo que parece una pálida apropiación de la poderosa pirotecnia visual, y arquitectónica, de la “Blade Runner 2049” de Denis Villeneuve.

Montag tiene, así, miles de “fans” que lo siguen en sus acciones. En la novela, toda esta parafernalia de internet, como es de suponerse, no existía. La mujer de Montag se limitaba a escuchar música y ver el espectáculo idiota de un payaso en los muros televisivos. Comprendemos que se ha querido actualizar la trama literaria manteniendo su esencia, pero tropieza con los añadidos. Ya el editor David Pringle, especialista en ciencia ficción, señalaba en el lejano año de 1984 que, de haber escrito Bradbury su novela en nuestro tiempo, habría incluido al deporte como mero espectáculo, a las computadoras personales, a los cómics y a los juegos de vídeo, en la lista de los blancos de su cólera.

Tenemos, entonces, que Montag es soltero y afroamericano. Pero, lo que en apariencia podría parecer una concesión a la cuota racial, que exige actualmente la aparición, muchas veces absurda (véase sino “Troya, la caída de una ciudad”, serie de Netflix con un actor de color en el papel de Aquiles), de actores negros en la pantalla, la inclusión de Michael B. Jordan como Montag, adquiere un nuevo e irónico significado.

Las constantes referencias a títulos de libros no dejan de ser fascinantes, por lo que contienen de mensaje político; arden en la pantalla “Lolita”, “El manifiesto comunista”, “Matar un ruiseñor”, “Cien años de soledad” (edición en español), “Los libros de la Historia” de Heródoto, “Platón”, “La crítica de la Razón Pura”, “Edipo Rey”, “El rey Lear”, obras de Borges y tantos otros autores, incluyendo “Harry Potter” porque su autora se declaró en contra de la política de Donald Trump y muchos amenazaron con quemar sus libros, sobre cuyos títulos hay que permanecer atentos, y que me ha hecho recordar la escena aquella de “Apocalypse Now” (cuya inspiración fue la novela “El corazón de las tinieblas” de Joseph Conrad, que arde en la película de Bahrani) de Francis Ford Coppola, en la cual la cámara planea sobre los libros que leía el renegado y delirante coronel Kurtz (Marlon Brando), que ha creado una tiranía en la selva, en plena Guerra de Vietnam, entre cuyos libros figura “La rama dorada” de James George Frazer. Me agrada, igualmente que, en los títulos iniciales, el crédito de la obra de la cual se origina diga así: “Basada en la novela “escrita” por Ray Bradbury”, lo que subraya la atención sobre el material impreso.

Inteligentemente el guionista ha enlazado algunas de las obras con las cuales dan los bomberos con las situaciones que se viven en las escenas. Incluso, en aquella en la que la mujer que ha memorizado “Las uvas de la ira” de John Steinbeck, se inmola a sí misma, vemos quemarse una obra de Ray Bradbury (en la película de Truffaut uno de los “hombres libro” expresa: “Yo soy Crónicas marcianas de Ray Bradbury”). O aquella otra en la que Montag es puesto a prueba por los rebeldes, para asegurarse que no es un espía, y se le ordena apuñalar a un supuesto bombero prisionero, cuya cabeza está cubierta por un saco de tela negra y que, en realidad, es otro de los lectores clandestinos, un afroamericano como este Montag de HBO y le espeta, una vez que se quita el saco: “Yo soy La próxima vez el fuego, de James Baldwin”, cuyo título remonta a la condición de ambos, como afroamericanos (Baldwin fue un autor negro a favor de la lucha por las libertades civiles), y a Montag como bombero.

Una escena central en la adaptación de Bahrani es la mencionada de la mujer inmolada quien, antes de prenderse fuego, pronuncia una palabra enigmática: “Omnis”, término en latín para “Todo” pero que, en dicho futuro, no es extraño que nadie comprenda pues, como le explica Clarisse (Sofia Boutella) a Montag, una vez hubo miles de idiomas en la Tierra, reducidos a solo sesenta, en pos de una sola lengua universal que uniforme a todos, a la vez que empobrezca la capacidad humana para nombrar la totalidad de las cosas. Montag, una vez admitido en el grupo rebelde, iniciará un tibio romance interracial con Clarisse, otro elemento inventado para la película. La naturaleza del “Omnis”, pieza clave en esta interpretación de la novela, se revela como un elemento que pudo ser trascendental y muy afortunado en el guion. Se trata de un código escondido en la estructura genética de un pájaro, que contiene la información total de todos los libros habidos sobre la Tierra, así como la correspondiente a todas las manifestaciones artísticas y de sus creadores. Montag tendrá, entonces, que salvar al Omnis para que la información sea transmitida a todos los seres vivos, hasta que algún ingeniero genético pueda recuperarla otra vez, se comprende. Con todo, incluyendo este elemento novedoso y falsamente interesante, la película no deja de ser un producto televisivo muy irregular. Un Blockbuster en toda regla.

En una entrevista su director, que se declaraba asiduo lector, señalaba que la película no aparecería con una advertencia: ““No se dañó ningún libro en la realización de este filme” pero, con “Fahrenheit 451”, versión T.V., el cine demuestra una de sus ironías más notables: su poder de vampirizar las ideas más profundas y reaccionarias, aquellas que van contra el sistema y lo denuncian, para convertirlas en mercancía, en mero producto. Precisamente en aquello que dichas ideas critican, para sumarlas a las corrientes de lo establecido, plástico y desechable en plena era de la posverdad.