Por Arturo Garmendia

Un cuento más para El llano en llamas

Antonio Reynoso y Rafael Corkidi, fotógrafos profesionales, se propusieron una ambiciosa tarea: filmar un cortometraje con base en un relato de Juan Rulfo.  Habían intentado ya llevar a la pantalla un relato de Elena Garro, bajo la dirección de Archibaldo Burns: Perfecto Luna, basado en un cuento de Elena Garro. Tratábase de un campesino bromista que encuentra, al construir un almacén para su patrón, un entierro clandestino con los restos mortales de varios individuos. Separa las osamentas y las oculta en los adobes que está haciendo, pero en castigo a su profanación por las noches sufre de insomnio, recibe la visita chocarrera de los muertos y siente que sus días son cada vez más cortos y sus noches más largas.

Filmado en locaciones naturales y con actores no profesionales, Perfecto Luna iba a ser parte de una trilogía mediante la cual, según su autor, se iba a “descubrir en qué consiste la falsificación indiofernandezca del ámbito rural mexicano.” (Burns, 1963). Sólo lograron rodar una tercera parte; desafortunadamente las otras dos no llegaron a filmarse, y aún aquella terminó por perderse, al no ser protegidos sus negativos originales.

Puestos a la tarea, Rafael Corkidi recuerda así su primer encuentro con Juan Rulfo: “Cuando le fui a ver tardé dos semanas para que me dejara entrar a su casa. Yo le dije: ‘Voy a estar aquí todas las tardes, hasta que me deje entrar’. Por fin me dejó. Era un mal momento en su vida, estaba en mala situación tanto económica como moral. Hablamos. Le dije que mi maestro (Antonio Reynoso) y yo queríamos hacer algo con él. Se enojó mucho. Dijo que sus cuentos no eran cinematográficos, que pensara yo en otras cosas: Le dije que pensábamos lo contrario, que habíamos comprado un cuento y que como él conocía muchos lugares que me dijera dónde lo podía yo filmar. Entonces me dijo que había un lugar muy bonito por Ixmiquilpan. Lo animamos y vino con nosotros.

“Cuando llegamos cambió la historia, hizo una especial. La escribía en las noches y nosotros la filmábamos en el día. Así fue como comenzamos a relacionarnos y nos hicimos amigos… Nos tomaba muy en cuenta por el esfuerzo que habíamos hecho con sus cosas. Él nos dijo –y lo publicó- que lo único que rescataba de su obra en el cine era El despojo. Después nos regaló Anacleto Morones, que nunca pudimos hacer porque nunca tuvimos el dinero necesario” [1]

Así pues, bajo la guía de Rulfo se dirigieron a las regiones del altiplano mexicano que ya había descrito en sus relatos. A su vez Antonio Reynoso revive así aquella experiencia: “Nos íbamos los fines de semana a un pueblo en el estado de Hidalgo, arriba de Ixmiquilpan. Es un pueblito que tuvo minas en una época, entonces tiene casas muy grandes y bonitas, y todo parece que se está deshaciendo, como en los cuentos de Juan… En ese mundo sólo se percibe gente por los huecos de las puertas y por el polvo que se está cayendo de las ventanas… Escogimos a los personajes por su carácter: el chamaquito era el hijo del presidente municipal y la muchacha era una mujer que vendía comida los domingos en el pueblo. Un hombre que había ahí, que era ciego, paralítico y creo que sordo también –de esas personas que no sabes cómo pueden vivir, esas cosas extrañas que hay en los pueblos –nos sugirió otro personaje. Yo le dije a Juan: “Oye, necesitamos algo así en la historia, algo como la negación de la vida”. Y se le ocurrió el personaje del nahual, una fuerza que persigue a los demás, y  que surgió de esa negación de la vida. Después se le ocurrió que toda la historia sucediera cuando muere el personaje…”. 

El resultado de esta expedición fue El despojo. Una síntesis del filme podría ser la siguiente:

Un hombre, escondido entre órganos y nopales, vigila y espera. Cuando está seguro de que nadie lo ve, cruza un llano desolado. Lleva un guitarrón a cuestas. Se sienta a descansar y su reflexión sintetiza situación, estado de ánimo y propósitos: “Ora no puedo volverme atrás. Tengo que llevarme a mi mujer y a mi hijo. Ora que si se me atraviesa don Celerino, pos ahí Dios dirá. Pero lograré mi propósito. Y si me quitan la vida, pos que me importa. Al fin y al cabo  ya le perdí el amor hace tiempo. Está bien que se quede con mi tierra, mis adobes y mis tejas. Pero nunca se quedará con mi mujer. Me la llevaré para lejos y para nunca”.

Se acerca subrepticiamente a un poblado de casas semiderruidas y aspecto abandonado. Puertas y ventanas se entreabren o se cierran a su paso. Es observado por enrebozadas figuras femeninas. Gran acercamiento a una boca de dientes descuidados que lo interpela: “¿No te dije que no quería verte más por aquí?’ Se trata de don Celerino, en el umbral de lo que podría ser la presidencia municipal. Pedro saca una pistola de entre sus ropas, lo abate a tiros e intenta retirarse. Don Celerino lo balea por la espalda. Herido de muerte, el cuerpo del hombre da un giro y se desploma hacia atrás. Su movimiento se congela.

El hombre, con un machete en la mano, corre entre un rebaño de borregos. Penetra por una puerta desvencijada en una casona abandonada. Una mujer vela a un niño en un petate, a la luz de una vela. El hombre la apura: “¡Cuíjele, Petra! Vine por ustedes. Acabo de acabar con ese hombre que nos trajo la desgracia”. Ella le responde: “Pero Lencho no puede andar. Está parálisis desde que lo aporrearon por defenderme”.  El hombre decide: “Eso ya lo arreglaremos de algún modo. Junta cuanto tengas. Pero apúrate, que se nos está yendo el tiempo”. Petra obedece. De un jarrito saca unas monedas y se las entrega a su esposo: “Esto es todo mi guardado”. El le cubre la cabeza con un ayate y carga al niño. Ella toma un cántaro de barro y abandonan la casa.

La familia cruza las calles vacías del pueblo y llega a un portal, flanqueado por arcos. El hombre se acuclilla a su sombra con el niño en brazos, la mujer entra a una tienda, dejando el cántaro en el umbral. Regresa al tendajón con la vasija y sale sin ella. Le entrega a su esposo algunos billetes. Prosiguen su huida. A la salida del pueblo, un personaje extraño los contempla. Es un hombre de barba hirsuta, ropas raídas y sombrero estropeado. Ellos pasan sin verlo. Pedro comenta “¡Qué bueno que no nos cruzamos con el nahual!”. Prosiguen su camino por la serranía sin límites. En el siguiente descanso Petra pregunta: “¿Y a dónde nos llevas, Pedro?”. Él le responde: “A un lugar donde nos libremos por siempre de la gente de Hermida”; y en otra oportunidad precisa: “Allá donde vamos es tan verde la tierra que hasta el cielo es verde”, –y, dirigiéndose a su hijo desfalleciente-: “Allí no te lastimará nadie. Podrás jugar sin que te muerdan las espinas y las víboras”.

En un recodo del camino se topan de nuevo con el nahual. No parecen verlos cuando pasan a su lado, pero sí presentirlo. Petra dice; “Apúrate, Pedro’” y él enfatiza: “¡Ánimo, Lencho! ¿No ves que el nahual nos viene persiguiendo?”. El grupo llega a un pueblo fantasma. Las casas no tienen techo, puertas ni ventanas, y en las habitaciones vacías han crecido arbustos y magueyes. Se acomodan en una de ellas, pero el niño yace inerte sobre el ayate. “¡Búllelo, búllelo, que se nos está enfriando!” pide Petra, y Pedro lo agita, pero es inútil: Lencho no reacciona.

El niño es sepultado en medio del llano. Sus padres colocan piedras sobre su sepultura, y una cruz blanca. Pedro rememora a Petra amamantando a su niño, cuando pequeño, y luego la imagina con el pelo suelto y el pecho descubierto. La imagen le da la espalda, y el tiempo regresa al momento en que Pedro se desploma, en cámara lenta, muerto. Su cuerpo aplasta el guitarrón a su espalda, que vuela en pedazos y emite un acorde sostenido que va disminuyendo, en una imagen que hace eco a aquella otra de la muerte de Pedro Páramo: “Dio un golpe seco contra la tierra y se fue desmoronando, como si fuera un montón de piedras”.

Son sólo doce minutos en pantalla, y sin embargo la profundidad alcanzada es la misma a la que llegan algunos cuentos, también brevísimos, de El llano en llamas, la ópera prima de Rulfo. Las imágenes de El despojo, cercanas a aquellas elaboradas por Rulfo fotógrafo, hablan de una historia que por conocida se calla. La historia del despojo de las tierras de los pequeños propietarios por los caciques; la expoliación de su dignidad a fuerza de abusos y atropellos, la conculcación de todo derecho y aún de la vida. Y frente a ello, el drama consabido de los desposeídos: el buscar salidas donde no las hay, el cultivar la esperanza sólo para verla marchitarse. La fatalidad como motor de la historia.

El despojo emparenta directamente con los cuentos de El llano en llamas; particularmente con El Hombre, que nos muestra también a un fugitivo, acosado en el páramo por alguien a quien ha agraviado; con ¿No oyes ladrar a los perros?, donde otro padre angustiado vaga, con su hijo agonizante a cuestas, por quién sabe que andurriales del monte; con La cuesta de las comadres, que poco a poco queda despoblada a causa de la maldad de los hombres. Pero también con el monólogo interior, la simultaneidad de planos, la introspección, el paso lento y la vigilia delirante de Pedro Páramo.

El protagonista de El despojo, como los de esa novela, deambula en una zona intermedia entre la vida y la muerte; y al recordar reconstruye su vida, logrando que el pasado se convierta en presente y la muerte se confunda e identifique con la vida. Sólo que, en este caso, el recuerdo del hombre que agoniza es el recuerdo de algo que no fue, de una huida que nunca se realizó. Lo cual deviene en una amarga ironía: aún en ese tiempo subjetivo, dilatado entre el penúltimo y el último latido de su corazón, Pedro ve frustradas sus esperanzas de llegar con su familia a ese paraíso en tierra que “es tan verde la tierra que hasta el cielo es verde”. El despojo es entonces la crónica alucinada de una agonía, una visión desde la otra orilla de una realidad siempre adversa. Como dice Octavio Paz a propósito de Rulfo: “Su visión de este mundo es, en realidad, visión de otro mundo”.

La segunda novela de Rulfo

Así, si El despojo se hubiera transcrito, El llano en llamas tendría un cuento más; y si hubiera escrito otra novela ¿de qué trataría?

En una entrevista concedida a la periodista Bambi, en 1963, Juan Rulfo narra el argumento de la que habría sido su segunda novela, que se llamaría La cordillera.

“Es la historia de un pueblo que fue próspero. Es la historia de un poblado a través de una familia que desciende de encomenderos. Está formada por el cura de Ejutla, un monje que dirige un convento, y las hermanas, todas monjas. Ellos procuran recuperar las tierras que poseían para aumentar el patrimonio de la iglesia de Ejutla. Descubren que sus antepasados en realidad habían robado esas tierras a las comunidades indígenas…

“Es una familia honorable que ha vivido siempre guiando moral y políticamente los destinos del pueblo, y al querer recuperar sus tierras se encuentra con que sus antepasados eran unos bandidos. Antes todo estuvo radicado en los bienes terrenales y termina en la conquista espiritual. Un grupo de seres que, entregados a Dios, descubren que todo su pasado está lleno de lodo.

“No es una novela, es un relato. El cura se vuelve neurótico, lleno de conflictos religiosos y humanos, y al sufrir él esas flaquezas, se quebrantan todos los demás”.

Como es sabido, nunca concluyó esa obra.


(Tomado de Un tiempo suspendido. Cronología de la vida y obra de Juan Rulfo, de Roberto García Bonilla, CNA 2008). 


[1] En Gabriela Yanes Gómez Entrevistas a Antonio Reynoso y Rafael Corkidi, en Juan Rulfo y el cine, Universidad de Guadalajara – Instituto Mexicano de Cinematografía – Universidad de Colima. Jalisco, México, 1996

Por Arturo Garmendia

Arturo Garmendia se inició como crítico cinematográfico en 1967. Es pues uno de los decanos del ramo, pero además es cineasta y escritor. Sus tres cortometrajes (Horizonte, Chiapas, Junio 10, testimonio y reflexiones y Vendedore ambulantes) fueron incluidos en el coloquio Descongelar la revolución, organizado por el Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM, en 2021 y pueden verse en la plataforma You tube con el link  https://www.esteticas.unam.mx/coloquio-descongelar-la-revolucion Además es autor, entre otros libros, de las colecciones de cuentos El niño y La Bestia y Las dos Fridas, a la venta en Amazon.com.