Por Hugo Lara
Fritz Lang no es un realizador que se defina con una pincelada, como lo refleja su vasta y diversificada obra, compuesta por más de treinta películas. En las más notables cintas de este austriaco hay un enorme caudal dramático que es bien contenido —canalizado, administrado— por una armonía escénica y una lógica narrativa de detalles milimétricos. En este marco, el suyo es un cine con carácter y sensibilidad, que expresa, ya directa o metafóricamente, lo que su imaginación interpretaba del mundo y sus realidades.
Friedrich Christian Anton Lang, su nombre completo, nació en Viena, Austria, en 1890. En medio de la decadencia y la renovación que simultáneamente experimentaba Europa al inicio del siglo XX, el joven Fritz decidió abandonar sus estudios de arquitectura para recorrer el mundo y, luego, para tomar parte en la Primera Guerra Mundial. Herido en ella, fue en el hospital donde empezó a escribir guiones para la legendaria productora alemana UFA.
En 1919 ya había debutado como realizador con ‘Halbblut’ y en lo sucesivo filmaría tanto que al cabo de una década llegaría a consolidarse como uno de los mejores exponentes del expresionismo alemán, con un estilo propio bien calibrado, tanto narrativa como visualmente. Lang fue de los grandes maestro que lograron que el cine mudo alcanzara unos refinados lenguaje narrativo y nivel estético que después, en cierta medida, el sonido frenaría.
En sus primeros años, Lang exploró algunos de los géneros que más le fascinaban, como el policiaco, en Die Spienne (1920) y El doctor Mabuse (Dr. Mabuse der Spieler, 1922), un thriller psicológico sobre un dotado criminal. También probó suerte abordando los mitos y la fantasía en ‘Los nibelungos’ (1924) una saga basada en una conocida leyenda nórdica. De esta época, quizá la cinta que se evoca con más frecuencia es la superproducción ‘Metrópolis’ (1924), un relato futurista y apocalíptico sobre la mecanización de la humanidad. En ‘Metrópolis’ se nota un discurso muy vigente de la época de entreguerras en Alemania, donde la miseria y el desaliento social ansiaban un llamado para liberarse de la opresión. Adicionalmente, el monumental diseño visual —los sets, la iluminación— sería uno de los elementos más memorable de esta cinta, muchas veces imitada por otras películas de ciencia ficción.
Este disgusto social sería abordado lateralmente por el mismo Lang en otras películas policiacas, ‘M, el vampiro de Düseldorf’ (M, 1931), su primera cinta sonora sobre un asesino serial que sembró el pánico en aquella población y, especialmente, en ‘El testamento del doctor Mabuse’ (1933), en el que además se insinuaba un alegato contra el terror del nazismo, que recién había arribado al poder con su líder Adolfo Hitler. Se sabe que el régimen nazi se opuso a la exhibición de esta última cinta y que, sin embargo, el ministro de propaganda del Tercer Reich, Joseph Goebbels, en una entrevista con Lang, le ofreció el puesto de director de la industria cinematográfica alemana. Lang accedió pero esa misma noche escapó rumbo a París para posteriormente exiliarse en los Estados Unidos, donde fijó su residencia.
Hasta antes de este hecho, Lang había mantenido una relación profesional muy estrecha con su esposa, la escritora Thea Von Harbou, con quien había coescrito varios de sus guiones. No obstante, Thea no se mostró conforme con la decisión de su marido de abandonar Alemania. Ella, en cambio, lo abandonó a él en París y regresó a Berlín para cooperar con el nazismo. Con este suceso se puede señalar el fin de la primera etapa de este importante cineasta, que a decir de muchos de sus biógrafos, fue la más rica en términos creativos.
No obstante, en Hollywood Lang llegó a hacer varias películas notables, en las que se distingue el estilo que lo hizo famoso como en ‘Furia’ (‘Fury’, 1936), ‘El hombre atrapado’ (‘Man hunt’, 1941), ‘Los verdugos también mueren’ (‘Hangmen also die’, 1943), el policiaco ‘Los sobornados’ (The big heat’, 1953) o el western ‘Encubridora’ (‘Rancho Notorius’, 1952).
Es sabido que, en otros tantos de sus filmes norteamericanos, Lang no se sintió cómodo con el esquema de producción que imponían los estudios y, además, llegó a agobiarlo el clima de persecución de la era del Comité de Actividades Antinorteamericanas, que en algún momento lo consideró en su lista negra. Orillado por ello, decidió volver a Alemania por un tiempo, donde rodó sus últimas películas hasta 1960, cuando decidió retirarse a su casa de Los Angeles. Lang murió en 1976 pero vivió lo suficiente como para saber que su obra lo haría por siempre un creador universal e inmortal.