Por Lorena Loeza
Los insectos constituyen una suerte de temor ancestral para la raza humana. No por nada el ataque de langostas está dentro de las siete plagas que azotan Egipto una vez desatada la ira de Dios. Asociados a la calamidad, la enfermedad, la destrucción y la muerte, los insectos son un recurso muy efectivo para provocar reacciones que van desde el miedo hasta la repulsión.
Hordas de hormigas, cucarachas, y especialmente abejas y arañas, detonan en el espectador una sensación de invasión que supera la mera sensación de peligro, porque se convierte en una reacción física: empiezas a sentir comezón por todas partes. Y esa repulsión te mantiene verdaderamente horrorizado de solo pensar que puedas estar atrapado por más patas de las que podrías controlar, hasta el punto inevitable de no poder escapar.
La historia de los insectos como estrellas del cine de ciencia ficción y horror es larga, porque muy pronto quedó de manifiesto su enorme popularidad entre el público y su éxito asegurado en taquilla. Aunque es claro que poder llevar a la pantalla hormigas o arañas gigantes constituyó todo un reto técnico, y por ello hubo que esperar que la industria madurara un poco para poder explotarlo de manera efectiva.
Las premisas sobre las que parte el horror provocado por diferentes tipos de insectos, en realidad son prácticamente una constante dentro de este subgénero. Los insectos conviven con nosotros y en nuestras casas mientras tengamos la posibilidad de aplastarlos con el zapato o mantenerlos a raya con insecticidas. Pero si se vuelven gigantes, agresivos o forman hordas incontrolables, el terror comienza. La que se considera la primera película construida a partir de esta perspectiva es Them! (G. Douglas, 1954) en donde un experimento con pruebas nucleares salido de control, provoca que unas hormigas se vuelvan tamaño gigante y amenacen con destruir a la humanidad. Este argumento se mantiene vigente hasta la fecha con muy pocos elementos nuevos, incluso tratándose de experimentos cada vez más sofisticados que la mera detonación imprudente de bombas nucleares al lado de un hormiguero.
A los surrealistas también le interesaban los insectos. Aquí una de las imágenes clásicas de Un perro andaluz, de Luis Buñuel y Salvador Dalí.
Los insectos gigantes se inscriben en la tendencia del miedo de la posguerra, en donde los peligros a la humanidad vienen de la propia negligencia derivada de un saber científico que todavía no aprendemos a manejar. Pero eso no implica que sea la única manera de que los bichos a nuestro alrededor se vuelvan aterradores, especialmente si son muchos, justamente como una auténtica plaga bíblica. Y en ese caso, los ataques de abejas asesinas, hormigas y arañas, también resultaron un experimento exitoso para la pantalla grande. De hecho, arañas y abejas parecen ser los insectos que más gozan de fama y prestigio como estrellas hollywoodenses. Parece haber razones de peso para ello: las primeras provocan repulsión, las segundas evocan una forma de tortura dolorosa que nadie quisiera experimentar.
Las abejas encuentran su momento estelar en los setenta con la aparición de las llamadas abejas africanas en distintos lugares de la tierra. Hay varias películas que explotan la idea de ferocidad asociada a estos insectos: The Killer Bees (C. Harrington, 1974), The Savage Bees (B. Geller, 1976) y The Bees (1978), un interesante trabajo del director mexicano Alfredo Zacarías en donde compartían créditos John Saxon y John Carradine con Claudio Brook y Alicia Encinas, por ejemplo. El trabajo al igual que los anteriores, se enfoca en mostrar el horror y destrucción que una plaga de abejas asesinas provoca en un pequeño pueblo.
De las arañas hay muchos ejemplos de películas, pero recordamos especialmente Aracnophobia (F. Marshall, 1990) donde además de que la situación de ser invadido por una plaga de arañas, uno de los personajes, interpretado por Jeff Daniels, padece de fobia profunda hacia éstos animales. Esta combinación genera interesantes momentos de asfixia que tocan fibras sensibles en el espectador.
Pero los insectos también personifican una idea de lo monstruoso, lo raro, lo diferente. No es de extrañar que en otras películas sean la imagen de terribles alienígenas que vienen en plan de conquista y exterminio. Los extraterrestres del tipo humanoide podrán tener algo de respeto por la humanidad, pero los insectos de sangre fría no. Repulsivos y atemorizantes encuentran su lado más salvaje en criaturas como los Alien ( R. Scott, 1979) que tienen un comportamiento muy parecido a los de los insectos: ponen huevos, tienen periodos de anidación, son parásitos y forman colonias. Otros insectos alienígenas y salvajes los encontramos en Starship Troopers (P. Verhoeven, 1998), y en Independence Day (R. Emmerich, 1996). Una variante de esos insectos alienígenas malvados, pero que además buscan vivir entre nosotros con no muy buenas intenciones, se narra en Species (R. Donaldson, 1995), cuando se busca que la raza humana sirva de incubadora para que se reproduzcan a gran escala. Pasarían muchos años para construir una variante todavía mucho más interesante en District 9 (N. Blomkamp, 2009), en donde la convivencia entre insectos alienígenas y los humanos, está permeada por el miedo y la aversión a lo diferente, una condición más humana que proveniente del espacio exterior.
Vincent Price, a la derecha. en la primera versión de La mosca.
Y es que llegamos así, a lo que parece la construcción más compleja en el tratamiento del tema: cuando los insectos son chocantemente parecidos a nosotros mismos. Las mutaciones que forman híbridos entre ambas especies, parecen ser las más aterrorizantes, porque nos recuerdan nuestra propia monstruosidad, nuestro lado salvaje y aterrador. La Mosca (K. Neumann, 1958) en sus dos versiones, incluyendo el remake en 1986 de David Cronenberg y sus secuelas, son los mejores exponentes de esta tendencia. No podemos sin embargo, dejar de mencionar a Mimic ( Del Toro, 1996) en donde la humanización se da en sentido contrario: insectos que mutan y se transforman para ser lo más parecido a los seres humanos.
Hay que decir en general, que el tratamiento de los insectos en sí, en la pantalla grande tiene muy poco que ver con asuntos científicos. Asuntos tales como la morfología, taxonomía o conducta, son explicados de manera superficial y en ocasiones falsa, promoviendo mitos alrededor de ellos que se toman como verdaderos en el imaginario colectivo.
Pero de que asustan, ni duda cabe. Jugar con ese miedo arquetípico parece ser un recurso todavía no agotado del todo, por lo que parece que los insectos no solo seguirán siendo estrellas de cine, sino que las historias se volverán cada vez más sofisticadas y aterradoras. O a lo mejor no, si pensamos que nos provocan un miedo en realidad muy básico. ¿Qué otra cosa provoca más ansiedad que la sensación de miles de patas peludas sobre la piel? A mi no se me ocurre nada… ¿y a ustedes?
EN LA FOTO DEL INICIO: Still de Arachnophobia.