Por Héctor L. Zarauz López.

I. Los Inicios.

La liga entre petróleo y cine en México, ha sido a lo largo de la existencia de estas dos industrias, más bien endeble no obstante ser contemporáneas por haber surgido en nuestro país, en el borde de los siglos XIX y XX. Sin embargo se han dado encuentros que vale la pena comentar.

Las primeras representaciones que se hacen en nuestro cine del petróleo, provienen del ámbito documental que se dieron en épocas muy tempranas para ambas industrias. Hacia los inicios del siglo XX se hicieron filmaciones que tenían por fin, testimoniar algún evento importante relativo al petróleo, como fue el caso de Incendio del pozo petrolero de Dos Bocas, Veracruz, filmada en 1909 por Gustavo Silva, o bien otros reportajes que intentaban promocionar la inversión de capitales en México mostrando los avances de esa industria, tal fue el caso de Instalaciones petrolíferas del Pánuco filmada en 1917, o Película sobre el petróleo producida en 1920 por la Secretaría de Industria, Comercio y Trabajo. Más tarde, después de la nacionalización petrolera, realizada en 1938, los documentales en términos generales tendrían como fin, demostrar los logros en esta materia.

Por otra parte en el cine argumental también se dieron alusiones tempranas al petróleo aunque la mayoría de éstas fueron de manera tangencial pues éste no era el tema central y sólo servía de telón o pretexto para otro tipo de tramas.

Dentro de estas películas hay algunas distinciones. Primero las cintas filmadas hasta 1938. El hecho de que la explotación petrolera fuera del ámbito privado y que los intereses extranjeros hubieran acaparado casi todas sus fases productivas, propiciaron ciertas temáticas.

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Hacia 1921, todavía en la época del cine silente, se filmó la primera película mexicana que tuvo como tema central la cuestión del petróleo. Se trata de “Luchando por el petróleo”, dirigida por Ezequiel Carrasco que fue estrenada en octubre de ese año. Si tomamos como cierto lo dicho en la publicidad de la película, en el sentido de abordar de manera realista las “intrigas tenebrosas de los campos petroleros que apenas ha esbozado la prensa de México”, debemos pensar que este film hacía eco de la situación que se vivía en los campos petroleros mexicanos (de explotación, falta de seguridad para los trabajadores, etc.) y de las pugnas que se daban entre el gobierno mexicano y las compañías extranjeras. En esos años México era gobernado por Alvaro Obregón, quien no había obtenido el reconocimiento diplomático de los Estados Unidos y Gran Bretaña, pues ambos países habían condicionado su visto bueno a que el artículo 27 de la Constitución de 1917 no se aplicara de manera retroactiva a las petroleras. La película tenía como estrella principal a Gilda Chavarri, junto con Emilia Majul y Roberto Ono.[1] Este film se perdió y de él sólo se conoce la publicidad que se utilizó para promocionarlo.

Ya en la época del cine sonoro aparecieron otras películas que hacían referencia al tema petrolero, entre ellas: “El Aguila y el Nopal” (1929), dirigida por Miguel Contreras Torres, “Aguilas frente al sol” (1932) de Antonio Moreno y “Los Millones del Chaflán” (1938). En todas ellas el argumento señala la aparición de petróleo en idílicos ranchos de la provincia mexicana, lo cual convertía a sus propietarios en súbitos millonarios, que debido a su ignorancia y candidez eran presa de vivales citadinos, caían en situaciones ridículas y eran explotados al final.

Por ejemplo en “El Aguila y el Nopal” un ranchero representado por el comediante Roberto “Panzón” Soto, emigraba a la capital después de haber encontrado petróleo en sus terrenos; también aparecen en el elenco Joaquín Pardavé y Carlos López “Chaflán”. Como se puede imaginar por la troupé que participaba en la cinta, ésta es una disfrutable comedia que además tiene algunos elementos notables. Por ejemplo al final de la película, Roberto Soto decidía asociarse con el gobierno para administrar la explotación del petróleo con lo cual se haría explícito los problemas surgidos entre gobierno y compañías, y que habían alcanzado en 1925 un punto extremo por la aplicación de la Ley del Petróleo. Al parecer la película fue sonorizada en los Estados Unidos y no obstante lo novedoso del asunto tuvo poco éxito.[2]

Poco después, en 1932, se filmaría “Aguilas frente al sol”, dirigida por Antonio Moreno. Según García Riera se trata de una película de aventuras internacionales, espionaje, amores mal retribuidos, etc. Al inicio se hace referencia al petróleo pues se relata la aparición de un pozo en los terrenos de un ranchero mexicano.[3]

Más centrada en el tema petrolero sería “Los Millones del Chaflán”, filmada en 1938 por Rolando Aguilar y estelarizada por Carlos López “Chaflán”, Emma Roldán y Joaquín Pardavé, entre otros. Chaflán es un ranchero que recibe dinero de una compañía petrolera para hacer exploraciones en sus terrenos. Ello lo lleva a la ciudad con toda su familia (Emma Roldán es su esposa) y su compadre (Pardavé) en donde tratan de adquirir rápidamente las costumbres citadinas, modernizarse y alternar con la alta sociedad. El dinero fácil “marea” a los provincianos que, en sus ansias de figurar en sociedad, hacer negocios y de pulir su comportamiento, son burlados constantemente, además de caer en todo tipo de excentricidades y situaciones ridículas (como los deseos de Chaflán de entubar la producción lechera de su establo).

Más adelante una serie de abusos y fiascos comprometerán a Chaflán al ser acusado de un fraude, pero al confirmarse la inexistencia de los mantos, Chaflán se verá liberado de los problemas que le ha generado el dinero proveniente del petróleo volviendo al tranquilo campo mexicano.

Esta trama de los rancheros enriquecidos fue constante pues existía la posibilidad real, en ese momento, de que los dueños de terrenos rurales pudieran encontrar petróleo en sus propiedades y venderlos a compañías petroleras extranjeras y así enriquecerse súbitamente.

La posibilidad de vender terrenos para la exploración o explotación petrolera propició que las compañías adquirieran grandes propiedades. Esto permitió que hacia 1917 las compañías petroleras controlaran en todo el país 2,306,745 hectáreas de las cuales 668,985 eran de su propiedad y 1,632,768 arrendadas (una pequeña porción aparecía con un status indeterminado). Tan sólo “El Aguila”, del inglés Weetman Pearson, controlaba entonces 470,649 hectáreas. Mientras Doheny, el otro gran señor del petróleo en México, tenía hacia 1922 el control sobre 566,201 hectáreas. Se consideraba entonces que los terrenos dedicados a la exploración o explotación petrolera, estaban valuados en 354 millones de pesos.

De manera que las primeras dramatizaciones del cine mexicano retratan una situación real en la cual, cuando el petróleo aparece como tema central, éste es un elemento corruptor que despierta la codicia de campesinos inocentes, de contratistas y de compañías voraces.

Al darse la expropiación desaparecería la expectativa de convertir a simples rancheros en ricos potentados, entonces el petróleo sirvió para tramas diversas o bien se dieron menciones tangenciales a él.

Después de la expropiación.

La en sí exigua producción cinematográfica en torno al petróleo, se vio aún más disminuida a partir de la nacionalización petrolera. Al parecer los productores de cine consideraron como anticlimático el hecho de que la nación tomara en sus manos el control de este recurso estratégico. A partir de entonces se filmarían pocas aunque interesantes películas, dos de ellas a cargo de Roberto Gavaldón.

La primera “El Niño y la Niebla” (1953), es un film en cierto sentido psicologista pues se narra los traumas de Marta, interpretada por una vaporosa Dolores del Río, quien presenta un comportamiento desordenado ya que teme que su hijo Daniel, interpretado por Alejandro Ciangherotti hijo, herede la locura que ha existido en su familia. La compleja trama en la que hay romances no concretados en el pasado y que reaparecen, matrimonios mal avenidos, traumas y hasta el suicidio de un infante, se desarrolla en Poza Rica, teniendo por marco los campos petroleros y refinería del lugar.

Galvaldón, no obstante que centra su film en los problemas internos de los personajes, se da tiempo para reconocer las labores de los trabajadores petroleros cuando el ingeniero Guillermo Estrada, encarnado por Pedro López Lagar, demuestra lo exitoso que es la barrena que él ha diseñado, lo cual era un reconocimiento a la eficiencia de esta empresa nacional.

Aparte de la película de Gavaldón, las referencias al petróleo en estos años son vagas o tangenciales. Por ejemplo en “Espionaje en el Golfo” (1942) un filme de intrigas internacionales, espías y suspenso enmarcado por la II Guerra Mundial, aparecen escenas del buque petrolero “Potrero del Llano”, cuyo hundimiento el 13 de mayo de 1942, supuestamente a manos de los alemanes, determinaría el ingreso de México a la contienda mundial en contra del eje nazi fascista.[4]

Hacia 1946 Luis Buñuel dirigió “Gran Casino”, contando con las actuaciones de Jorge Negrete y Libertad Lamarque, quien aparece por primera vez en cintas mexicanas. La trama se desarrolla en un campo petrolero, presumiblemente en Tampico. En la película se refiere el caciquismo, hay asesinatos, venganzas, amor y canciones.

“Gran Casino” es una de las películas que menos gustaron a Buñuel, se sintió incómodo en toda la realización y la tomó como una posibilidad de subsistencia. El resultado fue un fracaso en lo artístico y en lo comercial. Sin embargo quedaron escenas que inobjetablemente muestran el estilo de Buñuel, como la escena amorosa entre Negrete y Lamarque (que por cierto se llevaron mal durante la filmación), y en la cual al momento de desembocar en un beso (que repugnaban a Buñuel), la toma de la cámara se fija en un charco de chapopote.

Aún más vaga es la referencia que se hace en “Por ti aprendí a querer” (1957), una película biográfica del músico veracruzano Lorenzo de Barcelata, dirigida por José Díaz Morales. En la cinta se siguen las andanzas de Barcelata que antes de triunfar debió buscar suerte en el puerto de Veracruz y luego en el de Tampico del cual se retratan algunas escenas entre ellas de su refinería, comentándose que es muy cara la vida en ese lugar.

Hacia 1965, Gilberto Martínez Solares, después de haber realizado en compañía de Germán Valdés “Tin-Tan” algunas de las más célebres comedias del cine mexicano, dirigió “El Camino de los espectros”, una interminable sucesión de torpezas físicas y mentales de Viruta y Capulina. En esta cinta los llamados “campeones del humorismo blanco” encuentran petróleo en su propiedad saltando de gusto pues asumen que serán millonarios. Esta omisión deliberada al carácter estatal del hidrocarburo, se debe al guionista Roberto Gómez Bolaños “Chespirito”, quien probablemente “sin querer queriendo” desde entonces ya avizoraba los intentos privatizadores de los gobiernos neo liberales.

II. La Rosa Blanca.

Hacia 1961 Gavaldón retomaría el tema petrolero, pero ahora de manera central logrando lo que hasta ahora es la cinta emblemática de este tema con “Rosa Blanca”, basada en la novela homónima de Bruno Traven. El enigmático autor cuyo origen pudo haber sido alemán, sueco o estadounidense, que también era conocido como Hal Croves o Traven Croves, llegó a México hacia 1924 y trabajó en los campos petroleros de Tampico lo cual seguramente lo inspiró para escribir esta novela.

La película contó con las actuaciones en los estelares de Ignacio López Tarso (en el papel de Jacinto Yáñez), Rita Macedo (Carmen), Reinhold Olszewski (Robert Kollenz), Carlos Fernández (Domingo), etc. El guión fue del propio Gavaldón con la participación de Phil Stevenson y Emilio Carballido, y la fotografía de Gabriel Figueroa.

La película se ubica en los años previos a la expropiación. De nuevo en un rancho, ahora de la huasteca veracruzana, aparece petróleo el cual es codiciado por la compañía extranjera “El Condor”, llamada así en clara alusión de la británica “El Aguila” y de la estadounidense “Huasteca Petroleum Company”, que trata por todos los medios de apoderarse del rancho “La Rosa Blanca” que es propiedad de Jacinto.

Como el ranchero se niega persistentemente a vender su terreno, los petroleros intentarán por todos los medios de apoderarse de dicha propiedad. La única forma que encuentra Kollenz, principal accionista de la compañía, es recurrir a métodos poco ortodoxos para hacerse de ese terreno. Ello mediante la contratación de Mr. Abner, un personaje de pocos escrúpulos que se acerca a Jacinto Yáñez con mentiras diciendo buscar caballos para su rancho en California, con lo cual llevará a Jacinto a los Estados Unidos. Ahí, en Los Angeles, Jacinto será llevado al edificio de la compañía donde intentarán hacerlo vender su propiedad, y como se niega de nuevo, Abner se encargará de organizar la firma de un contrato suplantando a Yáñez quien ha sido asesinado por el propio Abner.

En la novela y también en la película, aunque de una manera un tanto diluida, se presenta la pugna entre dos hombres de poder. Por una parte Jacinto Yáñez, el indio mexicano, un buen cacique, una suerte de patriarca de su familia y de sus empleados, generoso y buen dirigente que representa el orden rural, el apego a la naturaleza y a un mundo ya arcaico, que por añadidura tiene un código ético intachable, es honrado y su comportamiento pareciera ya obsoleto por su rectitud. Ello frente a Mr. Kollenz que representa un mundo material regido por el dinero, el consumo, es la encarnación de la modernidad, las altas finanzas, el pragmatismo, la avaricia y la inescrupulosidad de los negocios.

La novela y la película contraponen el espacio reducido de un rancho frente al gran mundo transnacional de los negocios. Al blanco y puro de la rosa, de la naturaleza, frente al negro del petróleo que mancha las flores.

Hasta aquí Gavaldón hace un retrato bastante fiel de la novela de Traven. Incluso le hace un favor al omitir los largos capítulos que dedicó el novelista a Mr. Collins (Kollenz en la película) y a su amante Basileen, que en la película es interpretada por Christiane Martel (bajo el nombre de Georgette). De hecho la película además de ser bastante fiel mejora la trama al poner la fuerza en Jacinto, y reducir la presencia de otros personajes como el de Georgette, Abner y del propio Kollenz.

Además la película está filmada de manera bilingüe para darle mayor veracidad, es decir que las escenas que se desarrollan en los Estados Unidos están habladas en inglés. Por si fuera poco una buena parte se filmó en exteriores con escenas convincentes del embate de la compañía petrolera y la consabida destrucción de la naturaleza. Igualmente notable es la escenografía de los interiores de las oficinas de El Condor.

Ambas obras (la novela y la película) coinciden en interpretar un enfrentamiento entre la modernización, la industrialización, en contra de la naturaleza; entre el dinero contra los valores éticos comunitarios; entre la dupla Collins-Abner versus Jacinto, con el resultado lógico, es decir el control de “El Cóndor” sobre “La Rosa Blanca”, lo cual es un acierto.

Lo que sí es distinto es el final diseñado por Gavaldón, Stevenson y Carballido al plantear como corolario no sólo el triunfo de la industrialización y la destrucción de la naturaleza, en términos de la lucha del bien contra el mal, sino la explotación de las compañías, las condiciones de trabajo insalubres e inseguras. Con ello la contraposición se da con el surgimiento de la inconformidad, concientización de los trabajadores y el surgimiento de un movimiento obrero organizado que es apoyado por el gobierno, como sucedió de  hecho en 1938.

En los últimos minutos de la película, rápida y claramente se explica la causa de la nacionalización petrolera llevada a cabo por el presidente Lázaro Cárdenas y por si fuera poco se ilustra con imágenes ese emocionante momento de la historia nacional.

La película fue tachada de patriotera, grandilocuente y por momentos cursi, por ejemplo Emilio García Riera criticó el tono del film diciendo: “puro melodrama de concurso de oratoria mal disimulado…”.

De hecho hay algunos diálogos que sustentarían el dicho de García Riera, por ejemplo cuando Jacinto se ve amenazado por Mr. Kollenz dice muy inspirado y mirando al horizonte: “[La Rosa Blanca] es un pedazo de mi patria, que es vida, la mía y la de mi gente. Que es nuestro sol y el aire y el lugar donde van a crecer nuestros hijos.”

Además son recurrentes las ocasiones en que Jacinto entorna los ojos para filosofar sobre la vida secundado por una música que parece bajada del cielo, lo cual le da un toque de inverosimilitud y bastante impostado a la luz de la interpretación de López Tarso.

No obstante la película es muy rescatable, por ser prácticamente la única en México hasta entonces que trata el tema del petróleo, los despojos, la participación del gobierno y la expropiación petrolera. Además tiene una buena factura y en esencia no falta a la verdad al describir situaciones históricas. Vale añadir que el tiempo, las disputas recientes en torno al petróleo, se han encargado de revalorar este film.

III. Gavaldón.

La filmación de “·La Rosa Blanca”, con la temática ya descrita y un final muy nacionalista, en el año de 1961, pareciera un tanto fuera de lugar. Todo indica que tenía que ver más con las inquietudes personales de Gavaldón que con un ambiente o entorno cinematográfico nacional.

Gavaldón, nacido en Ciudad Jiménez, Chihuahua, el 7 de junio de 1909, fue un director de mucho oficio, se inició según él mismo de manera tangencial y animado por amigos, pues primero había sido utilero, actor (en E”l Prisionero trece” de 1933, “Almas encontradas” o “La sangre manda” de 1934) asistente y luego adaptador de guiones (“Noche de ronda” en 1943 entre otras), de donde dio el salto a la dirección. Debutó con “La Barraca” de 1944 una película que le mereció premios (El Ariel de 1946) y reconocimientos. Otros films memorables fueron “La Diosa Arrodillada” (1947), “La Casa Chica” (1949), “Rosauro Castro” (1950), “En la Palma de tu Mano” (1950), “El Rebozo de Soledad” (1952), “Macario” (1959 y que le diera más satisfacciones y premios), entre muchas más. Trabajó en Hollywood, Argentina (“Mi vida por la tuya” de 1950) y para Walt Disney. Además había participado en festivales internacionales como Cannes (con “Las Tres perfectas casadas” en 1953, “El Niño y la Niebla” en 1954, “La Escondida” en 1956 y “Macario” en 1960) y Berlín (con “Flor de mayo” en 1958 y “Miércoles de ceniza” en 1959). De manera que cuando emprendió el proyecto de “La Rosa Blanca” ya había recorrido la legua.

Al parecer Gavaldón que siempre se había mostrado como un cineasta inteligente, que se había rodeado por algunos de los mejores guionistas y adaptadores de cine en México, tenía por ejemplo una gran amistad con José Revueltas, además había trabajado con Julio Alejandro (guionista de algunos filmes de Buñuel como “Nazarín”, “Viridiana”, “Simón del Desierto” y “Tristana”), Carlos Fuentes, García Márquez y el propio Emilio Carballido, vivía años de politización y activismo que Ariel Zúñiga ha resumido así:

“La Rosa Blanca” es la primera película de Gavaldón que hace referencia directa a un contexto socio-político cercano. El propio desarrollo político de Gavaldón, hace que esta película no sea casual […]. En el momento de realizar “La Rosa Blanca”, principios de los sesenta, su participación, sobre todo de carácter gremial en la primera etapa, ha sido productiva. No digamos sus películas en sí, sino su trabajo dentro de la cámara de diputados, el texto “Algunas apreciaciones sobre la industria cinematográfica mexicana”, de 1958, es suficientemente elocuente a ese respecto.[5]

Igualmente hay que considerar que había sido electo diputado en 1953 y que en esos años había participado en la redacción de una ley cinematográfica que trataba de romper con el monopolio en la distribución de películas y la protección a las producciones nacionales.

Por cierto la iniciativa quedó congelada en el Senado.

Por otra parte filmaba con una compañía que le era familiar. Para empezar una trama de Bruno Traven, uno de los escritores más exitosos en México, no sólo por la venta de sus libros, sino también por la adaptación recurrente que hizo el cine de sus tramas.

Para entonces ya se habían llevado a la pantalla “El Tesoro de la Sierra Madre” (John Huston 1948) en la que actuó Humphrey Bogart y que ganara tres premios “Oscar”. También fueron filmadas “La Rebelión de los Colgados” (Alfredo Crevenna y Emilio Fernández en 1954), Julio Bracho hizo “Canasta de cuentos mexicanos” (1956). El propio Gavaldón rodó Macario en 1959 con la fórmula Carballido en el guión, López Tarso en el roll principal aunque el protagónico femenino fue para Pina Pellicer. Es más en 1963 casi se repitió la fórmula en “Días de Otoño”, otra película de Gavaldón sobre un texto de Traven, con López Tarso, Pina Pellicer aunque la adaptación fue de Julio Alejandro.

De manera que Gavaldón se encontraba a sus anchas.

No obstante los buenos augurios que debían tenerse con tal combinación de personajes, la película tuvo mala suerte por el sólo hecho de que fue enlatada. Tomemos en cuenta que entonces el PRI vivía años dorados de pleno poder, es la época de mayor autoritarismo del sistema y las expresiones de crítica a las autoridades, el sistema o el presidente, eran inmediatamente censuradas.

Aunque la película retrata tardíamente el momento de la nacionalización petrolera (23 años de por medio) y que este hecho estaba más que asimilado al sentir nacional, que era un hecho introyectado en el Estado mexicano; se determinó oscuramente que no debía exhibirse. La decisión era particularmente esquizofrénica si tomamos en cuenta que había sido producida por CLASA, casa productora quasi gubernamental, y que por añadidura había recibido dinero de PEMEX.[6] “La Rosa Blanca ” debió esperar hasta mediados de 1972 para darse a conocer manteniéndose sólo una semana en cartelera con un éxito modesto.

La absurda prohibición generó, a decir de Zúñiga, frustración en Gavaldón. El mismo no entendería las causas de tal decisión y en una entrevista lamentaba: “[La película] fue prohibida, porque decían que era una película antiyanqui, y no era nada antiyanqui.”[7] En ello coincide el productor Armando Orive: “Considero que por razones políticas internacionales y quizá nacionales no se estrenó la película”.[8]

En efecto, los afanes del gobierno del presidente López Mateos por mostrarse cercano a los Estados Unidos (no obstante desplantes como el reconocimiento al gobierno cubano de Fidel Castro), pudieron haber sido decisivos para actuar en contra de la película.

Como remate a esto cabe el artículo escrito hacia 1972 por José de la Colina:

“Si el film es fiel a esta historia, no se entienden las razones políticas que explicaron el veto a su exhibición. Lejos de ser una impugnación a cualquiera de los regímenes gubernamentales surgidos de la revolución, el film exaltaría la justicia de éstos. Existen algunas versiones, pero mientras el caso no sea explicitado no pasarían de ser meros rumores. No faltan quienes dicen haber visto el film y que, siendo mediocre, no tiene caso exigir que sea exhibido. Tal argumento es, por supuesto inadmisible. El derecho a ver cualquier obra no puede nunca ser conculcado en nombre de un “criterio de calidad”, puesto que en todas las artes ese criterio puede ser sometido a revisión constante.”[9]

IV. Epílogo.

Cuando conocemos una obra artística, un lugar, una persona o un hecho, nos causa una impresión que al cabo de algún tiempo, con un reencuentro, suele variar.

Me parece que “La Rosa Blanca” produce algo similar, pues a más de 45 años de su realización, nos provoca nuevas reflexiones. Ello deriva en buena medida de los cambios que se han dado en materia de política petrolera en México, a los intentos privatizadores (por más que se trate de encubrir) del gobierno federal y la controversia nacional que por ello ha surgido.

“La Rosa Blanca” ha recuperado aire debido al momento político que se vive actualmente, por el riesgo que existe de que la nación pierda la completa rectoría sobre el petróleo y sus distintas fases de explotación. En ese marco de embate neoliberal, el discurso “patriotero” o como se le quiera llamar, cobra notable vigencia.

De manera que si en 1961 “La Rosa Blanca” coincidía con la línea gubernamental en el sentido de considerar que la explotación, transportación y refinación del petróleo eran sólo competencia del estado mexicano, ahora, 47 años después y con la instauración de los gobiernos neoliberales, el discurso de la película se ha vuelto francamente contestatario.

En este contexto “La Rosa Blanca” es retomada (por quienes defienden el carácter estatal del petróleo), como una obra nacionalista. Por ello no es raro que aparezca en ciclos de cine sobre el petróleo, que se venda profusamente en mítines políticos, coloquios o encuentros sobre el tema.

Por ejemplo en abril del 2008 se realizó un mitin convocado por el Frente Amplio Progresista en la Cámara de Diputados, en el cual algunos diputados invitaban a asistir a una exhibición de “La Rosa Blanca”.

Igualmente es actual la noticia de que el PRD articulará un plan llamado Rosa Blanca, para resistir los intentos privatizadores del petróleo.

Sin duda “La Rosa Blanca” ha tenido más espectadores a casi medio siglo de su realización, lo cual me parece verdaderamente notorio que se le rescate no por su discurso estético, por moda intelectual o por afán “retro”, sino por su contenido, por su discurso.

De manera que los nuevos eventos en torno al petróleo nos obligan a una nueva lectura, una nueva interpretación. En esta renovada vigencia hay que ver “La Rosa Blanca” a trasluz del contexto en que fue creada pero también, lamentablemente, a trasluz del contexto actual.

Referencias

[1] – Al respecto el libro de Aurelio de los Reyes, Cine y Sociedad en México 1896-1930, Vol. II, México, UNAM, 1993, páginas 176 y 246.

[2] – Véase García Riera, Historia Documental del Cine Mexicano, 1929-1937, Tomo I, México Universidad de Guadalajara, Conaculta, Gobierno de Jalisco e Imcine, 1992. Páginas 21-23.

[3] – Ibid, páginas 59-62.

[4] – Al respecto García Riera, Op. cit, vol. II, páginas 279-280.

[5] – Zúñiga, Ariel, Vasos comunicantes en la obra de Roberto Gavaldón, una relectura. México, El Equilibrista,  1990,página 227.

[6] – Ello de acuerdo al testimonio de Armando Orive Alba, productor de la película, reproducido de un artículo de José de la Colina, en García Riera, Op. cit, tomo 11, página 21.

[7] – Véase Entrevista con el señor Roberto Gavaldón realizada por Ximena Sepúlveda, México, Instituto de Investigaciones José María Luis Mora, Archivo de la palabra, 1985.

[8] – En García Riera, Op. cit, tomo 11, página 21.

[9] – En Ibid, página 22.