Por Hugo Lara
El primer largometraje de ficción de la directora británica Clio Barnard “El gigante egoísta” (The Selfish Giant, 2013) no es de ninguna manera una adaptación del célebre cuento de Oscar Wilde, aunque toma el título y una vaga idea sobre éste. Pero si se quiere establecer referencias más evidentes, hay que remitirse a cierto cine europeo enfocado en la figura del niño precoz y rebelde, sometido a un duro entorno como en “Los 400 golpes” (1959) de François Truffaut, “El niño de la bicicleta” (2011) de los hermanos Dardenne, y sobre todo “Kes” (1969) de Ken Loach. Al igual que este último, “El gigante egoísta” se enmarca en el realismo social que ha sido cultivado tradicionalmente por la cinematografía independiente inglesa.
La película está situada en la ciudad de Bradford, Inglaterra, en los barrios proletarios donde los bloques de casas parecen iguales. Los niños Arbor (Conner Chapman), rebelde incontrolable, y Swifty (Shaun Thomas), noble y pacífico, son grandes amigos que comparten aventuras en la calle y la escuela. Los dos chicos son expulsados del colegio y se hacen contratar por el avaricioso chatarrero del pueblo, Kitten (Sean Gilder), a quien le llevan los desechos metálicos que encuentran en la calle, con la ayuda de un caballo. Después de robar algunos cables de cobre, Swifty demuestra su habilidad con los equinos, mientras Arbor acaricia la idea de dar un gran golpe y hurtar los cables de alta tensión de una estación eléctrica.
La directora Barnard anteriormente había realizado el documental “The Arbor” (2010), bien recibido por la crítica y que filmó en la misma ciudad de Bradford. Allí fue donde encontró a unos adolescentes que la inspiraron para “El gigante egoísta”, de acuerdo a una entrevista publicada en el diario británico The Guardian. La realizadora escribió un guión centrado en el adolescente Arbor, chico hiperactivo e inestable emocionalmente —pero sin maldad—, hostigado por un ambiente hostil familiar y social, del cual es rechazado por todos salvo por su madre y su mejor amigo Swifty. El contraste entre ambos adolescentes crea un equilibrio que los hace entrañables como compañeros y personajes.
La directora se apoya en la eficiente fotografía de Mike Eley con sabor documental, que capta el espíritu de un barrio obrero inglés, frío y sombrío, así como de las calles sin glamur de Bradford o el enigmático campo de torres de alta tensión, por donde se desplazan los dos chicos junto al caballo del chatarrero, en una extraña y poética imagen. También lucen muy auténticos los personajes secundarios, sean el chatarrero, sus ayudantes, los raterillos juveniles o el padre de Arbor, hombres rudos, vulgares y mezquinos.
En medio de esta violencia cotidiana germina la ternura, el humor y la camaradería, a pesar de la tragedia que siempre sobrevuela y que cae sin compasión. Son sobresalientes las actuaciones de los dos niños, tanto el conflictivo chico que encarna Chapman como el bonachón de Thomas. Ambos dan la idea de la esperanza, sublimada por la miseria y la marginalidad demoledora. En esto se parece a cierto cine del mal llamado Tercer Mundo, como la iraní “Las tortugas también vuelan” (Bahman Ghobadi, 2004) o la mexicana “La jaula de oro” (Diego Quemada-Diez, 2013). “El gigante egoísta” es una película que no hay que perderse.
Título original: “The Selfish Giant”. Dir.: Clio Barnard. País: Gran Año: 2013. Guión: Clio Barnard basada en el cuento El gigante egoísta, de Oscar Wilde. Fotografía: Mike Eley. Música: Harry Escott. Edición: Nick Fenton. Con: Conner Chapman (Arbor), Shaun Thomas (Swifty), Ralph Ineson (Johnny Jones), Sean Gilder (Kitten), Ian Burfield (Mick Brazil). Productor: Katherine Butler, Lizzie Francke y Tracy O’Riordan. Compañía distribuidora: Caníbal. Compañía productora: BFI Film Fund, Film4, Moonspun Films. Duración: 91 mins. Clasificación: B-15.