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Nada menos que tres películas arrancaron la competición de la 66 Berlinale, el drama tunecino “Inhebbek Hedi”, opera prima de Mohamed Ben Attia; el thriller estadounidense de ciencia-ficción “Midnight Special”, de Jeff Nichols (ambas bien acogidas) y el pretencioso drama psicológico canadiense “Boris sans Béatrice”, de Denis Côté, bastante inferior. En lo estelar, tras la primera jornada generosa en figuras de Hollywood, encabezadas por George Clooney, el ambiente se enfrío con las únicas presencias de Kirsten Dunst (“Fargo”, “Spider-Man”) y Michael Shannon (“Boardwalk Empire”, “99 Homes”), actor fetiche de Nichols, que le ha incluido en casi todas sus cintas.
En este caso, el inquietante y fragil Shannon da vida a un padre que se ve obligado a huir con su hijo, un adolescente con misteriosos poderes, que generan el interés de una agencia estadounidense y de una secta. A medio camino entre la alucinación de David Lynch y la fantasía comercial de Spielberg, “Midnight Special” mantiene su tensión y el inquietante ambiente cotidiano y a la vez extraordinario de las anteriores cintas de Nichols, como “Mud” o “Take Shelter”. Es un trabajo muy bien interpretado, intenso y convincente en la creación del misterio, cine de género pero riguroso, que justifica su presencia en un festival diverso como el alemán.
La originalidad está también en el trabajo del tunecino Mohamed Ben Attia, un retrato intimista del cambio social en el único país del Magreb donde ha cuajado la llamada “Primavera Arabe”. El cineasta huye de lo más obvio, que sería contar esta historia desde el más habitual lado femenino, para mostrarnos que también algunos hombres son víctimas de los matrimonios de conveniencia o concertados. Hedi es un joven del montón, pero cuyos padres ya le han buscado una futura esposa. Ese destino escrito por otros se torcerá cuando conozca a una guía turística de fuerte personalidad y sentimientos modernos, durante unas vacaciones, que le hará replantearse la ruta trillada para tomar otra bastante más arriesgada, la del amor verdadero.
El día se cerraba con la canadiense “Boris sans Béatrice”, un drama sobre unos personajes definitivamente antipáticos, una ministro y su no menos poderoso esposo, miembros de una élite cuyos aparentes éxitos en la vida ocultan debilidades y secretos. Podía haber sido algo más soportable si Côté no hubiera optado por una lectura de pretenciosidad autoral, en la que cualquier empatía con los principales actores ha sido eliminada. Caen mal y la película cae mal. Generó deserciones en el patio de butacas.