Por Hugo Lara Chávez

“Elige la vida. Elige un empleo. Elige una carrera, una familia. Elige un televisor grande de mierda. Elige la lavadora, el coche, reproductor de CD y abrelatas eléctrico. Elige buena salud, colesterol bajo y seguro dental. Elige vivir. Pero ¿por qué querría eso? Yo elegí no elegir la vida: elegí otra cosa. ¿Y las razones? No hay razones. ¿Quién necesita razones cuando tienes heroína?” . Este prólogo de  “Trainspotting” (La vida en el abismo, 1996)  daba cuenta del lenguaje provocador desde el cual correría la narración.

El cineasta Danny Boyle logró hacer de  “Trainspotting”, el que fue su segundo largometraje, un filme generacional, con toda su carga trágica y depresiva, pero al mismo tiempo llena de humor ponzoñoso. Basada en la novela de Irvine Welsh guionado por John Hodge, el filme describe las andanzas de un grupo de jóvenes de la clase proletaria de Edimburgo, vagos, hamponzuelos, rijosos y drogadictos. Es un retrato sobre una generación sin futuro, sin planes de vida a largo plazo, salvo la que consiste en sobrellevar la rutina, negarse a los compromisos y conseguir dinero para sus vicios, mediante la estafa o el robo.

20 años después, Boyle —quien en ese tiempo ha cruzado casi todos los géneros, de los zombies en “28 Days Later”  a dramas como “Slumdog Millionaire” (2008)— regresa a esos gamberros escoceses en “T2 Traisnpotting” (2016) para narrar su reencuentro en su adultez fracasada, igualmente a partir de una la novela de Welsh (“Porno”) que de nuevo fue adaptada por Hodge.

La premisa va así: Renton (Ewan McGregor) vuelve a la ciudad dos décadas después de haber traicionado a sus amigos y huir con un millonario botín. Su vida se encuentra en crisis y busca reanudar sus atracos con la ayuda de Spud (Ewen Bremner) y Simon-Sick Boy (Jonny Lee Miller), quienes le guardan un gran rencor por lo sucedido. Aun así, logra reconciliarse con ellos, pero no con el iracundo Begbie (Robert Carlyle), que desea vengarse de Renton de la peor manera posible. En paralelo, Renton, Spud, Simon y la novia de éste, Veronika (Anjela Nedyalkova), urden un ingenioso fraude al mismo tiempo en que rememoran su pasado.

Boyle elabora esta secuela tardía buscando respetar el espíritu de la antecesora, una tragicomedia sobre la amistad


Boyle elabora esta secuela tardía buscando respetar el espíritu de la antecesora, una tragicomedia sobre la amistad que resulta una declaración transgresora de varios otros asuntos, como el sexo, las drogas, la violencia, la anarquía, la cultura pop, el capitalismo y la burguesía, ya no desde la lente de los 90, de la era inmediata a la caída del muro de Berlín y la muerte del comunismo soviético, sino desde la época actual, la de un mundo globalizado y dominado por Internet. Sí, en “T2” las drogas y la música siguen presentes, pero también el porno, como negocio y como estilo de vida. Y todo ello, afortunadamente como ocurría en la original, sin juicios moralizantes ni alegatos aleccionadores.  En esta secuela, la gran novedad es el personaje que encarna Nedyalkova, amante de Simon y quien se vuelve la interlocutora (y algo más) de sus amigos Renton y Spud, despertando en ellos nuevas cosas.

Pero a pesar de las diferencias de perspectiva entre ambos filmes, el resultado es el mismo para los personajes, pues estamos ante unos perdedores entrañables, unos tipos malos que paradójicamente caen bien. “Trainspotting 2” es un homenaje a sí misma, a sus personajes que miran con nostalgia su infancia y juventud, y “hacen turismo” a esa época pasada. En ese camino, en el que evocan sus fantasmas y sus traumas, también reconstruyen sus dilemas y repiten sus errores. A pesar de esta melancolía, el tono del filme logra respirar con nuevos giros de sus personajes.

Es de suponer que Boyle sabía del riesgo de hacer una secuela de su gran película, una cuesta demasiado difícil a la que se le cuestionaba su pertinencia. La tentación era muy grande y el resultado no decepciona, aunque no tiene ni la frescura ni la brillantez de la primera. Era difícil competir con la celebridad de una película icónica y Boyle decidió esquivar este escollo, pues con elegancia logra ampararse bajo su sombra sin maltratar a sus personajes ni traicionar sus esencias. Y para ello, se apoya con fuerza en su magnífico ensamble de actores.

Por Hugo Lara Chávez

Cineasta e investigador. Licenciado en comunicación por la Universidad Iberoamericana. Director-guionista del largometraje Cuando los hijos regresan (2017). Productor del largometraje Ojos que no ven (2022), entre otros. Director del portal Correcamara.com y autor de los libros “Pancho Villa en el cine” (2023) y “Zapata en el cine” (2019), ambos con Eduardo de la Vega Alfaro; “Dos amantes furtivos. Cine y teatro mexicanos” (coordinador) (2015), “Luces, cámara, acción: cinefotógrafos del cine mexicano 1931-201” (2011) con Elisa Lozano, “Ciudad de cine” (2010) y"Una ciudad inventada por el cine (2006), entre otros.