Por Samuel Lagunas
Desde Morelia, Mich.
A Trisha Ziff, que presentara también en Morelia su anterior documental “El hombre que vio demasiado” (2015), le apasiona la mirada, le intrigan las formas en que (nos) vemos y nos comunicamos desde el ojo. El comienzo de su más reciente documental “Witkin & Witkin” (2017) hace patente esa obsesión: dos hombres se someten a un examen de la vista mientras hablan sobre afecciones oculares. Ellos son Jerome Witkin, pintor norteamericano, y su hermano gemelo Joel-Peter Witkin, fotógrafo. El documental explora no sólo la trayectoria artística de ambos sino que indaga con agudeza la compleja relación que mantienen. Las diferencias en el carácter y en la personalidad se expresan no sólo en sus opiniones o en el contenido y la forma de sus obras, sino también se hacen visibles por el lugar que ocupan en el plano durante las entrevistas. La recurrencia de esta elección sumada al uso casi excesivo de los planos detalle vuelve la primera parte de “Witkin & Witkin”, aquella centrada en sus años de infancia, un tanto reiterativa y pesada. Ése es su mayor defecto. Una vez que conocemos la decisión de Joel de tomar su propio camino al enlistarse en el ejército como fotógrafo de guerra, el documental se vuelve mucho más incisivo y revelador.
“Witkin & Witkin” esboza la historia de un antagonismo subrepticio e irresuelto entre dos hermanos gemelos al mismo tiempo que nos descubre las vidas de las mujeres que los han rodeado: esposas, modelos, coleccionistas. Trisha no opta por privilegiar a alguno de ellos sino por respetar, incluso cinematográficamente, la distancia que han decidido conservar. Son bastante efectivas, en este sentido, y altamente significativas las secuencias en las que los vemos caminar por una misma sala de museo sin siquiera dirigirse la mirada. La ocasión: una exposición conjunta en la Ciudad de México curada por la misma Trisha. Pero “Witkin & Witkin”, el documental, no termina allí sino que se obstina en remarcar la separación, misma que, paradójicamente, parece ser la mejor manera que ambos artistas han encontrado para permanecer unidos.
“El vendedor de orquídeas” (2016) presenta también una historia familiar aunque de forma bastante distinta. En ella, Lorenzo Vigas se sumerge en la vida de su padre, el pintor venezolano Oswaldo Vigas, al tiempo que lo sigue a él y a su madre en la búsqueda de un cuadro pintado por Oswaldo en sus primeros años como artista. El cuadro se llama precisamente “El vendedor de orquídeas”. En él hay un hombre en primer plano que ocupa todo el lienzo. El hombre está de espaldas y carga en su brazo varias orquídeas. El modelo para ese cuadro fue Reynaldo, hermano fallecido de Oswaldo. Con elegancia y sutileza, el director de “Desde allá” (2015) va enhebrando las distintas capas de la historia para producir un retrato honesto y conmovedor de su padre. A través de sus confesiones, Oswaldo Vigas bucea en su propia memoria y se ahoga en ella; la paradoja él mismo la hace explícita: toma pastillas para olvidar pero admite que solamente los recuerdos nos ayudan a mantenernos a flote. El cuadro perdido quizá no se haya recuperado pero sí hay en el documental un hombre que se re-conoce y que es re-conocido con franqueza.
Tanto ““Witkin & Witkin” como “El vendedor de orquídeas” funcionan, además, como excelentes introducciones a la obra artística de los involucrados: sus inicios, sus influencias, su forma de trabajo, todo queda allí retratado con detalle. Sin embargo, la obra de Vigas acoge más al espectador por su sencillez y, sobre todo, por la forma de descubrirnos a su protagonista. Mientras que Trisha sólo expone a los Witkin, Lorenzo se adentra en la intimidad de su padre y, por ello, su mensaje anida con mayor fuerza en los espectadores. No puede haber mejor antídoto contra el olvido.