Por Miguel Ravelo
Desde Morelia
Existe un momento muy especial, casi podría llamársele mágico, fácilmente reconocible por los espectadores que asisten a las salas de cine a la cita anual (y en algunos años, hasta en más de una ocasión) para ver la nueva película de Woody Allen. La sala se oscurece y la pantalla se ilumina con los más sencillos créditos: letras blancas sobre fondo negro, en esa tipografía única de las películas del director neoyorkino, siempre acompañada de alguna pieza de jazz que invariablemente logra dibujar una sonrisa en buena parte de los asistentes, incluso antes de que la primera imagen de la película aparezca en pantalla. Sabemos que estamos ante la nueva obra de uno de los indispensables del cine, y que en mayor o menor medida, se presenciará algo que difícilmente nos dejará indiferentes.
“La rueda de la fortuna” (Wonder Wheel, 2017), película número 44 del director, fue la cinta de clausura dentro de la edición número 55 del Festival de Cine de Nueva York, y se presenta ahora como una de las propuestas obligadas de la decimoquinta edición del Festival Internacional de Cine de Morelia. Ya desde sus primeras imágenes se puede notar que esta vez el director no nos situará dentro de la atmósfera realista, cotidiana, en la que ha desarrollado la mayoría de sus guiones. Ubicándonos en el Coney Island de los años cincuenta, Allen nos sitúa en algo parecido a un mundo de fantasía, con playas llenas de vacacionistas, una feria que es una explosión de colores y diversión al por mayor en cada uno de sus rincones. Pero es fácil suponer que esta perfección existe solamente en apariencia.
Con “La rueda de la fortuna”, Woody Allen nos presenta la historia de dos mujeres. Por un lado, Carolina (Juno Temple), joven que llega a Coney Island buscando refugio en casa de su padre, Humpty (Jim Belushi), a quien no ha visto en varios años y con el que lleva una relación amarga. En este lugar aparentemente idílico, Carolina conocerá a Mickey (Justin Timberlake), el guardavidas local, y a Ginny (Kate Winslet), la nueva esposa de su padre. Si Carolina participa como el elemento de arranque para que la vida de cada uno de sus personajes tome un nuevo rumbo, será Ginny con quien el autor construirá a uno de sus personajes más complejos desde la maravillosa Jasmine de Cate Blanchett (Blue Jasmine, 2013) y con la que aportará un personaje profundo, inquietante y especialmente conmovedor a su ya ricamente poblado universo de personajes femeninos.
Si en la ya fundamental “La Rosa Púrpura del Cairo” (The Purple Rose of Cairo, 1985), Allen nos presentaba en Cecilia (Mia Farrow) a una mujer que intentaba escapar de su plana e infeliz vida a través de la magia que le ofrecían las películas, a Ginny la colocará justamente dentro de lo que parecería también un mundo de ensueño. Pero esta vez este mundo será parte de la realidad que aplasta a Ginny dentro de una vida de sueños sin cumplir, en la que ha pasado años obligándose a amar a un hombre alcohólico y violento, y haciéndose cargo de un niño con tendencias pirómanas. La vida de Ginny no puede ser más asfixiante, por lo que un intenso amorío con Mickey, varios años menor, le dará a sus días la felicidad y emoción hace tiempo olvidadas. Sin embargo, Allen parece decirnos que el mundo no es como a veces lo percibimos. La cuidada imagen nos llena los ojos de un color casi insoportable, que de tan saturado consigue ser agobiante y al mismo tiempo situarnos en un mundo extraño, en una época hoy ya desaparecida, gracias a la mano experta del cinefotógrafo Vittorio Storaro, que repite al hilo con Allen luego de su anterior Café Society (Ídem, 2016).
La vida de Ginny dará un vuelco con la llegada de Carolina, la hasta ahora ausente hija de su marido. Carolina, escapando de su esposo gángster, ofrecerá a su padre una nueva ilusión. La hija reencontrada después de tantos años de ausencia avivará en Humpty un amor paternal y un interés que necesariamente relegará su atención por su esposa. Al mismo tiempo, la belleza de Carolina será una irresistible tentación para Mickey, la única ventana de escape y respiro con la que Ginny contaba dentro de su abrumadora existencia. ¿Hace falta algún elemento más para complicar una ya de por sí intensa trama? Los matones Angelo y Nick, enviados por el esposo de Carolina, han llegado a Coney Island, buscándola con objetivos muy poco prometedores para su bienestar.
Es bien sabido que Allen construye guiones fascinantes que reflejan la voz y contundencia que ha ido construyendo a través de su carrera, llenos de recovecos, de personajes cautivadores y de tramas que bien puede ser cómicas, profundamente complejas y hasta desgarradoras, y en “La rueda de la fortuna” nos ofrece un logrado ejercicio que inicia como una divertida historia de amor y que poco a poco va convirtiéndose en un inquietante estudio sobre las frustraciones, la infelicidad y las decisiones que a veces somos capaces de tomar para evitar perder la ilusión de una existencia falsa, artificial, pero que bien servía de engaño para soportar, para seguir aguantando, para no fallarle a lo que alguna vez se pensó sería la fuente de una vida plena y resultó traicionándonos.
Uno de los elementos en los que es necesario prestar especial atención es en la Ginny de Kate Winslet, con quien Allen y la actriz inglesa construyen un personaje complejo, doloroso, en quien además el director aprovechará para homenajear a algunso de los grandes personajes femeninos del Hollywood clásico; ya sea Mildred Pierce (interpretada por Joan Crawford en la película homónima de 1945 y posteriormente por la propia Winslet en 2011), o a la monumental Norma Desmond de Sunset Boulevard (Billy Wilder, 1950). El vórtice por el que Ginny se verá arrastrada, en momentos por decisión propia, no será fácil de digerir para los espectadores. Allen ha vuelto con uno de sus más interesantes personajes femeninos y uno que seguramente dará mucho de que hablar en la próxima temporada de premios. Un personaje difícilmente olvidable, que deja un sabor amargo y al que es difícil juzgar. Bastará acompañarla dentro de este torbellino en el que se convertirá su vida y del que nadie, ni dentro ni fuera de la pantalla, podrá salir indemne.
A sus 81 años, Allen se mantiene tan vigente y audaz como en sus mejores épocas. El saber que el director continúa creando personajes de este calibre, explorando las formas de hacer cine y realizando incansablemente películas atractivas, es un indiscutible motivo de celebración. Hay razones y tiempo para enamorarse de “La rueda de la fortuna”. Mientras esto ocurre, Allen ya tiene otro as bajo la manga: “Un día lluvioso en Nueva York”, su película número 45, que ya nos espera para recibirnos en 2018.