Por Pedro Paunero

El concepto inglés de Joyride -traducido literalmente como “Conducir por placer”-, significa, actualmente, abordar un vehículo, solo o con amigos, salir a carretera y disfrutar todos los aspectos del viaje. La emoción del joyride corresponde, eminente y evidentemente, a un espíritu juvenil y como tal, su aspecto oscuro se revela en un ansia, no siempre consciente, de auto destrucción. Conducir motocicletas a altas velocidades, en pos de una libertad siempre idílica y, por ello, inalcanzable, es el motivo de “Easy Rider” (Dennis Hopper, 1969), quizá la película más importante del subgénero de las Road Movies, incluida, al mismo tiempo, en la categoría del Bikersploitation, a la cual definió y ayudó a formar. Todo un símbolo de la Contracultura, se trata del más libertario de los filmes del movimiento del Nuevo Hollywood (1), cuyos antecedentes, no obstante, podían rastrearse en filmes como “El salvaje” (The Wild One, László Benedek, 1953), que cimentó la fama de Marlon Brando, y “The Wild Angels” (1963), del indefectible Roger Corman, “padrino” verdadero del Nuevo Hollywood, y “Psychomania” (aka. The Death Wheelers, 1973), una rareza dirigida por Don Sharp, director habitual de la casa Hammer, que comparaba la búsqueda de eterna juventud -a través de una banda de moteros suicidas-, con la imagen de muertos resucitados que, sin llegar a configurarse en la figura vampírica, lograrían la ansiada inmortalidad, en una variante del “monstruo” que, en teoría, anida en todo adolescente (2) (3). El término derivaría del más antiguo Joy Riding, que fuera acuñado en agosto del año 1908 por un juez neoyorkino de apellido Wyatt (4), cuando sentenciara a un tal Charles A. Terrell, chofer de profesión, a cumplir condena de treinta días de prisión por haber tomado, durante el período de treinta horas, el auto de su empleador sin su permiso, atendiendo a la sección 675 del Código Penal, que alude a la destrucción de propiedad ajena. Joy Riding, entonces, para la criminalística estadounidense, designaba el acto vulgar del robo de autos, ganado como acto de rebeldía para la juventud posterior.          

“Teenage Hitchhikers” (1974), dirigida por Jerome S. Kauffman (con el seudónimo de Gerri Sedley), incide en los elementos que “The Hitchhikers” (1972), de Ferd y Beverly Sebastian, ya habían explorado (y explotado), a saber, tomar la parte más superficial de las Road Movies, mezclarla con una incipiente Comedia sexual adolescente (5), y una desprejuiciada picaresca femenina (6), para darnos una de las más descaradas muestras de lo que podríamos denominar como “Teenhitchsploitation”, un subgénero con características propias, dentro del marco más amplio de las Road Movies.

Los motivos de esta pareja de chicas cachondas son los mismos y, a la vez, contrarios, a los de Maggie (Misty Row), en la citada “The Hithchhikers”, un concepto que incluye el equívoco de tomarse a la ligera el peligroso mundo real, y un telón de fondo sexual e irresponsable. Si la embarazada Maggie de “The Hitchhikers”, huía de la reprimenda paterna, y se echaba a andar por la carretera, sin medir las consecuencias, Mouse (Chris Jordan como Kathie Christoper) y Bird (Sandra Peabody), viajan “de aventón”, hacia el Oeste, practicando sexo con quien se les ponga enfrente, siempre que ellas puedan manejar la situación, para alcanzar una meta que ni se menciona, ni tiene importancia.

Al principio las vemos caminando por la orilla de una carretera mojada. Los vehículos que las ignoran las salpican, pero en el cambio de escena las vemos tan frescas, limpias y alegres, como si la suciedad, el polvo, la lluvia o el sudor del trasiego, no las afectara. Y este es el rasgo principal de esta película, la alegría que la impregna -si hacemos de lado todos sus errores de continuidad-, importándole muy poco la congruencia a un guion (escrito por el mismo director, valiéndose de otro seudónimo), donde priman los desnudos y situaciones inverosímiles.  

Se detiene una van, repleta de hippies cantantes, que les proponen sexo y la incorporación inmediata a su compañía de groupies, que yacen desnudas por todo el interior. Nuestras heroínas rechazan la oferta y se quedan en la carretera, una vez más. Encuentran un río al que se internan para pescar. La escena, aparte de exhibir las camisetas mojadas y las pantaletas de las autoestopistas, se resuelve en una pesca de trucha tan ridícula como sugerente, pues Bird logra “atrapar” al pez dentro de sus calzones, que aletea prisionero, encajado entre la tela de la prenda interior, y su sexo.

La sucesión de desnudos continúa en una cafetería, en la que le ofrecen a un cliente y al dependiente, que se presenta como Keily (Donald Haines), un baile en ropa interior a cambio de comida, pero se topan con la inutilidad de esta táctica y se lanzan, de nuevo, al camino. Los autos pasan raudos, como si ellas no existieran y, desesperadas, no les queda otra que espetarles insultos homofóbicos a los conductores, hasta que se les ocurre atacar más impúdicamente, usando para ello sus traseros, pintándose y compartiendo las letras W E S T, lo que realmente funciona, y obliga a detenerse a un vendedor de lencería (¡por supuesto!) de nombre Dick Daggert (Peter Carew), a quien se turnan en montar (entre cambio y cambio de ropa), las dos chicas. Un policía los detiene, y como atendiendo a esa visión setentera del Amor libre, deja ir al vendedor y advierte a las viajeras que tengan cuidado con un violador suelto por esos lares. A las muchachas debe importarles poco, sabiéndose diestras en el arte de evadir depredadores sexuales (por otro lado, los contados depredadores son todos unos buenazos en el fondo, según la diégesis irresponsable de la película), pues las vemos en la escena siguiente en un bosque.

Bird, con una batita encima que apenas le llega a las caderas, lee una novela erótica, recostada sobre un costado, y Mouse, que lleva una batita floreada, luce unos tubos para rizar en el cabello. El tono con el que se filma la persecución que se da a continuación demuestra que Kauffman era un director competente, que bien pudo dedicarse a otro tipo de cine. El violador (Ric Mancini), trata de atrapar a una chica de nombre Jenny (Nikki Lynn), pero Bird se le aparece desnuda y de perfil, recortada sensualmente contra un árbol, con el libro en una mano y una manzana mordida en la otra, cual Venus forestal. Intercambian algunos diálogos alusivos a la impotencia sexual del sorprendido atacante y, por haberse internarse este mismo en esa parte del bosque, a la violación (valga el juego de palabras) de la propiedad privada de una supuesta “Escuela para señoritas desobedientes”. Dicha arma verborreica surte efecto, por lo que el tipejo es embaucado por la astuta muchacha y se deja atar al tronco de un árbol.          

Cuando el chofer de un auto lujoso las instiga a abordarlo, y la propietaria, una mujer madura, se les presenta como Toni Blake -interpretada por Claire Wilbur, ganadora del Óscar y, tiempo después, activista por los derechos animales-, adivinamos que se trata de una lesbiana depredadora que se dedica a buscar jovencitas por los caminos. Lleva a las chicas a su mansión, donde Bird se le entrega primero en una escena cándida, casi pastoril, toda caricias, pero empalagosa. Luego será Mouse quien se revuelque por el pasto con ella, terminando con pedazos de pasto pegados en las nalgas. Los manoseos y jugueteos continúan cuando Mouse la acompaña a un baño de tina, mientras la nostálgica Jenny se refugia en la biblioteca de la mansión.

Ahí extrae de su bolso de viaje una fotografía enmarcada de su novio, y se pone a recordar idílicos momentos campiranos pasados con él. Los desnudos frontales abundan en esta escena, y comprobamos que Jenny, aún con todo y su dolor sentimental, ha podido robar objetos de valor de casa de la pulposa Toni. Las tres se encuentran de pronto en los terrenos de los Autos Clásicos Farquart -como toda escena en el filme, hay un toque mágico en el cambio de locaciones, que resulta incluso encantador, y que recuerda lejanamente al “Mago de Oz” de Judy Garland y sus estúpidos amigos, deambulando por el “Camino amarillo”, hacia las posesiones del mago-, consistente en una colección de chatarra diseminada por el área, que nuestras queridas muchachas se encargarán de revisar, por si sirviera algo. Entonces, de uno de los destartalados vehículos, aparece el tal Farquart (Kevin Andre, bajo el seudónimo de Carter Courtney Jr.), subiéndose la cremallera, para aclararles que duerme en uno de los autos, usa de cocina otro y así sucesivamente, repartiendo lo que sería su “hogar” entre todo el amontonamiento de fierros oxidados. Sexo interrumpido mediante, las chicas se hacen con el automóvil deseado.    

El cambio de tono, cuando las autoestopistas participan en una orgía, se percibe demasiado brusco. Hemos entrado, de lleno, en los terrenos del softporn, con escenas tan atrevidas que, por instantes, rayan en el hardcore. Se sabe, de hecho, que los extras que participaron en la película fueron actores porno de la escena neoyorquina. Se reconoce a Erik Edwards y Marc Stevens quienes, aunque aparezcan sin acreditar, eran lo suficientemente célebres en dicha industria como para ser reconocidos en un cameo. Cunnilingus, felaciones, y otras destrezas sexuales kamasutrícas (fingidas o no), convierten el filme en un producto de su época -los “Salvajes setenta”-, con su violencia extrema, masculinidad desbordada, feminismo equívoco, drogas, carreteras, y sexo, mucho sexo, que hoy resulta políticamente incorrecto y, por ello, gratificante, para una era hipócrita como los tiempos que corren. Mueve a reflexión que la teórica “liberación sexual”, llevada a la práctica por toda una generación, desembocara, en los años ‘80s, en un cine infantilista, si bien gozoso, obligado a ser recatado debido a la pandemia del SIDA, que barrió con esa peligrosa libertad, contagiosa, pero siempre destructiva, de los filmes del “Verano del amor” y el “Power Flower”, y hoy suframos las consecuencias, con una “Blancanieves” progre y detestable.    

Kathie Fitch (la actriz rubia, alta y delgada que responde al nombre de Mouse), se uniría al numeroso elenco de la película que usaría un seudónimo al momento de plasmar su nombre en los créditos. Aparece aquí como Kathie Christopher, empero, al convertirse en una actriz habitual de Joe W. Sarno, de quien me he ocupado en un ensayo sobre las distintas edades del Cine Sexploitation (7), usaría el de Chris Jordan, como en el caso de la Swinger Movie, “Confessions of a Young American Housewife” (1974). Dicho director gozaba de la fama de filmar escenas de sexo real con sus actores, después editarlas y, finalmente, presentarlas de una manera estética, de muy buen gusto, para que pasaran la censura. En “A Touch of Genie” (1974), del mismo Sarno, Fitch interpretaría a una genio que le concede cinco deseos (en consideración a la inflación de aquellos años) a un tipo apocado que mata su tiempo viendo cine pornográfico el cual, como es de esperarse, no pide otra cosa que convertirse en Porno Star (la película es una parodia aprovechada de la popular serie televisiva “Mi bella genio”, que se consideró entre los filmes perdidos del director, hasta inicios de siglo, en que se recuperó una copia en mal estado, vendida en eBay por un coleccionista), en la cual usó el seudónimo de Karen Craig.

Para entonces, su filmografía incluía la película “Blue Summer” (aka. Love Truck, 1973), dirigida por el prolífico cineasta de explotación Chuck Vincent, que narraba las aventuras de dos chavales que, un buen día, deciden salir en una furgoneta a la que le pintan motivos hippies (como flores y mariposas) y a la que bautizan con el esclarecedor nombre de “Meat Wagon”. La película es un ejemplo claro de otra categoría enmarcada dentro de las Road Movies, propiamente dichas, la del “Vansploitation”, que aprovechara el auge de este tipo de vehículos entre la juventud de esos años, para rodar películas como “The Van” (1977), dirigida por Sam Grossman, en cuya trama cabían enamoramientos juveniles, carreras de autos y, por supuesto, una van tuneada (elemento indispensable de la categoría) y, sobre todo, mucho sexo y drogas y “SuperVan” (1977), dirigida por Lamar Card, cuya historia se desliza, decisivamente, hacia la Ciencia ficción, con una furgoneta a la que hacen llamar The Sea Witch, como un personaje más del reparto que, al final, cuando el protagonista la ve perdida, sustituye por un vehículo futurista (esta vez nombrado Vandora), capaz de moverse con energía solar, y que va equipada con rayos láser. La película fue tan exitosa que su merchandising incluyó la venta de reproducciones a escala de las furgonetas. Como dato curioso, Charles Bukowski hizo un cameo en este filme, con el cual se consiguió alcanzar a uno de los puntos culminantes dentro de esta rara categoría cinematográfica.

También cabe citar a “Van Nuys Blvd.” (William Sachs, 1979), que contaba con Cynthia Wood, la Playmate del año 1974, como parte de su elenco principal, en una historia en la cual los choques espectaculares de vehículos derivaban al absurdo más increíble y que, a pesar de ello, resultaría ser el mejor de todos las cintas “Vansploitation”. Esta categoría fue de muy breve duración, y todos los filmes se enmarcan en la misma década de los ‘70s, en un tipo de cine que reemplazó al inmediatamente anterior, demasiado cándido y bobalicón, el de las “Beach Party Movies” (8), con un cine que anunciaba la Comedia sexual adolescente que daría, irónicamente, en la siguiente década, películas abiertamente sexuales, como el clásico de inevitable mención, “Porky´s” (Bob Clark, 1981), ya encuadradas en la edad dorada del cine infantil, con su sacerdote, Steven Spielberg, y su acólito George Lucas, a la cabeza.

Sandra Peabody (la atractiva y alocada morena “adolescente” que responde al nombre de Bird, y que tenía, en realidad, veintinueve años cuando interpretara al personaje), sería más recordada por su papel en “La última casa a la izquierda” (Last House on the Left (1972), la cinta que marca el inicio de Wes Craven como director. Le daría un vuelco completo a sus inicios en el cine, retirándose de los papeles sexuales y del Slasher, al ingresar a la American Academy of Dramatic Arts, donde enseñaría teatro a los niños para dedicarse, poco después, de lleno a la televisión infantil, con series como “Peabody”, que se hiciera acreedora del Primetime Emmy Award, y abocada a desarrollar el talento de los niños participantes. La evolución de la carrera de Peabody es ejemplar, y prueba cómo el contingente cotidiano puede ser vencido por la voluntad, aun cuando demande mucho esfuerzo. Antes de “Teenage Hitchhikers”, ya contaba con otros títulos en los cuales la explotación (sexual, eminentemente) se aunaba a la trama terrorífica, y que serían estrenados posteriormente a “La última casa a la izquierda”, como “ The Filthiest Show in Town” (1973), dirigida por Richard y Robert A. Endelson, que no es sino un intento -bastante despreciable- de parodiar los juegos de citas, que se vendería (sin éxito) como una cinta en la que actuaba Peabody, precisamente, después que la película de Craven resultara un éxito taquillero, “Massage Parlor Murders!” (Chester Fox y Alex Stevens, 1973), otra bagatela ganada para el culto, cuyo título se cambiaría al más sensacionalista (y desvergonzado) de “Massage Parlor Hookers!” y “Legacy of Satan” (1974), dirigida por Gerard Damiano -el cineasta que nos dio joyas del “porno chic” como “Garganta profunda” (Deep Throat, 1972) y “El diablo en Miss Jones” (The Devil in Miss Jones, 1973)-, que tenía en mente lanzarla como una más de sus películas porno, pero que decidiera editarla para hacer de esta un thriller conveniente. La actuación de Peabody en la película de Damiano sería, no obstante, la que le valdría a nuestra actriz un aura de respetabilidad, si tal cabe, cuando se la llegara a comparar con Marilyn Burns, la estrella de “La masacre de Texas” (The Texas Chain Saw Massacre, Tobe Hooper, 1974), estrenada poco antes.

Sobre Jerome S. Kaufmann, con quien Peabody mantendría una amistad sostenida por correspondencia, después de terminar el rodaje de “Teenage Hitchhikers”, sabemos que tiene en su haber algunos otros filmes de explotación, firmados como Claude Goddard, en un guiño irónico, nada sutil, hacia el respetado Jean-Luc. Moriría a la venerable edad de 96 años, en el 2021.

“Teenage Hithchhikers” tiene el mérito de figurar en la célebre lista de títulos de cine “grindhouse” preferidos por Quentin Tarantino. No es de extrañar, dada la cantidad de escenas en las cuales las chicas protagonistas aparecen -desnudas o no- echadas sobre sus espaldas, con las piernas abiertas y un hombre en medio, fingiendo tener sexo. Y mostrando los pies descalzos, obviamente.

Para saber más:

Lee la primera parte aquí:

“«The Hitchhikers», el cine de explotación toma las carreteras” por Pedro Paunero

  • Auge y caída del Nuevo Hollywood por Pedro Paunero
  • Rebeldes del espacio y otras oscuras metáforas de la juventud en el cine (I) por Pedro Paunero
  • Día de Muertos: Boris Karloff en Motocicleta, y otras truculencias del Cine de Terror Adolescente por Pedro Paunero
  • “To Prison For ‘Joy Riding'”. The Gazette Times. August 13, 1908. Retrieved 13 August 2018.

https://news.google.com/newspapers?id=a01RAAAAIBAJ&sjid=gWcDAAAAIBAJ&pg=5106%2C2719608

  • La comedia sexual adolescente, un viaje a sus orígenes por Pedro Paunero
  • «Adorables revoltosas»: la comedia sexual adolescente adquiere rostro de mujer por Pedro Paunero

https://www.correcamara.com.mx/adorables-revoltosas-la-comedia-sexual-adolescente-adquiere-rostro-de-mujer

  • “Las distintas edades del «Cine Sexploitation»” por Pedro Paunero

https://correcamara.com.mx/las-distintas-edades-del-cine-sexploitation-2

  • “Playa de terror: Cinco visiones cinematográficas” por Pedro Paunero

Por Pedro Paunero

Pedro Paunero. Tuxpan, Veracruz, 1973. Cuentista, novelista, ensayista y crítico de cine. Pionero del Steampunk y Weird West. Colabora con diversos medios nacionales e internacionales. Votante extranjero de los Golden Globe Awards desde 2022.