Por Jean-Pierre Garcia
Desde Cannes 2019 (exclusiva)
Una vez más, Ken Loach y su guionista Paul Laverty nos proponen una mirada profunda y sutil sobre la vida del mundo laboral inglés. «Sorry We Missed You» es una obra muy potente cuya trama y temas valen para gran parte de Europa.
En Newcastle, al noreste de Inglaterra, Amy y Ricky son una pareja de clase media baja subempleados, o sea, obreros que tenían una plaza fija que han perdido y hacen pequeños trabajos independientes. Son padres de un hijo de 16 años y de una hija de 12. La familia es muy unida y amorosa, hasta que el padre, harto de sus trabajos de contratos cortos, decide ser «su propio dueño», o por lo menos entrar en un sistema de franquiciado. Tiene que comprarse una camioneta y trabaja como «repartidos» de paquetes más o menos pesados para una empresa.
Teóricamente tiene que entregar en tiempo varios envíos a clientes en toda la ciudad. Pronto se da cuenta que la ausencia de contrato laboral lo hace trabajar seis días por semana durante un promedio de 14 horas, si quiere ganar su vida.
Casi es una circunstancia similar la que vive Amy, su esposa, responsable de atender a un anciano que necesita ser cuidado, lavado, limpiado y protegido (contra sí mismo, pues muchas veces se deprime). Amy trabaja para una agencia privada contratada por la alcaldía local, pues estos servicios de ayuda a las personas inválidas fueron privatizados en los tiempos de la malvada Margaret Thatcher.
Amy y Ricky son parte de este mundo obrero que en tiempos de desarrollo tenían salarios correctos (y de cierto modo garantizados) ; ahora sobreviven y al menor problema pueden perderlo todo y encontrarse en la calle. La crisis bancaria de hace unos años los hizo entrar en el mundo de la precariedad social.
Con mucha atención, sin caer en el estereotipo, dejando de lado los discursos comprometidos, Ken Loach nos hace entrar en un universo muy especifico y nos da mucho que pensar. La dramatización de los actos de esta familia nos hace entrar de modo progresivo en una realidad muy inquietante. Y no se trata ni de gente adicta a alcohol o drogas, ni de perezosos que quieren vivir a cuesta de la sociedad. Hay amor, ternura y cuido de los padres para sus hijos. Amy y Ricky son una familia común y corriente que tienen problemitas con el hijo adolescente en su crisis de la edad.
El ritmo de trabajo al cual están sometidos los hace alejarse —de facto— de sus hijos. De allí vas a surgir el drama y vamos a ver lo cruel que es el dueño de la franquicia. De cierto modo, Ken Loach nos dibuja el retrato de los trabajadores de hoy, nos expresa el sentido moderno de la palabra explotación. Lo que tenía que liberar a los hombres y las mujeres, permite que sean todavía más explotados, más miserables.
Los actores son casi todos no profesionales pero son dirigidos hábilmente por el gran maestro inglés; la dramatización y la puesta en escena son precisas y no complacientes. Se trata aquí de cine, auténtico y comprometido con el mundo actual. Es evidente que para quien deseé saber algo preciso y muy real sobre los últimos cincuenta años, no hay otra que de mirar la obra del Maestro Loach. Todavía es pronto para decir que Ken Loach se ganará su tercera Palma de Oro en Cannes. Pero es seguro que vamos a verlo en buen lugar en el célebre Palmares de Cannes.