Por Renee Ylizaliturri

Los humanos sabemos muy bien que el hambre puede convertirnos en seres que no planeamos ser. Esa premisa es la que detona la trama de la película “El Hoyo”. Una mañana, un recluso (Goreng) se despierta en una celda construida íntegramente de concreto marcada con el número 48. Él tiene un nuevo compañero de celda (Trimagasi) quien recién ha llegado. Él le explica —con algo de fastidio— cómo funciona la prisión: la comida se suministra a los presidiarios piso por piso a través de una tribuna. Conforme se va descendiendo, los reos de los niveles inferiores sólo pueden comer las sobras de los pisos superiores. Está prohibido guardar comida, o más bien dicho, no se puede ya que la cárcel cambia de temperatura de muy caliente a fría si se conserva algún alimento aunque sea una miga. Los delitos que pagan los reos no los convierte en unos seres viles. Tienen entrañas y a veces hasta se muestran sentimentales.

Desde tiempo inmemorial, la lucha por comida ha sido como una parábola de la diferencia de clases sociales; desde aquellos que comen los mejores manjares hasta quienes apenas tienen un pedazo de pan duro que llevarse a la boca en el mejor de los casos. También es un conflicto entre lo que la gente considera justo, o por lo menos correcto y lo que se considera incorrecto, por no decir ruin.

El alma de las personas tiene móviles muy recónditos y a veces inexplicables. Todos los tenemos. Los manifestamos al dejar que nuestros instintos salgan a la luz. La sangre que corre por nuestras venas nos impele a hacer cosas que después lamentamos. Es un combate constante entre nuestras entrañas y nuestras neuronas. No hablamos de predicar virtudes, sino de propagar un comportamiento decente. El propósito de la película no es el de dar un sermón a la audiencia, sino el de reflejar un aspecto muy común de la conducta de los mortales haciendo énfasis en su parte más oscura.

“El Hoyo” es un filme del año 2019 dirigido por Galder Gaztelu-Urrutia y es de lo mejor que ha dado el cine español en fecha reciente. A algunos espectadores puede parecerles que los recursos cinematográficos están reducidos al mínimo pero el talento histriónico abunda. En los roles estelares están Iván Massagué, Antonia San Juan, Zorion Eguileor, Emilio Buale y Alexandra Masangkay. Se encuentra disponible en Netflix.