Por Jon Apaolaza
Noticine.com-CorreCamara.com

San Sebastián. El cineasta Alex de la Iglesia ha mirado hacia atrás, a sus orígenes vascos y a su amor por el comic, en la desmadrada comedia misógina “Las brujas de Zugarramurdi”, un espectáculo irrevente, ágil, sexy, muy divertido y al que sólo le falta un poco de contención para ser una obra redonda. Con una escena final -la del akelarre brujil- más corta hubiera ganado en efectividad. Lo lógico es que estemos ante el éxito del cine nacional en el otoño-invierno y ante una de las mejores cintas del autor de “El día de la bestia”.

Un hombre (Hugo Silva) tan desesperado como para llevar a su hijo de menos de diez años a un atraco, y para que éste se lleve a cabo en plena Puerta del Sol en hora punta, junto a una peculiar “banda” de víctimas de las mujeres, acabará echándose a la boca del lobo en el corazón de la brujería vasca, intentando huir hacia Francia. Claro que algunas brujas son más brujas que otras, y por mucho que sean capaces de amargarle la existencia a cualquier hombre, éste dificilmente podrá esquivar su poderoso influjo, y la atracción adictiva que el elemento femenino provoca en el masculino.

Si muchas de las reflexiones y diálogos que los personajes centrales declaman en relación con sus oponentes de sexo son jocosamente misóginos, no cabe duda de que De la Iglesia no siente tampoco la menor piedad por ellos. Los vapulea, tortura, encierra, aterroriza y -lo que es peor- los desnuda en sus miserias personales. Son perdedores, víctimas sin la suficiente inteligencia o raciocinio para sobreponerse a las dificultades con una mínima dignidad. Estamos (los hombres) en manos de nuestras mujeres o exmujeres, y somos tan idiotas como para hacernos la ilusión de que “mandamos”, cuando está claro quién tiene la sarten por el mango.

El realizador bilbaíno y su cómplice en la escritura Jorge Guerricaechevarría apuestan por la risa en muchas de sus variantes, desde la situación a la frase ingeniosa, pasando por el chiste visual, sobre todo en una primera mitad de la película de una brillantez y ritmo que enganchan al espectador, y con la complicidad de un gran grupo de actores de varias generaciones muy bien conjuntado. Nadie desentona. Hugo Silva demuestra que la comedia se le da de miedo (nunca mejor dicho), hasta el punto de hacernos olvidar su nada creible personaje en “El cuerpo”. Mario Casas es capaz de reirse de sí mismo en el papel de un “guaperas” de bastante limitadas neuronas. Carolina Bang hace resquebrajarse las paredes, literalmente, con su papel de bruja joven, rebelde y seductora, cuyo tronío y contundencia física no evita que tenga un corazón de oro. De Carmen Maura sólo podríamos esperar lo que siempre brinda: efectividad y credibilidad. Es una reina de las brujas encantadora, educadísima… y cruel. Como producto coral, podríamos citar a una fauna de personajes masculinos y femeninos no menos convincente.

La factura técnica de “Las brujas de Zugarramurdi”, por su parte, resulta irreprochable. Tal vez Alex haya querido amortizar sus escenas de masas con cientos de enfervorizadas mujeres celebrando un akelarre a base de repetir los travellings con cámara cenital. Esa parte final de la película se prolonga más de la cuenta, en un claro desequilibrio respecto del arranque, en el que cada plano está en su sitio, sin que nada sobre ni resulte redundante. Es un lastre, pero incluso con él a cuestas, las brujas y sus masculinas víctimas nos hacen pasar un rato excelente de diversión y guerra de sexos, en la que nadie merece ganar.

Por S TP