Por Manuel Cruz
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Acapulco. Es fácil ver al Festival Internacional de Cine Acapulco como algo más que un festival de cine. Se nota en la intención de sus organizadores desde el principio: una semana que incluye a Sylvester Stallone y todos sus mitos, presenta a Martha Higareda como guionista por segunda ocasión, y planea clausurar con “Her”, del aclamado Spike Jonze.
Es más que cine por lo ocurrido en este tercer día: tras la proyección matutina de ¡Shhh!, cinta nacional que silencio a sus pocos espectadores por cortesía usual, y los dejó posteriormente en ataques de furia sobre lo horrible que es, el enfoque se centró en la noche: porque hace 50 años, Acapulco trajo entre otras estrellas a Elvis… y hoy lo trajo de vuelta. Un poco más gordo, con patillas que pondrían nervioso a cualquier persona no nacida en los 80’s y ropa de suficiente ajuste para reflejar el sudor de su frente (en una pantalla gigante con 2000 personas viendo). La exhumación ocurrió en la Quebrada, icónico lugar de Acapulco que podría servir como buen espacio para realizar informes de Gobierno, y darse un buen chapuzón a las rocas en caso de que los resultados anuales no sean satisfactorios. Pero esta es sólo una idea. Esta vez, se contaba con un grupo de clavadistas que tras minutos de calentamiento y preparación, se lanzaban una y otra vez. Del otro lado, con la Orquesta Filarmónica de Acapulco y bajo la dirección del maestro Eduardo Álvarez, Héctor Ortiz (es decir, Elvis) entró en escena.
Es en momentos como este que veo a FICA como la intersección entre el cine, el glamour y la nostalgia perdida. La idea de imitar a un ícono del rock junto a una peña enorme donde el riesgo de morir es uno a mil ciertamente es sarcástica, y un poco extraña. Pero al final produce entretenimiento, quizás el enfoque más profundo de este festival.
Es una idea que aún sufre de retrasos por la organización, aunque no tan radicales como días atrás. Sin embargo, por más tarde o temprano que sea, nunca conviene quedarse sólo en el camión de prensa, como llegué a aprender.
Una vez que la puerta del Volvo se cierra, las posibilidades de escapatoria son pocas. Considerando que nadie te escucha y, como pude notar ya afuera: las ventanas no se abren y son completamente obscuras, no es descabellado imaginar a estos encantadores camioncitos verdes como herramienta ideal de negocios para los narcos y/o demás profesionales en el oficio de la matanza. Pero una vez más, esto sólo es una idea.
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