Por Hugo Lara Chávez
Para 1954, año en que se realizan “El tesoro de Pancho Villa” y “El Secreto de Pancho Villa”, de Rafael Baledón,, lo mejor de la época de oro ya había pasado y el cine nacional estaba entrando en un lento declive que se agravaría en las décadas siguientes. Sin embargo, todavía era una industria que caminaba a buen paso, con distribución internacional y con la mayoría de sus grandes figuras vivas.Algunos de los géneros tradicionales del cine mexicano comenzaban a agotarse, en especial la comedia ranchera, pues el país se estaba trasladando aceleradamente del campo a las ciudades y el mundo rural perdía primacía. Algunos productores buscaron innovar con variantes del género (como el western mexicano) o con nuevas propuestas (el cine de luchadores), que justo en esa década inició su apogeo.
El cine épico de ambiente revolucionario aun se mantenía en el candelero gracias a figuras de ceja alzada como María Félix o Pedro Armendáriz, que gustaban de tomar parte en esas grandes producciones, épicas y grandilocuentes, o lo que alcanzaba para ello dentro de los presupuestos nacionales.
Sin embargo, frente a la avasalladora competencia de Hollywood que regresaba de la Segunda Guerra Mundial con más fuerza que nunca, la industria fílmica mexicana se retrajo día a día, pues perdía espectadores y dinero. Los productores reaccionaron de una forma suicida: decidieron mantener la cantidad pero sacrificando la calidad de sus filmes, redujeron los tiempos de rodaje y abarataron la producción (escenarios, vestuarios, iluminación, etcétera), al tiempo en que pidieron a sus escritores y guionistas trabajar con rapidez en nuevas historias, más imaginativas y con temas “de actualidad”.
En este contexto, comienzan a producirse seriales que buscan satisfacer la demanda de los cines populares tanto de México como del mercado latinoamericano. “El tesoro…” y “El secreto de Pancho Villa” son ejemplo de este tipo de productos, donde se experimenta tanto a nivel de géneros como en la economía de su modelo de producción.
Ambas películas son una mezcolanza de géneros: aventuras, terror, fantasías y cine de luchadores, en el contexto de la revolución mexicana.
La dirección es de Rafael Baledón, con un guión de Ramón Obón y la producción de Luis Manrique. Dos aspectos relevantes tienen que ver con el origen y la generación tanto de Baledón como de Obón. Mientras que el primero nació en Campeche en 1919 y el otro en Costa Rica un año antes (1918), pertenecen a una generación que ya no le tocó vivir la revolución directamente , a diferencia de los grandes cineastas de la generación anterior (Contreras Torres 1899, De Fuentes 1894, Bustillo Oro – 1904, Emilio Fernández – 1904). Además, Obón provenía del país centroamericano y se había establecido en México en 1942, es decir, 20 años después del fin de la gesta. Esa distancia es muy evidente en la dos películas que nos ocupan, donde prácticamente se atienden las referencias básicas alrededor de Pancho Villa, y ya todo lo demás se abre a cualquier licencia creativa del director y su guionista.
“El tesoro de Pancho Villa” es una trama rocambolesca: un grupo de soldados villistas al mando del comandante Méndez ocultan el tesoro que Pancho Villa, cual Robin Hood, ha formado con lo que le ha arrebatado a los ricos para dárselo a los pobres. Después de cumplir con su misión, los villistas son emboscados y asesinados, pero Martínez alcanza a escribir con sangre una “S” como pista del lugar donde ocultó el tesoro. Al enterarse de la tragedia, Villa (Víctor Alcocer) acude con su tropa al lugar de la emboscada y promete encontrar al culpable y recuperar el tesoro, para lo cual comisiona al mayor Méndez (Rodolfo Landa) y al soldado Lauriano (Pascual García Peña). En paralelo, un gran villano enmascarado es informado por sus esbirros sobre la existencia del tesoro y de la famosa pista de la S y ordena encontrarlo. Por su parte, el mayor Méndez y su ayudante comienzan sus indagaciones y llegan a la casa de Sara (Alicia Caro), hija del fallecido comandante Martínez. Sara, que vive con su hermanito Polilla (Gabriel Sánchez Tapia), también reciben la visita de los esbirros del villano, quienes pretenden forzarla a que les revele el lugar donde está el tesoro En esta situación aparece otro enmascarado, La Sombra Vengadora (Fernando Osés), un justiciero que busca esclarecer el crimen y ayudar a la causa villista, quien se enfrenta a los villanos en defensa de Sara y Polilla. Después de varias peripecias y peligros (incluyendo el ofrecimiento de Villa de su ejército fantasma para que el héroe derrote a los federales) La Sombra descubre que el villano enmascarado es el padrino de Sara, quien a cambio de dinero revelaba a los federales los movimientos de las tropas villistas para que los emboscaran.
La película tiene una trama llena de persecuciones y peleas, donde La Sombra Vengadora, encarnada por el luchador, actor y guionista de origen español Fernando Osés, hace gala de sus facultades luchísticas en el medio rural, montando su cabalgadura Rayo de Plata y convirtiéndose en el mejor amigo del niño Polilla, su cómplice incondicional.
Por su parte, en “El secreto de Pancho Villa”, la historia continúa cuando el mismísimo Centauro del Norte oculta el tesoro para atender aquella vieja divisa: “si quieres que las cosas salgan bien, hazlas tú mismo”. Pero las cosas no salen muy bien que digamos y Villa muere en la emboscada de Parral tiempo después. Sin embargo, antes de morir, distribuye entre sus personas de confianza cinco balas de bronces, cada una con una clave que permite descubrir dónde está ubicado el famoso tesoro. Entre las personas depositarias de las balas se encuentras los mismos personajes de la película anterior, el oficial Méndez, el niño Polilla y por supuesto La Sombra Vengadora, que es el encargado de reunir las balas tras la muerte del general. Pero a ellos se les opone un médico alemán que se entera del famoso secreto, cuando atiende al villano enmascarado de la película anterior que quedó desfigurado. El médico además dirige un grupo de espiritista que, con la ayuda de una máscara mortuoria que se aparece en los espejos, van apoderándose de las balas. Uno de los villanos se disfraza de La Sombra y eso crea aun mayor confusión. Hay otras subtramas, como la presencia de dos viejos impostores que fingen ser los abuelos de Sara y Polilla, a los que no conocían. Los personajes corren diferentes riesgos y peligros, pero al final triunfan sobre los villanos. En el epílogo, La Sombra vengadora y Polilla cabalgan por el campo, con la idea de hacer justicia.
El historiador Emilio García Riera en su Historia Documental describe así “El tesoro de Pancho Villa: “Incongruente y aberrante, esta especie de western incluye en su acción loca pero no mal filmada, un tráfico incomprensible de máscaras que lo mismo pueden cubrir rostros de buenos que de malos, y los esbirros van embozados nada más porque sí aun ante la presencia de su jefe”. Al parecer, García Riera fue engañado o víctima de un error pues en su reseña sobre El Secreto de Pancho Villa afirma que con ella “se cometió un fraude: no fue filmada al mismo tiempo que El tesoro de Pancho Villa, sino que es su repetición con mínimas diferencias”.
La verdad es que son dos películas con argumentos claramente distintos, lo que hace pensar que García Riera no tuvo posibilidad de constatarlo, por razones desconocidas.
Sin embargo, a pesar de sus evidentes limitaciones, defectos y absurdos, a la distancia ambas películas resultan entretenidas e imaginativas, disfrutables para un amplio público aficionado al cine de aventuras y de luchadores, como lo señala Rafael Aviña en su libro ¡Quiero ver sangre!:
“Las aventuras de La Sombra Vengadora y secuelas tienen un lugar reservado en el cine de culto nacional debido a su insólito traslado de los seriales de suspenso serie B al contexto rural. Resulta inquietante la extraña relación entre el cine de la revolución y el universo de las máscaras y la lucha libre. Además de los alardes acrobáticos de Osés, se integran a la historia algunos cocodrilos, la mismísima figura mitológica de Pancho Villa y, por supuesto, el contraste que hace el justiciero luchador de máscara negra cruzada por un rayo, con el ámbito revolucionario y rural, en un par de secuelas tan extrañas y extravagantes en las que La Sombra se adelanta a “Santo contra el cerebro diabólico” –el héroe que cabalga por la espesura en el caballo blanco Rayo de Plata…”
Cabe aclarar que La Sombra Vengadora, a diferencia de El Santo o Blue Demon, no fue un luchador profesional sino un personaje creado por el cine (a pesar de que en Bolivia hay un luchador con ese nombre, que posteriormente a las películas, adoptó esa identidad y su característico atuendo).
Otro aspecto curioso es el hecho de que el personaje de La Sombra Vengadora proviene de dos cintas anteriores también dirigidas por Baledón y escritas por Obón: “Las sombra vengadora” y “Las sombra vengadora contra la mano negra” (ambas de 1954), dos películas que, como lo establece Aviña, se aproximan más al policiaco, el thriller de acción y de suspenso con un luchador enmascarado de por medio, al que incluso jamás se le ve medir sus fuerzas en un ring”. Ambos filmes se ubican temporalmente en los años cincuenta, lo que convierte a “La Sombra Vengadora” en uno de los primeros luchadores capaces de viajar por el tiempo de una película a otra, pues en su caso retrocede 40 años hasta la revolución y no solo eso, resulta que su identidad desconocida pertenece a la de un misterioso revolucionario villista, como se revela en un par de secuencias donde cambia su sombrero y sus cananas por el disfraz de luchador.
Así pues, las películas dan lugar privilegiado a la acción mientras que la revolución resulta un escenario de fondo muy apropiado, sobre todo por la figura de Pancho Villa. No obstante, el director y el guionista se cuidan de volcar el conveniente discurso social de la revolución al final de cada cinta, presuntamente para complacer a la censura y justificar así la alusión a ese “sagrado” episodio de la historia.
En la primera, Pancho Villa platica con Polilla, a quien adoctrina paternalmente. Esto sucede cuando Polilla le pregunta a Villa si sabe quién es su amigo La Sombra y Pancho Villa le responde así: Sí, como no. No te lo puedo decir, porque juró no quitarse la máscara hasta no acabar con todos los asesinos y bandidos de estos campos. –Újule, pero si ya acabamos con todos, ya no queda ni uno. – No, mijo. Aun quedan muchos. Los asesinos de Barranca Honda no son únicamente los que dispararon contra mis soldados, son todos los que tiranizan al pueblo, y contra ellos luchamos. Si quieres que te diga quién es La Sombra, te diré cuál es su espíritu. Y así Sabrás quién es él y qué representa. Si amas los campos hermosos de tu patria, que cubre el más limpio azul del mundo, amarás también la libertad de vivir y la libertad de trabajar. Y si adoras todo esto, tendrás que aborrecer a todos aquellos que no quieren que las semillas crezcan, y tendrás que luchar contra ellos por ti y por tus vecinos, sin pensar en glorias particulares, unidos en una sola idea, confundidos en la Sombra. No preguntes pues quién es tu amigo, si alguna vez quieres verle el rostro, pelea hasta derrotar a los enemigos, y entonces, cuando los campos vuelvan a florecer, verás su rostro. Y su rostro es la paz, algo que no se entiende pero que se siente aquí dentro del corazón”.
En la segunda película, se repite el mensaje doctrinario (casi obligatorio en las películas revolucionarias de la época), pero esta vez con la graciosa imagen de La Sombra Vengadora en su caballo blanco junto al niño Polilla, enmascarado ahora igual que La Sombra, pero montado en un pony blanco. Ambos jinetes recorren una pradera mientras se escucha la voz de La Sombra que dice sobre el tesoro de Villa: “Es dinero del pueblo, sagrado, y lo devolveremos al pueblo de donde no debió haber salido nunca. Confiemos en los tiempos futuros y en que jamás tengamos que volver a esconder lo que por derecho y justicia le corresponde a sus dueños. Ojalá así sea. Y que el respeto al derecho ajeno, sea eterno, como la belleza y la paz de nuestros campos y la alegría innegable de nuestra gente”.
Conclusiones
Estas dos películas, que fueron estrenadas en pleno gobierno del presidente Adolfo Ruiz Cortines (1952-1958) estaban enmarcadas en un periodo de estabilidad política y económica en el país, aunque no libre de ciertos descalabros (al final de ese sexenio, se devaluaría el peso frente al dólar al pasar de 8.50 por 12. 50). No obstante, había un crecimiento importante a raíz del modelo de desarrollo estabilizador o Milagro mexicano aplicado desde 1954 y que funcionaría hasta 1970.
Sobre las películas en cuestión, hay que observar que a pesar de su candor e inocencia, tienen mensaje político que se evidencia sobre todo en los epílogos. En ellos, se refrenda el discurso oficial y populista en el que la revolución es vista como la lucha que ha permitido hacer justicia en México, aunque, a decir del mensaje, falta un camino importante por hacer. Esto puede obedecer, como lo mencionamos antes, a un ardid oportunista de los realizadores para agradar a la censura y evitarse cualquier problema.
Estos discursos, una vez pronunciados por Pancho Villa y otra por La Sombra Vengadora, son dirigidos al pequeño Polilla, detalle no poco relevante. Es de observar que estas películas eran dirigidas a un amplio público pero sobre todo a los niños. A reserva de un estudio con mayor profundidad, el hecho de que tuviera un importante protagonismo el personaje de Polilla era para establecer un vínculo más cercano con el público infantil, de tal modo que presumiblemente el discurso revolucionario también se dirige a ese mismo público de niños, para comunicarles la ideología y propaganda de la revolución (y del gobierno) y poder así seguir captando simpatizantes en las nuevas generaciones.
Por otra parte, llama la atención que los villanos del filme no provienen directamente de las autoridades del gobierno (carrancistas u obregonistas) sino de los mismos oficiales villistas que le son desleales a su jefe por corrupción y ambición (claro está, disimuladamente entendemos que están al servicio de “los federales”, sin saber bien a bien quiénes son esos). Es una solución muy conveniente a nivel de guión para así quedar bien con Dios y con el Diablo, pues ni se mancha la imagen del caudillo ni se lastima la imagen del gobierno.
En suma, estas modestas películas ofrecen buenas posibilidades de análisis más allá de su naturaleza de entretenimiento popular, que al fin y al cabo era su vocación y propósito. Dentro de su simpleza e inocencia, son filmes que poseen un mensaje de propaganda oficial, no sabemos si de forma inducida o no. Aun así, no se diferencia demasiado de producciones de mayor presupuesto que hacían lo mismo, como las películas protagonizadas por María Félix: “La escondida” (1955), “La Cucaracha” (1958), “Juana Gallo” (1960) o “La Bandida” (1962), por mencionar algunas, donde varias veces terminaba marchando entre la bola al tiempo en que hablaba de las carreteras, escuelas y hospitales que la revolución llevaría al pueblo hacia un país utópico y pujante, donde no cabría más ni el terror ni la fantasía.
VER: El terror y la fantasía en el cine de la revolución mexicana. Parte 1