Por Jean-Pierre Garcia
Desde Cannes (exclusiva)
No es fácil decidir y escoger la película de inicio de un festival, pues en un foro de este tamaño, la mezcla de públicos es la ley. Hay invitados de las industrias (del cine o del patrocinio), del mundo político y de las grandes oficinas públicas, hay gente que soñó toda la vida con subir la famosa alfombra roja. Esta diversidad explica bien que conmover o hacer brotar las lágrimas sea misión imposible.
Este año se necesitaba mucho optimismo en aquel palacio, a fines de provocar risas a carcajadas. Y es lo que sucedió. Thierry Frémaux y su equipo de trotacalles se dedicaron al sentido del humor. O más bien a un público harto de temas dramáticos, borradores de las miserias del mundo; mejor darle algo cómico, algo que mate las utopías y al mismo tiempo los lleve hacia el más preciso sentimiento loco de la vida, como resulta el filme inaugural “El segundo acto” (“Le deuxième acte”, de Quentin Dupieux, Francia). Ya sabemos que Dupieux se dedica a burlarse de sí mismo y de sus contemporáneos.
Aquí se unen unos cinco personajes: un actor ya envejecido a pesar de una larga carrera cinematográfica, una actriz muy joven y tan ambiciosa como caprichosa, otro joven actor, muy celoso del actor consagrado, un jovencito muy excéntrico y un bartender que sueña desde niño con ser actor en un film.
Los papeles de los actores constituyen más una serie de videoclips que una trama exitosa de un guion muy sencillo de entender. Entre ellos cinco se desarrolla, a pasos, el trabajo de filmación de una película muy específica. Todos deciden ir más allá de sus sentimientos. Hay momentos de espera feliz y de caricatura de la sociedad donde viven; otros que son de pura comedia absurda. Se critica mucho el mundo del cine y a sus representantes. Al final, nos quedamos con nuestro deseo de comedia y salimos un poco con hambre.