Por Pedro Paunero
Del director de cine y productor de televisión sueco, de origen egipcio, Tarik Saleh, célebre también como artista del grafiti, conocíamos “Metropia” (2009), una distopía animada, situada en el año 2024, que, como su título indica, se sitúa y desarrolla en una gigantesca red del Metro que conecta toda Europa, en los días en que el petróleo se ha acabado, los mercados han colapsado y el único personaje consciente de su situación, Roger, decide alejarse de la red, sólo para descubrir que es controlado por oscuros entes empresariales. Ayudado por la modelo Nina Swartzcruit resuelve el enigma de las voces en su cabeza: el control social en ese futuro se ejerce a través de una marca de Shampoo. Saleh contaba una historia trillada, engorrosamente lenta, en la que las pantallas de T.V. miraban a los sujetos que las miraban, en el más puro estilo Orwelliano, para hacerse del control de las ciudades europeas.
Con “Crimen en El Cairo” (The Nile Hilton Incident, 2017), nos sorprende con una narración ágil, como corresponde a un Thriller, que da cuenta de la investigación que realiza el policía Noredin Mostafa (el actor libanés de teatro y cine Fares Fares, que actuó previamente en “Rogue One”), encargado de esclarecer el asesinato de Lalena (Rebecca Simonsson), cantante en un club exclusivo, el Solitaire, en la absolutamente corrompida ciudad de El Cairo, los agitados días previos a la revolución del año 2011, que depuso al presidente Hosni Mubarak, quien ocupara el cargo por casi tres décadas.
La cantante Lalena es encontrada en una habitación del hotel Nile Hilton con el cuello cercenado; la única testigo del asesinato es una afanadora negra, de origen Sudanés, de nombre Salwa (Mari Malek), que reconoce a los implicados. Desde el principio conocemos la identidad del asesino, “el hombre de los ojos verdes” (Slimane Dazi) y al empresario de la industria de la construcción, Hatem Shafiq (interpretado por el actor y director Ahmed Selim), cercano a la cúpula del poder, implicado en lo que es, en realidad, un crimen pasional, ya que en la trama no es importante revelar la identidad del asesino sino plasmar una atmósfera y es, precisamente, ese retrato que hace Saleh de la urbe egipcia la que amenaza, por momentos, con opacar la historia. Esta decidida opción de su director de contar la resolución del crimen, a través del deambular de su personaje principal por esa ciudad ocre, sucia, de calles y viviendas empobrecidas y malolientes barrios de migrantes, en franco contraste con mansiones palaciegas, clubes de golf y departamentos de lujo (desde cuyos balcones se alcanzan a ver las pirámides de Guiza), inmersa en la hipnótica y hermosa llamada a la oración del almuédano, tiene la cualidad de conectar empáticamente con el mejor Cine Negro clásico y algunos títulos del Noir contemporáneo. Imposible no recordar, por ejemplo, el “Barrio chino” (Chinatown, 1974) de Roman Polanski, o la atmósfera personificada de la “Blade Runner” (1982) de Ridley Scott, que campean por este El Cairo de principios de siglo. La historia que narra, inspirada en el asesinato real de la cantante libanesa Suzanne Tamim en el año 2008, que condujo al encarcelamiento de un empresario y a un parlamentario egipcios, se ha contado ya -y demasiado-, en distintas ocasiones, lo que nos recuerda que todo género adolece de ciertos tópicos comunes que los caracterizan.
Noredin va de un lado a otro, fuma tabaco y hachís, se deja corromper y no duda, a la vez, en corromper, sobornar a otros policías, acostarse y, quizá, enamorarse, de Gina (Hania Amar), la otra cantante del club y amiga de Lalena, mientras su tío, el Jefe de la policía, Kammal Mostafa (Yasser Ali Maher), le encarga la investigación y lo asciende de puesto, entendemos, para que se olvide del asunto, declare un suicidio, y que cada quien obtenga un sustancioso botín, producto del chantaje. Todo esto a contrarreloj, mientras los migrantes sudaneses son asesinados, Gina es asesinada y Noredin sufre un atentado callejero, ametralladora mediante, desde una motocicleta en movimiento, su compañero es torturado por los otros policías y la Primavera Árabe estalla en un caos urbano que amenaza con tragarse la investigación, olvidarla y sepultarla en medio de la agitación callejera. Noredin, el policía corrupto, muta en Noredin, el antihéroe, cuando la revolución lo envuelve y se opone, sabiendo que habrá de perder, a su propio tío, que no es sino un engranaje más en la monstruosa maquinaria de corrupción del país.
Próxima a proyectarse en el Festival Internacional de Cine de Guadalajara, el 12 de marzo, antes de su estreno en cines mexicanos, “Crimen en el Cairo” no defraudará a los incondicionales del Cine Negro, que encontrarán todos los elementos típicos del género, con el añadido del exotismo de las locaciones y el trasfondo histórico de uno de los primeros y más importantes movimientos sociales de este decepcionante inicio del Siglo XXI