Por Lorena Loeza

Recordar la cinta “La Guerra de Los Roses” (D. DeVito, 1989) representa traer a la memoria una de las comedias negras más exitosas de la década de los 80.  Protagonizada por un Michael Douglas en su mejor momento y una deslumbrante Katlheen Turner, ambos dirigidos por el propio De Vito, que convierte la novela The War of the Roses de Warren Adler, en una aleccionadora fábula moral acerca de lo devastador que puede llegar a ser un divorcio en un mundo donde lo que priva son los intereses materiales por encima del amor.

La cinta de DeVito, en su momento, no tuvo ningún pudor en mostrar la violencia física, la agresión, los gritos y el instinto asesino cuando todavía no se llamaba violencia doméstica. Funcionaba bien, porque se centraba en contar una historia en clave cómica a pesar de que la trama y los sucesos que en ella se narran fueran extremadamente violentos.

Esta cinta también tenía el valor de ser contada de manera externa, por un DeVito que personifica al abogado encargado de lograr divorciar a la pareja. Por ahí se comentaba que la cinta por muchos años formó parte de las recomendadas por el profesorado en las facultades de derecho, lo cual es lógico si consideramos la manera en que se aborda jurídicamente tan complicada situación.

Y si bien en ambos casos la trama se centra en el proceso de divorcio de una pareja, en dónde la propiedad de la casa conyugal detona una cruenta batalla, la verdad es que la adaptación más reciente del libro de Adler es en realidad una película muy diferente a la que habíamos visto.

En este caso, los protagonistas son Benedict Cumberbacht y Olivia Coleman,  dirigidos por Jay Roach y acompañados de un elenco que componen Kate McKinnon, Andy Samberg, Sunita Mani y Zoë Chao.

Aquí el primer cambio notable es que la cinta opta por dedicar mayor tiempo a contar la historia de amor de la pareja, antes de llegar al conflicto que los separará de una manera tan desgarradora. Y con ese propósito vemos un retrato de la familia moderna, un cuestionamiento de si ese cliché de ”familia perfecta” puede seguir siendo válido aún ahora, cuando los estereotipos de género están siendo tan profundamente cuestionados.

Aquí nos cuentan como un arquitecto y una chef exitosa, inician una aventura amorosa que se convertirá en familia y posteriormente, en el ejemplo de una pareja exitosa en sus carreras y negocios respectivos

Pero mientras la carrera de Theo (Cumberbacht) sufre un revés que lo convierte en un fracasado, la de Ivy despunta hasta convertirse en una muy exitosa empresaria restaurantera. Aquí los roles tradicionales se invierten con un Theo Rose a cargo de sus hijos, mientras Ivy Rose hace giras, da entrevistas y triunfa en el medio de la cocina a nivel internacional.

Theo decide construir una casa, que en realidad es el proyecto de su vida. Y aquí llegamos a la segunda importante diferencia con la historia que habíamos visto: la casa no sólo es un bien que hay que pelear porque vale dinero. La casa se convierte en un personaje más en el que han puesto sueños, ilusiones y su propia idea de su vida en familia.

El matrimonio empieza a resquebrajarse principalmente por no poder congeniar los proyectos individuales en uno solo familiar y por los resentimientos y frustraciones acumuladas que nunca se gestionaron adecuadamente.

Pero si hasta este momento ustedes no logran entender porqué una historia como ésta es una comedia, es porque necesitan escuchar los diálogos, e identificar como las puestas en escena están cargadas de mucho sarcasmo y humor negro. Esta no es una comedia de pastelazo o de chistes comunes en lugares comunes. Aquí es la contradicción lo que genera la carcajada, es lo agridulce lo que produce el humor.

En resumen, se trata de una comedia de familia para una nueva generación. Una en donde sea mas explicable el conflicto de la presión cotidiana, que el pleito legal por un bien costoso. Una en donde quepa una extrañísima escena de un padre “despiojando” a sus hijos mientras su esposa le cuenta que le ha ido muy bien en su gira como empresaria exitosa.

Y por cierto, la cinta resulta una muy buena elección para cerrar el verano, llamar a la nostalgia y recordar que el mundo ha cambiado, las familias han cambiado y con ellas, el amor – y el humor- también.