Por Matías Mora Montero
Desde Morelia

El cineasta brasileño Kleber Mendonça Filho es, ante todo, un cinéfilo. Como Godard, su cine se nutre entre la rica mezcla de frescura e historia cinematográfica (en el caso de Kleber, del cine americano con el que creció), que hace de sus obras algo nuevo, con una emoción indiscutible porque, en muchos sentidos, es un cine que previamente no existía.

“El agente secreto”, su nueva película que fungió como la función inaugural del Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM), es por mucho la mejor función inaugural a la que yo he asistido en mis años viniendo a Morelia, tanto en forma como en discurso, su vigencia nos habla de un cine liberado.

Hay que aspirar a ser más como los brasileños, siempre. La película sigue a Armando, un profesor y experto en tecnología que vive bajo cautela, amenazado de forma constante por el régimen militar que en la segunda mitad de los años 70 impregnaba terror y muerte sobre el pueblo. Destaca la producción, la fotografía, aquellos colores y formas que reviven los setenta como todo un carnaval, una cinta de texturas cálidas donde es bienvenida la idea de una imagen que brille, que destaque entre tonos que te transporten. Inmersa por completo en otra época, su historia se suelta entre las calles de Recife, ciudad playera, ciudad de antiguos cines y personajes cargados de historia. Entre sus hilos de subtramas, conspiraciones, comunidades y tensiones políticas, el fuerte de la cinta se encuentra en la familia, resistencia definitiva en defensa de la memoria, del resguardo de aquello que nos es más preciado. Ninguna institución marcará nuestro recuerdo cuando el legado del abuelo, la madre y el padre nos dejan claro los valores de los que venimos.

Oír a su director en conferencia de prensa, la coherencia de su habla va de mano con su obra: la educación pública, el triunfo del pueblo, el cine como memoria, como cientos de sueños reunidos, una escritura visual de lo vivido e imaginado, donde realidad y ficción coexisten. Es un cineasta que entiende el cine como pocos, que despliega un amor por el medio que no le roba ni una pizca de la importancia que éste tiene, de su lugar en la tradición humana del cuentacuentos.

La película repleta de sorpresas esconde bajo su mezcla de géneros una sola verdad: la de cada emoción posible, revelando su discurso en el sentir, en el sabor duradero, en su enganche narrativo del que es mejor no revelar más. Es un cine que nos recuerda a la gran región latinoamericana, esa que de sus heridas busca la reconciliación en la cultura, en forma de aprendizaje y narración del más alto nivel.

Estrena a finales de febrero, donde cada sala que la acoja debería verse llena, dispuesta a disfrutar de la música brasileña y seguir a detalle cada uno de sus giros de tuerca, por donde el propio cine tiene su lugar, en un final emotivo que nos revela algo que en nuestros corazones ya sabíamos: nuestras ciudades laten sin tiempo, siempre y cuando nunca cedamos al olvido.