Por Matías Mora Montero

Continúa el Festival de Morelia en su edición 23ª, las calles se van pintando de Día de Muertos, ilustres en su color, llenas de cineastas y cinéfilos que juntos comparten la pasión por este medio que en la abstracta luz agarra formas y significado. Hoy toca hablar de dos de las películas más esperadas de esta edición, dada la trayectoria de sus cineastas y su recorrido por festivales internacionales: lo nuevo de Guillermo del Toro y Oliver Laxe, que aterriza en esta augusta ciudad con gran expectativa.

“Frankenstein” dirigida por Guillermo del Toro. Quizá haya a quien esta más reciente obra de nuestro querido Guillermo le satisfaga (con mayor probabilidad aquellos que no han leído el material original); al final del día Del Toro ha probado en repetidas ocasiones que sabe cómo adentrarse en la fantasía a través del terror y el deseo. Es un romántico gótico con una inocencia y un ojo maravilloso, al que la historia clásica de la gran Mary Shelley –donde un científico loco y obsesivo trae a la vida un monstruo collage de distintos cadáveres– parecía quedarle como anillo al dedo, y las expectativas eran altas porque prometía ser un matrimonio consagrado en el cielo de lo oscuro y glamuroso. El anillo no le quedó y lo que entrega, más allá de ser una simple decepción, es una flojera de ver para cualquiera que, al adentrarse a la novela de Shelley, haya descubierto una de las historias más humanas y complejas que una pluma virtuosa nos ha regalado y que, lamentablemente, Del Toro ha reducido a una caricatura del bien y el mal, dejando atrás todos los matices que hacían tan rica a la novela.

Tengo pocas cosas positivas que decir sobre esta cinta, tanto como adaptación de uno de mis libros favoritos como película dentro de la obra de uno de nuestros cineastas más consagrados; para ser un proyecto al que tanta pasión le prometía es un tanto sin sentido que el resultado sea tan flojo y aburrido. Queda por decir que tiene sus momentos, milagrosos instantes donde en caricias, besos y miradas, las dinámicas entre los personajes parecen iluminar un pasado que, si no conoces la historia completa (Del Toro la masacró), desconoces. Son instantes de una gloria injustificada, momentos de emoción gratuitos (más sobre lo gratuito que es esta película más adelante) que, dentro de todo, se permiten cierta lindura. Lamentablemente, estos momentos son tan escasos como las buenas actuaciones. En un cast completo de grandes nombres como Oscar Issac, Mia Goth o Christopher Waltz, el único que parece comprometerse al relato y a la sinceridad que este conlleva es Jacob Elordi, quien hace de un Monstruo, algo inusual en su diseño pero cierto en su acercamiento a aquel ser que en la novela descubre el mundo con todas sus bondades y traiciones, que batalla con su creador no por furia sino por una melancolía que lo consume por dentro, entre su carne podrida.

Con esto, decir que Elordi es otro gran positivo, juega entre troncos, se apasiona por las historias, busca su venganza transmitiendo bien que, lo que en realidad busca, es el perdón. Su actuación no deja tanto a desear como la propia escritura del guión y la dirección con la que este es llevado, que en muchos momentos sí terminan reduciendo la relación creador/creación a una de batallas externas, de conflictos inmediatos, de un suceso lineal que carece por completo de intriga, del saborear con delicadeza y entendimiento aquello que llevó a la creación, a la par que al enfrentamiento, ya que Del Toro hace tantos cambios narrativos a la historia de Shelley que ésta queda prácticamente irreconocible.

Ahora, no hay nada malo en llevar a cabo una adaptación libre, pero las decisiones aquí son tan raras y dispersas que terminas con una mezcolanza entre lo que viene de la novela y las obsesiones que tiene el cineasta por las relaciones parentales, que empobrecen tanto la historia que termina perdiendo el objetivo de la misma. Víctor, el creador, pasa de ser un ser comprensivo, difícil, esclavo de su mente y en duelo constante causa de sus propias creaciones a un total imbécil sin remedio, que no tiene nada que perder porque Del Toro lo ha despojado de aquellos amigos y familiares que en el texto le daban esa riqueza donde sí, era obsesivo, al grado de la culpa. Su culpa aquí es extinta, su persecución por el monstruo confusa y su desenlace emocional (similar pero más cursi que el de la novela) no es para nada merecido.

El deseo pasa a segundo plano, se queda en erotismos baratos y ambiciones caricaturizadas, no hay exploración de, bueno, de absolutamente nada. En un punto de la película le dicen a Víctor: “el monstruo eres tú”, a este punto yo ya me había rendido y este aún así logró ser el clavo final, no sólo por lo fácil que es que en un diálogo se haga explícito el tema de tu película, sino porque era una lectura tan simplista de la novela que parecía ser una adaptación para niños, donde el bien y el mal eran tan claros como el agua. Ahora, viniendo de que la última de Del Toro fue su maravillosa “Pinocho”, no hubiera estado mal que esta viniera desde ese espíritu de inocencia que puede servir perfectamente para una cinta infantil, el problema es que no lo es, que desde su primera secuencia la película se atraganta en una violencia sumamente innecesaria, gratuita y (el mayor pecado) mal coreografiada

¿A qué me refiero con gratuita? En la novela, el Monstruo asesina a aquellos cercanos a Víctor, lo hace con un plazo de tiempo que se extiende entre meses, lo hace siguiendo a Víctor, alimentando el conflicto entre ambos. Cada muerte es significativa: les duele a ambos, los acerca en su culpa compartida. La película de Del Toro abre con el Monstruo asesinando de forma totalmente indiferente a seis hombres, los arroja por el cielo con su fuerza y nunca reflexiona sobre sus acciones. Desde ahí, todo mal. El significado se pierde, la sangre apantalla pero no deja nada, es acción nula, sin compromiso ni riesgo. Lamentable, así es toda la película. Como si Del Toro agarrará la novela con la misión de extirpar todo lo que la hace interesante, dejando el puro espectáculo (que el mayor positivo de la cinta es el diseño de producción y los vestuarios). Una pena, pero bueno, siempre tendremos “Pinocho”.