Por Pedro Paunero

Steve Hartman era un reportero del optimismo, de esos que, en un noticiero, dejas al final para que, toda la violencia depresiva que se ha mostrado se disipe un poco, con vídeos familiares o situaciones cómicas, los héroes de lo cotidiano o la unidad de la nación ante situaciones adversas. La vida de Hartman, un hombre público, popular, cambió cuando se vio convertido, de la noche a la mañana, en el primer reportero en informar sobre un tiroteo escolar en los Estados Unidos, en el año de 1997. Hartman tuvo que cubrir, año tras año, los tiroteos en aumento. En un momento dado, se percató que la ciudadanía se mostraba cada vez más acostumbrada a dichas noticias. Que ya no importaban. Y que él mismo usaba una fórmula hecha para reportarlos. Tenía que hacer algo. Y lo hizo.

Hartman es recibido en la casa de Dominic Blackwell, sus amables padres lo llevan a la habitación de arriba, repleta de objetos del personaje de animación Bob Esponja. El personaje lo llena todo, la cama, los libreros y jugueteros, abunda no sólo en peluches, sino en posters, tazas, lápices. Le muestran la ropa sucia de Dominic. Su madre aclara que sólo lavó la ropa interior, pero el resto lo dejó ahí, en el cesto, desde hace cinco años, para conservar el olor de su hijo en la habitación. Hartman se dispone a fotografiar detalles, objetos, recuerdos. Los sueños de un niño que ya no fueron, en el interior de esa habitación. El fotógrafo Lou Bopp, que lo acompaña, toma la cámara. Una lapicera volcada frente a su foto, la colección de peluches de su personaje preferido. Fotografías. Fotografías. Vemos a Dominic en un video. Feliz. Tenía 14 años cuando fue asesinado por uno de sus compañeros de la escuela secundaria Saugus, en Santa Clarita, California.  

En los Estados Unidos, los tiroteos escolares han aumentado de 17 a 132 por año. Hartman decidió hacer este proyecto -fotografiar respetuosamente las habitaciones que los niños asesinados en dichos tiroteos dejaron atrás, y que sus padres han conservado intactas, como santuarios de una dolorosa memoria, para posteriormente entregarles álbumes impresos con el trabajo resultante-, para regresar la conciencia del hecho a la población. Hartman atribuye parte de este vuelco en la consciencia del público a los medios, que siempre se han enfocado más en el tirador que en las víctimas. Siete años le ha llevado documentar las habitaciones de esos niños. De esas víctimas. “Todas las habitaciones vacías” (All The Empty Rooms, Joshua Seftel, 2025) es el testimonio de las últimas tres habitaciones.

Los Scruggs muestran la esencia de Hallie, su hija asesinada a los 9 años, el 27 de marzo de 2023, durante el tiroteo de la escuela Covenant. Chad Scruggs duda del beneficio que un proyecto así pueda darles, pero cree firmemente que la historia de su hija tenga como legado ayudar a otros. A moverlos a reflexionar. La habitación está repleta de fotos y dibujos. Al fondo se escucha el piar de un pájaro. Chad también habla del olor de su hija, de llorar sobre su cama, donde su madre, igualmente, suele oler su mantita por las noches.  

Lou Bopp limpia la lente de su cámara. Aclara que fotografía momentos, personas, la vida misma. Pero nunca ha hecho un proyecto como este, “donde la ausencia luce entrar”. Confía en Hartman para un trabajo como ese. De hecho, Lou tiene una encomienda, la de fotografiar a su hija, Rose, ahora una adolescente, cada día, para capturar el paso del tiempo, porque “todo puede cambiar en un instante”. Hartman se despide de sus hijos, una niña y un niño. Hartman confiesa que algunos de sus jefes ignoran el trabajo que realiza.

Jackie Cazares tenía 9 años cuando murió, durante el tiroteo en la escuela primaria Robb, el 24 de mayo de 2022. Los contornos del techo de la habitación estás delineados con series de luces color pastel, que permanecen encendidas día y noche desde su partida. Sobre la cama se conservan osos de felpa, con grabaciones de Jackie. Lou fotografía, deteniéndose en aquello que, por parecer mínimo o cotidiano, realmente significa.

Gracie Muehlberger tenía 15 años. Fue asesinada en la escuela secundaria Saugus, durante el mismo tiroteo en el cual muriera Dominic. En la habitación de Gracie se conserva un documento muy conmovedor. Una caja con cartas y notas para su “yo del futuro”. “Querida yo del futuro: ¡Por Dios! Lo lograste. He esperado este día como una loca. No estés nerviosa. En esta etapa harás amigos… de por vida, y también algunos enemigos, pero no te enfoques en lo malo. Te irá bien. Enfócate en quienes te hacen feliz e ignora los que no. Jaja. Y no olvides ponerte algo lindo. Te quiero, buena suerte, con amor: Gracie del pasado”. Gracie solía acomodar la ropa que se pondría al día siguiente en el perchero. La ropa, que nunca pudo ponerse, sigue ahí. Sus padres decidieron que nunca se tocara.

En cada una de esas habitaciones detenidas en el tiempo, Hartman y Lou han emprendido una labor que, tras la memoria, también pueda ser un acto de resistencia ante la violencia. Los juguetes alineados, las camas intactas, los olores que los padres se niegan a perder, se vuelven gestos de amor que desafían al olvido. Frente a la repetición del horror, su cámara busca la permanencia.

Quizá ese sea el verdadero sentido de su proyecto. Obligarnos a detenernos, a escuchar esa permanencia cuando todo parece haberse desvanecido. En esas habitaciones vacías todavía se respira la posibilidad de un mundo distinto. Y mientras alguien siga mirando, nombrando, fotografiando -mientras alguien siga recordando-, esas ausencias no se desvanecerán en el silencio.