DIE MY LOVE

Por Lorena Loeza

La directora Lynn Ramsey no es novata en el arte de escudriñar en las almas atormentadas de las mujeres y de las personas solitarias. Además de poseer una mirada examinadora también tiene la facultad de poder mostrar cómo sus personajes se desdoblan hasta llegar al desastre infinito, uno del que pocas veces se vuelve. Ello combinado con su particular estilo visual poético y la capacidad para explorar la psicología de sus personajes la ha consolidado como una voz única en el cine independiente, capaz de transformar lo humano – especialmente lo femenino- en experiencias cinematográficas intensas y memorables.

Esta cinta viene después de la mundialmente reconocida “Tenemos que hablar de Kevin” (2012) y “Nunca estarás a salvo” (2017) que son fieles representantes de lo mejor del estilo de Ramsey, quien toma en sus manos las dolencias del alma para construir personajes que más que complejos en su esencia, se encuentran al límite y nadando contra corriente.

“Mátate mi amor”, (Die my love; 2025) no es la excepción. La cinta, basada en el libro de Ariana Harwicks, sigue a Grace – interpretada por Jennifer Lawrence-  una joven mujer que vive perdida en medio del campo y que está pasando por un momento brutal después de convertirse en madre. Todo se le junta: el aislamiento, la rutina, la presión de “ser feliz” y una mente que empieza a jugarle muy malas pasadas. La película te mete directo en su cabeza, donde nada es estable y cualquier cosa puede volverse una amenaza o una obsesión. La relación con su esposo (Robert Pattinson) se va desgastando porque él no entiende lo que le pasa, no sabe como ayudarla y ella tampoco encuentra cómo explicarlo.

Ramsay, lo cuenta todo con una vibra intensa: imágenes fuertes, silencios incómodos y una sensación constante de que algo está a punto de explotar. Más que una historia lineal, es como acompañar a Grace en una montaña rusa emocional donde la maternidad, la soledad y el deseo de escapar chocan todo el tiempo. Es cruda, incómoda y muy humana.

Y si bien Ramsay ya había tratado el tema de la maternidad en clave de locura y contradicción, en esta ocasión, se centra solamente en el personaje de Grace, desdibujando un poco al aterrado esposo, al bebé y en general a la familia. El único personaje a foco la mayor parte del tiempo, es una mujer que no sabe donde poner cada uno de los sentimientos que la embargan

Otro personaje femenino importante es la suegra de Grace, interpretado por Sissy Spacek, aportando la confrontación con la idea tradicional de la maternidad, a través de un diálogo inconcluso, ambivalente y poco empático. Estas dos mujeres, separadas por concebir la maternidad desde perspectivas diferentes, nunca llegan a tener una conversación efectiva que ayude a contener el desastre. Desde esta mirada, la suegra representa la transmisión intergeneracional del mandato de género, esa incapacidad para reconocer la depresión posparto de Grace no es solo falta de empatía, sino parte de un sistema que históricamente ha negado la salud mental de las mujeres, especialmente cuando contradice el ideal romántico de la maternidad.

En la narrativa, su papel subraya la soledad de Grace y evidencia cómo incluso otras mujeres pueden convertirse en agentes de presión, no por maldad, sino por haber sido moldeadas por las mismas estructuras que ahora intentan mantener y conservar.

Ni que decir que en estas dos actrices (Lawrence y Spacek) descansa la carga actoral de la película, aunque es Jennifer Lawrence quien logra con este papel, ofrecer uno de los mejores trabajos de su carrera.

 “Mátate mi amor” es una película que desafía a las y los espectadores a mirar de frente los abismos de la mente materna sin filtros. No busca ofrecer respuestas , pero tampoco redenciones; por el contrario, nos sumerge en la crudeza y belleza de la vulnerabilidad, mostrando que las heridas invisibles a menudo son las que más duelen.

Al final, la experiencia de ver la película te deja con un nudo en la garganta y muchas preguntas en la cabeza. Grace no representa solo a una mujer, sino a muchas que, en silencio, luchan por salir a flote en medio de una tempestad muy incomprendida.  Esta historia nos invita a empatizar, a mirar más allá del juicio y de los roles de género impuestos para entender que pedir o no pedir ayuda, atraviesa por la culpa y la falta de amor propio. Porque al final, sobrevivir y tener el coraje de ponerle nombre a nuestros fantasmas, es quizás el gesto más valiente de todos.