Por Frida Jasso

Votamos por una persona porque “Parece que ha conseguido integridad”. Los actores entrenamos mucho tiempo para simular integridad. (Dustin Hoffman, 1970).


Política y espectáculo ¿cuál es la diferencia entre estas dos esferas? Esta es una pregunta cuyas respuestas arrojarían pocas certezas pero abundantes conjeturas, y quizá muchas de éstas se aproximen mejor a la premisa satírica que da pie al argumento de “Escándalo en la Casa Blanca” (Wag the Dog, 1997), en la que ambas cosas se conjugan, al mismo tiempo, en la arena de un mismo circo.

También, esta película alude a uno de los asuntos favoritos de la comidilla internacional de actualidad: se trata de las recurrentes evidencias que ha ofrecido el presidente de los Estados Unidos sobre sus artimañas para cubrir sus errores y sus dislates. Sin embargo, la anécdota de la vida real y de la película son distintos, pues ésta utiliza un escándalo sexual de otras proporciones que, en el transcurso del relato, se desvanecerá para centrar la trama en la relación del poder con los medios informativos y las triquiñuelas que urden juntos para manipular a la opinión pública. En ese sentido, “Escándalo en la Casa Blanca” fue un filme muy oportuno para el contexto de la era de Bill Clinton y sus deslices sexuales.

Barry Levinson (Baltimore, 1942), el director de “Escándalo…” mostró, en algunas de sus obras, habilidad para desgranar, en un tono generalmente amable pero de doble filo, ciertas preocupaciones sobre la conducta de la sociedad estadunidense, generalmente desde el punto de vista de figuras individuales sometidas a sus escenarios históricos (“Buenos días, Vietnam”, 1987) o sociales (“Cuando los hermanos se encuentran/ Rainman”, 1988, “Los hijos de la calle”, 1996), que ofrecen nociones acerca del ciudadano norteamericano y sus inquietudes (“El Mejor”, 1984, Avalon, 1991).

Así, en esta cinta, Robert De Niro encarna a Conrad Brean, un experimentado apaga fuegos muy socorrido por los inquilinos de la Casa Blanca cada vez que hay que encontrarle remedio a problemas sumamente espinosos. Esta vez, tiene que distraer la atención pública del alboroto que ha provocado el presidente por acosar a una menor de edad. Brean debe actuar rápido porque faltan pocos días para los comicios en los que el mandatario buscará reelegirse. Así, echa manos a la obra y pone a funcionar una maquinaria de mentiras y rumores que le permiten inventar una guerra con Albania. En Hollywood, consigue el auxilio de un avezado productor cinematográfico, Stanley Motss —ni más ni menos que Dustin Hoffman— quien concebirá las imágenes desoladoras de la guerra, realizadas digitalmente en los estudios californianos. El impacto de esta falsa noticia sofoca con éxito el turbio incidente presidencial, en tanto las ingeniosas improvisaciones de Brean y Motss llevan hasta el absurdo al engaño masivo, al que desde luego le fabrican héroes y temas musicales al mejor estilo all american de Willie Nelson (quien, efectivamente, interpreta un pequeño papel en la cinta).

Muy atractiva resulta la combinación De Niro — Hoffman, en la que el primero se muestra seguro como el maduro actor que es, asumiendo los rasgos de un tipo pragmático y encantador pero con la capacidad de tomar crueles decisiones sin remordimientos y, el segundo, logra la empatía entre su personalidad y la de un personaje aguerrido y optimista pero que no admite vivir más en el anonimato, en un medio donde todos los demás disfrutan de la fama.

En “Escándalo en la Casa Blanca”, Levinson confecciona una inteligente sátira política con unos buenos resortes que impulsan a las acciones por una larga y divertida espiral, pero que también tiene aristas que animan a reflexionar en otras cuestiones paralelas, lo que es una cualidad del argumento. “Si se ve en la televisión, entonces es verdad”, dice Motss con socarronería en alguna secuencia. En la película, la difusión de una noticia falsa se torna verdadera en primera instancia porque la opinión pública cree y piensa en una guerra virtual. Este hecho refrenda lo que el escritor italiano Antonio Tabucchi define como la Realidad Virtual, la cual, según él, ha significado el certificado de jubilación de la célebre frase acuñada por René Descartes “Pienso, luego existo”, para dar paso a la vigorosa virtualidad del “Soy pensado, luego existo”. En este relato, y en la vida, se piensa que esta premisa funciona cada vez mejor ¿no es así?