Por Pedro Paunero

Entre la gran cantidad de títulos que se enlistan en el llamado “Cine atómico”, ese subgénero de la Ciencia ficción que exploraba las –ficticias- posibilidades de las mutaciones en los seres vivos, producidas por el bien fundamentado temor a la radiación atómica, dando como resultado bichos agigantados, destaca “La humanidad en peligro” (Them!, Gordon Douglas, 1954), película con una trama policíaca (y un buen misterio inicial), sostenida por un argumento científico tan bien resuelto (con todo y ese inserto documental en el que aprendemos sobre la etología de las hormigas, y que serviría como modelo para aquél célebre metraje animado, en el que se explica cómo regresar a la vida a los dinosaurios, del “Parque Jurásico” de Steven Spielberg), que al principio parece que el espectador está siendo testigo de otra cosa, hasta que aparecen las hormigas gigantes, y estas en tan pocas escenas, que bien podemos ignorar que sus efectos especiales ya han quedado desfasados, porque la historia, aun así, funcionaría.

“La humanidad en peligro” comienza con una avioneta de reconocimiento, pilotada por un tal Johnny (John Close, actor sin acreditar), que sirve de apoyo aéreo a un par de patrulleros de la policía estatal de Nuevo México, uno de los cuales es el Sargento Ben Peterson (James Whitmore), que responden a un aviso de accidente. Encuentran a una niña (Sandy Descher), deambulando por el desierto en estado de disfonía por shock, misma que, cuando recobra la consciencia al darle a oler ácido fórmico, sólo puede gritar: “¡Ellas, ellas!” (Them, them!, de ahí su título original), que resulta ser hija de un agente del FBI de vacaciones, cuyo auto caravana ha sido destruido a poca distancia de donde localizan a la pequeña, y cuyo cuerpo –con el de su esposa y otro hijo- no aparece por ningún lado, y del cual no han robado nada, ni siquiera el dinero, pero sí el azúcar de la cocina.   

Los personajes más entrañables incluyen a un científico lo suficientemente empático –y simpático- con el público quien de inmediato le tomará cariño, el anciano Dr. Harold Medford (Edmund Gwenn, intérprete del inolvidable Santa Claus de “Miracle on 34th Street”), experto mirmecólogo, padre de la Dra. Patricia Medford (Joan Weldon), mujer lo suficientemente inteligente, y atractiva, y con tal autoridad científica que es capaz de hacer frente al instinto protector de Bob Graham (James Arness, ni más ni menos que el actor que encarnara a “la cosa” en la primera versión de “El enigma de otro mundo”/The Thing), agente del FBI, quien, sólo por ser mujer, la cree desvalida, con lo cual el sexismo, tan típico de los años 50´s, se topa con un palmo de narices. Y es en este punto en el cual el guion, que en otra producción se habría decantado por inventar un romance entre Patricia y Bob, se abstiene de hacerlo para centrarse, de manera muy efectiva y económica, en la mera aventura.

La película no carece de pinceladas de humor, como en la escena en la que el Dr. Medford se rebela ante el código en clave de comunicación aérea, o la del borrachín, internado en un hospital, que es el único testigo del movimiento de las hormigas desde su ventana, que da a los túneles de Los Ángeles, y a quien, por supuesto, nadie, excepto los expertos, cree; así como revela el origen de varias escenas de películas que vendrían después, como en la escena clave en la que la Dra. Medford, acompañada del agente Graham y el sargento Peterson, descienden a los túneles de uno de los hormigueros gigantes, en el cual encuentran los huevos puestos por la gigantesca reina. Es la misma escena, corregida y aumentada, del descubrimiento del nido y sus huevos mortales de “Alien, el octavo pasajero” (Alien, Ridley Scott, 1979) y la del encuentro, y derrota, del insecto-cerebro en “Invasión” (Starship Troopers, Paul Verhoeven, 1997), a la vez que se vuelve precursora de dos pesadillas más, enmarcadas tanto en la Ciencia ficción como en el cine apocalíptico (en su vertiente de “Ecoterror”): la paranoica “The Hellstrom Chronicle” (Walon Green y Ed Spiegel, 1971), que trata de una posible, e inevitable, guerra entre humanos e insectos, en la que llevaríamos la de perder, y “Fase IV: destrucción” (Phase IV, del genial diseñador de títulos de películas Saul Bass, en su única película como director, del año 1974), en la cual dos científicos solitarios, en unas aisladas instalaciones en el campo, se la tienen que ver con una fuerza extraña que utiliza a las hormigas para controlar el mundo.

Hacia el final de la cinta, una vez que el secreto no puede guardarse más, a pesar de la posibilidad de comenzar una ola de pánico en la población, la historia da un giro predecible hacia el de una película bélica, tan obvio como repetido en este tipo de ficciones, en la que se aconseja a los habitantes de Los Ángeles que “se queden en casa”, mientras los nidos son atacados por parte del ejército, con lo que este filme enlaza perfectamente con los temores actuales en plena “Era del coronavirus”.   

¿Cine de evasión? Pues sí, pero el público bien podía salir del cine satisfecho, divertido y, encima, con un poquito más de conocimiento hacia el mundo de los insectos sociales. No me extrañaría que, de repente, y tras haber visto esta maravillosa como inolvidable película, se haya disparado de manera espectacular la venta y confección de granjas de hormigas caseras, no sólo con fines educativos, sino con el de la ilusión de poseer, oscuramente, entre las manos, toda una población y reino de “los únicos seres de la Tierra, aparte del hombre, que hacen la guerra; hacen campaña, son agresoras y convierten a las prisioneras que no matan en esclavas obreras”, como bien explica el Dr. Medford.

Una buena opción para ver otra vez, o descubrir, en estos tiempos surrealistas de cuarentena mundial.

 

Por Pedro Paunero

Pedro Paunero. Tuxpan, Veracruz, 1973. Cuentista, novelista, ensayista y crítico de cine. Pionero del Steampunk y Weird West. Colabora con diversos medios nacionales e internacionales. Votante extranjero de los Golden Globe Awards desde 2022.