Por Hugo Lara
*Este texto fue publicado originalmente en el libro “Una ciudad inventada por el cine” (CIneteca Nacional, 2006). El autor lo comparte con los lectores de Correcamara, como un homenaje al actor y cantautor Óscar Chávez, de reciente fallecimiento.
“Los Caifanes” (1966) expresa la urgencia de una ciudad por hallar su nueva identidad, a lo largo de una búsqueda frenética hacia un lugar sin rumbo que nos desvela, que nos provoca, que nos sorprende. “Los Caifanes” representa las fuerzas que se oponen y se necesitan, dos polos distintos pero estrechamente unidos, atraídos y contrarios: uno, la de una sociedad menor de edad, festiva, despreocupada, irrefrenable; y dos, la de la sociedad seria, temerosa, desconfiada. En este frágil equilibrio se pontifica el triunfo del anonimato y la masificación que se consolida en la capital de los años sesentas, donde ya no representan nada los nombres de Pedro o Juan o Jaime, pues ahora los valedores son el Capitán Gato o el Estilos o el Masacote o el Azteca, en suma, “el caifán”, “el que las puede todas’.
Una pareja de jóvenes adinerados, Paloma y Jaime, se une a la desaforada parranda de los cuatro caifanes. ‘Lo que importa es vivir intensamente’, dice Paloma, en la primera secuencia de la película. El reto no convence a su pareja, ansioso por comenzar los escarceos amorosos, aunque debe aceptarlo contra su voluntad. La pedantería de ambos es evidente, desde que los identificamos al inicio de la película, desertando de la compañía de sus ricas amistades, cultas y snobs, que hablan inglés y francés y que citan frases intelectuales con tanta naturalidad como si de albures se tratara.
En esta película Juan Ibáñez, el director, logra un efecto extraño con el fondo de una Ciudad de México espectral, una especie de road-movie —o mejor dicho, una city-movie—, en cuyo itinerario se trastocan los personajes para no volver a ser los de antes. Parece que lo mismo le sucede a la ciudad, que no volvió a ser lo mismo después de filmada esta película, en la que aún se ven retazos de una era antidiluviana, anterior al metro y a los ejes viales: un centro histórico sórdido y misterioso; la Diana cazadora con su humedad de siempre pero esta vez vestida con un sostén que le queda incómodo; el zócalo capitalino adornado de una navidad melancólica y acometida por una carroza fúnebre; o una taquería donde una piltrafa humana disfrazada de Santa Clos —que no es nadie más que Carlos Monsiváis— llora conmovido y rabioso tras escuchar “El brindis del bohemio”.
Imágenes que forman una áurea irreal, onírica, en medio de los ambientes de la decadencia donde desfilan las putas baratas pintadas como payasos o la soledad urbana que encuentra cobijo en el humor triste que acompaña las carcajadas obscenas del Mazacote, en un tono que se acompaña con las miradas lascivas del Azteca, en las canciones románticas del Estilos, en la personalidad hermética del Gato. En este juego de contrastes y complicidades, hay un enorme sabor a insatisfacción en la sonrisa cándida de Paloma, decepcionada de los finos ademanes y el futuro promisorio de su novio, quizá conciente de la amenaza que supone saberse completamente desprotegido. La desconfianza campea en esa atmósfera, donde unos miran a los otros con fascinación y curiosidad.
Con un guión escrito por Carlos Fuentes y el propio Ibáñez, la historia está dividida en cinco episodios, sin una ruptura de la linealidad cronológica, bajo el formato de una “serie”, como se le conocía entonces, que era la integración de varios supuestos cortometrajes. Esto no era más que un ardid para burlar un laudo presidencial que databa de 1945 y que impedía al Sindicato de Trabajadores de la Industria Cinematográfica participar en la hechura de largometrajes, prerrogativa exclusiva del otro sindicato, el de Trabajadores de la Producción Cinematográfica.
Como sea, el director tuvo la fortuna de servirse de un elenco inmejorable, donde figuran tres notables actores que descollarán en las décadas siguientes: Sergio Jiménez, Eduardo López Rojas y Ernesto Gómez Cruz, acompañados por el actor y cantante Óscar Chávez, que se desenvuelve con sobrada solvencia para no desmerecer el trabajo de sus compañeros y ganarse a pulso el papel protagonista, el del joven tímido que se roba el amor de la chica con sus canciones y su sensibilidad de artista natural al que le salen frases poéticas del tipo “El frío que de noche sientes es por andar desperdiciada”. Igualmente, Julissa se siente encantadora y natural, traviesa y coqueta. Junto a Oscar, dan vida a una escena antológica de enamorados nocturnos y furtivos, en una vieja vecindad del centro, mientras se esucha el tema “Fuera del mundo”, interpretado por el mismo actor-cantante. Y Enrique Álvarez Félix aporta su presencia y sus amaneramientos para interpretar su papel de señorito burgués. El director y los actores consiguen mantener el interés y la tensión apenas con algún intercambio de miradas, unos gestos y unos diálogos que se hacen cultos con citas de Octavio Paz y Jorge Manrique.
Filmada en 1966, “Los Caifanes” tiene una extraña artificialidad que la hace aún más efectiva y melancólica. El hecho de que sus personajes hablen como poetas o hagan citas cultas, causa una curiosa sonoridad cuando hace contacto con los albures o el sonsonete de barriada que blanden con sus voces de mecánicos.
Para algunos, la confrontación de ambos grupos de estratos sociales opuestos supone una velada lucha de clases (en la que quizá se carga demasiado la mano en contra del joven riquillo), pero parece más una declaración nihilista, fundada en la pérdida de la inocencia, en la trasgresión, en la cancelación de un futuro seguro, como una cruda después de una larga juerga. En suma, la utopía urbana de la noche tiene aquí un amanecer nebuloso.
Sinopsis
Una pareja de jóvenes ricos y exquisitos, Paloma y Jaime de Landa, se unen por azar a la parranda de cuatro mecánicos que se llaman entre sí “caifanes” y que responden a los apodos del Capitán Gato, el Estilos, el Mazacote y el Azteca. A lo largo de una noche, el bandalismo de sus acompañantes es motivo de diversión para Paloma y de incomodidad para Jaime. Entre otras cosas, los seis visitan un sórdido cabaret del que deben salir huyendo; luego, roban unas coronas de flores; visten a la estatua de la Diana Cazadora; se ocultan en ataúdes en una capilla veladora y escapan en una carroza fúnebre que abandonan en la plancha del Zócalo capitalino. En medio del ajetreo, Jaime y los caifanes se confrontan sostenidamente, pues Paloma se siente atraída por uno de ellos, el Estilos. Todo desemboca al amanecer, en un enfrentamiento donde se exhibe la soberbia y la fragilidad de Jaime.
Juan Ibáñez Diez Gutiérrez
(Guanajuato, 1938- Ciudad de México, 2000)
Aunque estudió derecho y letras hispánicas en la UNAM, Ibáñez se dedicó profesionalmente a la dirección teatral, de donde pasa al cine para conformar una breve filmografía que desarrolla en las décadas de los sesentas y setentas. Realiza su opera prima, Los Caifanes (1965), gracias en parte al primer lugar que obtiene en el Primer Concurso Nacional de Argumentos y Guiones, convocado por el Banco Nacional de México. Entre sus producciones siguientes, destaca su participación como codirector de una tetralogía de terror que protagonizó el famoso actor del género Boris Karloff —las últimas de su vida—, entre cuyos títulos se hayan La muerte viviente e Invasión siniestra. También escribe y dirige La Generala (1970), protagonizado por María Félix: el documental sobre el torero Manolo Martínez, Los caprichos de la agonía (1972) y las cintas Divinas palabras (1977) y México de noche (1977), las cuales cierran su filmografía.
Los Caifanes
Director: Juan Ibáñez. Año: 1966-1967. Estreno: 17-08-67. País: México. Producción: Juan Fernández Pérez Gavilán, Mauricio Walerstein, Estudios América, Cinematográfica Marte. Lugar De Estreno: Roble, Mariscala, Estrella. Tipo De Producción: Industrial. Guión: Carlos Fuentes, Juan Ibáñez. Fotografía: Fernando Álvarez Garcés Colín. Música: Mariano Balleste, Fernando Vilches. Coreografía: Juan Ibáñez. Edición: José Juan Munguía. Duración: 95 minutos. Intérpretes: Julissa, Enrique Álvarez Félix, Sergio Jiménez, Oscar Chávez, Ernesto Gómez Cruz, Eduardo López Rojas,