Por Hugo Lara
Me encontré este artículo sobre el cineasta español Pedro Almodóvar que publiqué originalmente en la extinta (y amada) Revista Cinemanía. Debió aparecer en los últimos meses del siglo pasado. Aunque obviamente no está actualizado porque las menciones a sus películas se quedan en “Todo sobre mi madre” (1999), decidí rescatarlo, con la idea de publicar en breve un texto actualizado sobre la obra de este gran cineasta manchego, que en lo que va del siglo XXI nos ha obsequiado importantes obras que complementan su brillante filmografía.
Pedro Almodóvar: un ego generoso
Pedro Almodóvar ha hecho un cine que disfruta, sobre todo, él mismo. Su éxito se debe a
la feliz casualidad de que también le divierte a muchas otras personas. En todas sus
películas Almodóvar trata de complacerse —es generoso: también a sus amigos— cuando
narra una anécdota, pues siempre lo hace como pretexto para decirse o recordarse algo a
sí mismo. Su egoísmo, sin embargo, es genuino y genial, quizá porque su esencia resulta
una especie de aleación de frivolidad, inteligencia, chiripa, insolencia, subversión, bolero
de arrabal, nota roja y revista del corazón.
Almodóvar es un hombre sonriente, que tiene el don de no tomarse en serio las cosas,
incluyéndose entre ellas. Al mismo tiempo, cultiva un sensible y morboso interés por
explorar las relaciones humanas, que son el eje de su obra. Estos atributos lo han
distinguido desde sus comienzos en el cine, cuando realizó en el Madrid de los años 70
algunos cortometrajes dentro del circuito underground, ambiente donde ya había ejercido
como escritor de comics. A partir de su primer largometraje en forma, “Pepi, Luci, Bom y
otras chicas del montón” (1980), fue saludado como el cineasta-guionista del
postmodernismo que simbolizaba el destape español y la transición de su país a la
democracia.
Nacido en 1949 en Calzada de Calatrava, España, su infancia y adolescencia transcurrió en
la plenitud del franquismo, con toda la marejada conservadora alrededor. Este antecedente
contrasta con su manera antisolemnte y anticonvencional de interpretar el mundo y pararse
ante él. Esta actitud trasciende en todas sus películas, en unas más que otras, siempre
provocadora y provocativamente. Su estética y su narrativa, integradas en lo que se
llamaría estilo, suelen considerarse eclécticas por lo que muestran y estridentes por lo que
inspiran.
En sus películas más significativas de la década de los 80, como “Matador” (1986) o “La ley
del deseo” (1987) ya sobresalen los elementos temáticos que más le atraen, como la mujer;
el sexo (hetero y homo); el amor; la muerte; las filias y las fobias. La forma en que los
aborda se enriquece con un barroquismo de múltiples influencias y compuestos: el comic,
el videoclip, la fotonovela, la música popular, el melodrama truculento, los diálogos
ingeniosos, los personajes exóticos, las situaciones insólitas y el humor corrosivo y
mordaz. El resultado es algo cercano a lo “esperpéntico”, en la ascepción de Del Valle
Inclán, en el que el sentido trágico de las cosas se manifiesta deformadamente.
Un periodo de transición fue marcado por “Mujeres al borde de un ataque de nervios”
(1987), quizá su película más exitosa, una comedia donde están disimuladas la acritud y
mala leche de las situaciones que le gusta construir. “¡Átame!” (1990), “Tacones lejanos”
(1991) y “Kika” (1993), son experimentaciones y ejercicios de su estilo y sus
preocupaciones, de las variables y alternativas que éstas pueden brindar. Por momentos, se
quedan a medio camino, aunque consigue hallazgos que le han aportado más solidez en lo
sucesivo.
Sus tres últimas películas pertenecen ya a un cineasta maduro: “La flor de mi secreto”
(1995), “Carne trémula” (1997) y “Todo sobre mi madre” (1999), están desprovistas del
exceso de ingenuidad e impovisación que perjudica a sus cintas anteriores (hay que
decirlo, para unos ésto era parte de su mayor encanto); sin embargo, conservan lo
intiutivo, la frescura, la pasión y la intensidad que le confiere a las circunstancias y las
atmósferas una consistencia dramática que alcanza niveles poéticos, sumamente lúcidos y
emotivos.
Cuando se habla de Almodóvar también se debe hablar de sus actores: Antonio Banderas,
Carmen Maura, Victoria Abril, Marisa Paredes, Penélope Cruz… rostros que se identifican
con el director y que forman su aúrea glamourosa, a la que ama profundamente.