Por Lorena Loeza
El aislamiento en soledad para reflexionar sobre una misma, es la idea semilla de historias muy interesantes. Con distintos matices, la experiencia de estar alejada de otras personas y en contemplación interna, puede ser un ejercicio sanador, pero también terrorífico. Y es optando por la segunda opción, que la trama de “The Strings” se construye de modo por demás inteligente. “The Strings” forma parte de la programación del Festival macabro, que se lleva a cabo del 19 al 29 de agosto en la Cineteca Nacional y otras salas de la Ciudad de México.
Ryan Glover nos presenta esta historia, que de entrada pareciera simple y un tanto predecible. Pero no hay que escatimarle mérito a quien trata de contar una historia conocida con un halo de cierta novedad y desde un planteamiento diferente. Y de verdad que lo tiene, porque un giro de tuerca bien construido, y alejado de los clichés esperados, nos deja con la sensación de que algo no advertimos, a pesar de tener las pistas en la pantalla y no haber separado la mirada de lo que ahí acontece.
Al mejor estilo de las historias de fantasmas y casas embrujadas, “The Strings”inicia presentándonos a Catherine, (Tegan Johnston, que también compone las canciones originales de la cinta) una chica dedicada a la música que enfrenta un complicado bache creativo, al parecer difícil de superar.
Buscando motivación, tranquilidad e inspiración, llega a un pueblo canadiense alejado de todo y de todos, donde intenta desatar el bloqueo que no la deja terminar su más reciente proyecto.
Aquí ya hay un tratamiento particular que sirve para entender la necesidad de estar sola y de ser vulnerable ante lo que está por venir. “The Strings”no intenta ocultar sus influencias, algunas más que evidentes, como Ghost Story (D. Lowery, 2017) o Repulsión (R.Polanski,1965), logrando capturar al igual que ellas, esta extraña mezcla de angustia, miedo y depresión que sirve para crear un ambiente perfecto de sofocación que el público termina por compartir.
No podemos – desde el papel de espectadores y espectadoras- hacer otra cosa que seguir a Catherine en su búsqueda interna y verla avanzar a su encuentro con espectros reales. Eso se logra mediante un ritmo pausado y un ambiente opresivo en medio de largos silencios que se rompen sólo con los ensayos musicales, logrando que también nos sumerjamos en el miedo y la angustia de esta joven mujer.
Al final, los fantasmas se manifiestan y sus huellas serán permanentes. Un manejo inteligente de las crisis del personaje permite que veamos como logra vislumbrar una salida, en medio de tanto temor. Y también confirmar que hay un nuevo estilo de tratar el horror en la pantalla, lo cual no se logra con efectos especiales, momentos de sobresalto, o persecuciones desesperadas, sino con un cuidado manejo psicológico de los personajes.
Sin tanto artilugio a veces solo es necesario, mirar al interior y sostener la mirada de nuestros propios fantasmas.