Pedro Paunero
“… atrapada en este maldito vacío de dominio y sumisión”
Bruna en “A Certain Sacrifice”
Corría el año de 1978 cuando Madonna, recién llegada a Nueva York, entrara a trabajar como chica del guardarropa en el Russian Tea Room, de Manhattan. Había llegado poco antes, con tan sólo $35.00 en el bolsillo. Por entonces, se involucró sentimentalmente con el músico Dan Gilroy, con quien formó Breakfast Club, banda musical en la cual tocaba la batería, a la vez que actuaba intermitentemente en “A Certain Sacrifice”, una película rodada en Súper 8 y dirigida por Stephen Jon Lewicki, aspirante a director que tardó dos años en completarla, a pesar de que la película dura poco más de una hora.
Lewicki, que tenía $20.000 dólares para el rodaje, había puesto un anuncio en un periódico solicitando la colaboración de una chica, de entre 18 a 20 años, para protagonizar la historia. No habría pago, sino la “oportunidad” de aparecer en la película. Madonna leyó el anuncio y le escribió a Lewicki una carta de tres páginas, en la cual mentía sobre su edad real -21 años-, para adecuarse a lo requerido.
La transcripción de la carta es la siguiente (1):
Querido Stephen,
Disculpe el currículum informal. Estuve fuera del país durante varios meses y al regresar descubrí que había extraviado muchos documentos importantes. Entre ellos, mi currículum.
Nací y crecí en Detroit, Michigan, donde comencé mi carrera en medio de la petulancia y la precocidad. Cuando estaba en quinto grado, sabía que quería ser monja o estrella de cine. Nueve meses en un convento me curaron de la primera enfermedad. Durante la escuela secundaria, me volví ligeramente esquizofrénica, ya que no podía elegir entre ser virgen de clase o la otra clase. Ambas tenían sus valores hasta donde yo podía ver. Cuando tenía 15 años comencé a tomar clases de ballet con regularidad, escuchando música barroca y, lenta pero seguramente, desarrollé una gran aversión por mis compañeros de clase, maestros y la escuela secundaria en general. Hubo una excepción y esa fue mi clase de teatro. Durante una hora todos los días, todos los megalómanos y egoístas se reunían para competir por los papeles y discutir sobre la interpretación. Adoraba en secreto cada momento en el que todos los ojos estaban puestos en mí y podía practicar ser encantadora o sofisticada, para estar preparada para el mundo exterior. Mi infinita impaciencia me hizo graduarme de la escuela secundaria un año antes y entré a la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Michigan, donde estudié Música, Arte y Danza y participé regularmente en la mayoría de las producciones teatrales. (Parecía convertir casi todo en una producción teatral).
Después de dos años de vida aislada y utópica, me moría de ganas de un desafío, así que me mudé a la ciudad de Nueva York y abandoné la universidad. Al principio me concentré solo en bailar y en dos meses me uní a una compañía de danza moderna (Pearl Lang). Hice tres temporadas y estuve de gira por Italia, pero bailar no era tan satisfactorio como esperaba porque los hábitos psicóticos de Pearl me estaban arruinando. Me mantuve bailando con algunas compañías pequeñas y mediocres (Walter Nicks, Peggy Harrel, Ailey III), cantando en una banda de New Wave, trabajando con un cineasta (Eliot Fain) y haciendo de modelo para artistas y fotógrafos. En mayo de 1979, unos productores franceses de discos (Aquarius Label) me vieron cantando y bailando en una audición y me pidieron que fuera a Europa, donde me producirían como su artista cantante.
Un apartamento en la 36 y la 10ª Avenida y una dieta constante de palomitas de maíz hicieron que la decisión fuera fácil. Vine a París con el acuerdo de que después de unos meses de trabajar en un estudio de música y familiarizarme con el negocio de los discos, decidiría si quería firmar un contrato con ellos. Después de dos meses de restaurantes y discotecas todos los días, de ser arrastrada a diferentes países cada semana y de trabajar con hombres de negocios y no con músicos, supe que esta vida no era para mí. Pasé un mes más en París, sintiéndome miserablemente improductiva, pero no podía soportar más la esterilidad parisina ni mi falta de vivienda, así que volví a Nueva York. Llevo aquí tres semanas, trabajando con mi banda, aprendiendo a tocar la batería, tomando clases de baile y esperando mi 20º cumpleaños.
Esto es todo.
Madonna Cicconi
674-8301
Altura – 5’4½”
Ancho – 102
Cabello – castaño
Ojos – avellana
BD – 8/16/59
Cuando Lewicki la contactó le recordó que no habría paga, en respuesta ella tomó una actitud exigente; convencido, el director le ofreció $100.00 del presupuesto, bajo contrato firmado y escrito para tal efecto, para que esta pudiera pagar la renta, antes que la echaran. Para Gilroy, Lewicki no pasaba de ser un tipo aprovechado, no sólo de las aspiraciones de Madonna (única que recibió un salario), sino del resto de los actores, que incluían a la desconocida familia Pattnosh al completo, y que jamás volverían a “actuar”.
El informe argumento de la película, cuenta la historia de David (interpretado por el menor John Joseph Pattnosh, actor no profesional, en una escena inicial), adolescente con todos los típicos problemas de su edad, que se inconforma con los deberes que le impone su padre (Joseph Pattnosh), prefiriendo leer la revista Mad que rastrillar las hojas del jardín. En un flashforward, tenemos a David (ahora interpretado por Jeremy Pattnosh), que “no se dedicó toda su vida a rastrillar hojas”, sino que estudió en un instituto de educación superior, donde salió, incluso, con Susan Porter (Kate Magill), la acaudalada hija del director. Harto de esa vida de hipocresía abandonó el colegio, se dispuso a viajar de aventón y conoció a Bruna (Madonna, sumamente sensual), que danzaba bajo los chorros de la fuente de Washington Square Park, en el Lower Manhattan, con quien se puso a juguetear y besuquearse eróticamente, apuntándose con una pistola de juguete, mientras una sorprendida multitud los miraba alrededor.
David, que ahora se hace llamar Dashiel pues se ha hecho todo un “chico malo”, es abordado por un desconocido que se presenta como Raymond Hall (Charles Kutz), mientras come en un restaurante. El sujeto le cuenta cualquier anécdota sobre el crimen en la ciudad, pero Dashiel se molesta e intenta echarlo de su lado, espetándole que no le importan sus problemas. Hay un corte y vemos a Bruna que les avisa, un tanto bruscamente, a sus tres esclavos amatorios -uno de los cuales es un travesti (Michael Dane), a una chica (Angi Smit [sic]) y a un chico (Russell O. Lome)- que ya no los necesita, provocando que la ataquen, la hagan rodar sobre el suelo y la dejen con los pechos al descubierto, aunque, poco a poco, en medio -literalmente- de la pelea, la vayan convirtiendo en un objeto sexual, a quien acarician sensualmente, a tres partes y en conjunto.
Después tenemos a Bruna y a Dashiel sentados en la banca de un parque, donde ella le confiesa que “es huérfana”, pues acaba de perder a su familia de amantes. La revelación (“¿Tres amantes?”) no le sienta bien a Dashiel, pero se entera que ella está enamorada de él, y la reacción de los esclavos ha sido justificada por los celos que sienten. En otra escena, mientras lava su ropa, Dashiel tiene un altercado con su casera, quien lo echa del departamento por no pagar la renta. Duerme en la banca de un parque, y se cita con Bruna en el mismo restaurante en el que conociera a Raymond, quien ahora trata de quitarse de encima a otro comensal que le pide que pague su cuenta, en una situación que pretende ser cómica y especular de su encuentro anterior con Dashiel. Bruna, que se queja de que los besos de Dashiel le han corrido el lápiz labial, se dirige al baño, seguida por Raymond, que la viola y sale como si nada del local.
La pareja deambula por las calles, hasta llegar al puente de Brooklyn, bajo el cual Dashiel le promete a Bruna que se vengará de Raymond a quien, sin aclarar cómo, localiza fácilmente en la siguiente escena. Juntos, convocan a los tres amantes y forman un grupo de búsqueda a bordo de una limusina. Seduciéndolo, lo atraen hacia el auto, lo secuestran y lo llevan a un sitio en el cual, aparte de jugar a las cartas, se dedican a insultarlo, mientras lo mantienen atado a una silla. La película da un giro inesperado, volviéndose un vídeo musical, con Dashiel cantando y un grupo de chicas de blanco gritando -sin faltar una bailarina que viste un atuendo Stonepunk, a lo Bety Mármol-, en una bacanal en la cual Raymond, encadenado en un ataúd, se torna el centro de la ceremonia, para terminar siendo descuartizado, en alusión al título de la película. Los novios culminan en una cama, sobre sábanas blancas, mientras Dashiel unge a Bruna con sangre.
“A Certain Sacrifice”, con su regusto a película casera (más bien un proyecto universitario) carece de guion, pero lleva su argumento hacia un mal gusto deliberado, con malos ángulos de cámara y desencuadres mareantes, tamizados todos estos elementos por las canciones pop que inundan las escenas, escritas por una cantidad insólita de artistas underground que contribuyeron con la película. Debido a su elenco amateur -y las pésimas actuaciones, incluyendo las de Madonna, que jamás mejoraron- se supone que la cantante quedó insatisfecha con el resultado e intentó comprarle los derechos a Lewicki, por $5, 000, pero Lewicki se negó. “La chica material” aumentó la cifra a $10, 000 sin resultados. Era el año 1985, y después de varios años de permanecer sin estrenar, cuando la cantante era ya conocida por sus éxitos musicales por el álbum “Like a Virgin”, el director había lanzado un VHS del cual se vendieron cincuenta mil copias en una semana, aprovechando su fama creciente.
Poco antes, Lewicki había desempolvado la cinta, le había agregado una narración en Off por parte de Chuck Varesko (que terminaría trabajando como actor de doblaje en la serie Law & Order), quien también se avergonzaría de su “contribución”, e hizo correr el rumor -desmentido después- de que la película era de tipo pornográfico. La terminó catalogando como “antiporno” (2), e invitó a Madonna a verla. Ella lo mandó al diablo y, posiblemente, tampoco se interesó mucho, desde el punto de vista legal, en el estreno de la cinta.
“A Certain Sacrifice” es una curiosidad que vale la pena ver (nunca mejor dicho), como ejemplo de aquello a lo que un ambicioso aspirante a artista (Lewicki, pero sobre todo Madonna) está dispuesto a hacer para alcanzar la fama, aunque el mismo vehículo no lo condujera a la celebridad, por supuesto. Como película no pasa de ser un producto trash, y ni siquiera tan divertida como “Hold Me While I´m Nacked” (1966) de George Kuchar, por ejemplo, que logra momentos de verdadera trascendencia, y también se construye con tomas aberrantes y una narrativa fragmentada. Cuando se le distribuyó y vendió como la primera película (porno) de Madonna, “A Certain Sacrifice”, se convirtió en una cinta de explotación, pero no ha alcanzado el estatus de cinta de culto, ni siquiera entre los fanes de la cantante que, poco después, intentaría mejores papeles en películas como “Desesperadamente buscando a Susana” (Desperately Seeking Susan, Susan Seidelman, 1985), “Aventuras en Shanghai” (Shanghai Surprise, Jim Goddard, 1986) o “¿Quién es esa chica?” (Who´s That Girl, James Foley, 1987).
Dato curioso:
Al final de los títulos de agradecimiento puede leerse el nombre de Giambattista Vico, el filósofo del Siglo XVIII, debido a que, durante la conversación de Dashiel con Raymond en el restaurante, el primero se identifica como estudiante de filosofía.
Para saber más:
- Madonna’s 1979 Amazing Hand-Written Letter to Stephen Lewicki
(2) How an ‘anti-porn’ movie almost ruined Madonna: the story behind A Certain Sacrifice.