PEQUEÑAS CERTEZAS

Apunte Núm. I

Por Ulises Pérez Mancilla

Querer hacer cine en abstracto es
una ilusión. Como los niños cuando desean ser bomberos o futbolistas, del
trecho al hecho hay una realidad desdibujada si la vocación o la perseverancia
no están a la altura de las expectativas. No sólo se trata de “querer”, sino de
creer poder. “El cine es un acto de fe”, oí decir a Julián Hernández y le creí.
Había visto Mil nubes de paz… y le
creí. Sabía de lo que hablaba. Hasta entonces, “hacer cine” era una metáfora
alimentada por mi gusto cinero (ya no
digamos cinéfilo).

Llegué al cine por una casualidad
afortunada. Julián me dijo que me quería en su próxima película. “Serás el
script”, me dijo el productor Roberto Fiesco y así fue. Llegué al set con la
información mínima. No sabía que era un dolly, me tropecé con la iluminación,
el actor ponía en duda si la cerveza que llevaba iba en la mano izquierda o en
la derecha y yo me reponía de mis errores con un “sí, señor”. Corría de un lado
a otro, me sabía el guión de memoria, me dejaba sorprender. Al final de la
primera semana, tras exhaustivos llamados donde afloraba la solidaridad del
equipo motivada principalmente por los emplazamientos del director y no por el
dinero, la magia comenzó a ocurrir.

Terminé la filmación de El cielo dividido con los sentimientos
enmarañados. Había aprendido a amar y a respetar un set. A entregar el alma en
un llamado. A darle sentido a la disciplina cinematográfica. Mejor escuela,
mejores raíces, no pude haber tenido. Entendí que eso de que “el cine es mejor
que la vida” no es lugar común. Luego vinieron otros rodajes sólo para
corroborarlo: Era de y para el cine. Necesitaba hacerlo. Quería filmar para
toda la vida, como script, como asistente de producción, como guionista, como
director…

Algunos años después, en uno de
esos momentos en que la vida te da la espalda, la realidad me rebasó y pronto,
en la sala de un hospital, con la esperanza desgastada pero firme,  tenía una historia que contar. Escribí el
primer tratamiento de Incólume en un
mes. Tenía un guión bajo el brazo, amigos talentosos dispuestos a ayudarme en
todo momento, intención, pasión, ganas… Quería 
filmar mi ópera prima con base en pequeñas certezas: indispensables,
pero no suficientes. Había que dar el paso a ese sinuoso y largo camino que es
“creer poder”.

*Esta es la primera entrega de una
colaboración que esperemos llegue a buen puerto: la realización de una ópera
prima. El autor, Ulises Pérez Mancilla, ha accedido a narrar en forma de un
diario las aventuras y desventuras que supone hacer una primera película en México.
Esperemos que la lectura de este ejercicio, que ahora comenzaremos a seguir a
lo largo de varias quincenas, anime a aquellos que desean filmar por primera
vez, o bien, al menos, que les dé luces sobre las dificultades y los placeres
de esta apasionante y a veces dolorosa hazaña.

<>El editor.