Por Pedro Paunero
“Resortes” (Adalberto Martínez) es Pancho Gómez, un flojo y desobligado marido a quien le salen bien, por gracia de la chiripa y la maroma, el juego de boliche y los disparos de revolver, en la película “Asesinos S. A.” (Adolfo Fernández Bustamante, 1957). Cuando es secuestrado por una organización criminal, que se hace llamar por el ingenuo nombre del título, le conducen a un “Manicomio para cuerdos”, donde le lavan el cerebro con un “Shampoo para cerebros”, capaz de “dejarlo tan limpio como para ser capaz de cualquier trabajo sucio”, procedimiento por el que toma la personalidad de un matón, autonombrado León Bravo.
La organización, liderada por la “mando supremo” (Sara Guash) -una mujer travestida, con aspecto de dominatriz o agente de la Gestapo-, le entrega un reloj de radio pulsera -a lo Dick Tracy-, con receptor-emisor para poder comunicarse con “la compañía”, por si le “asaltan las dudas, porque en la organización hasta las dudas se asaltan”, a la vez que un estuche de guitarra con los accesorios para completar las misiones que le han asignado (el robo de unas joyas primero, y el secuestro de un importante científico que ha creado una fórmula “atómica”, de interés armamentístico, después), así como lo necesario para suicidarse, única salida en caso de fracasar. Detrás de todo el turbio -como absurdo- asunto, se encuentra el Sr. Vaneck (Luis Aldás), representante de un oscuro país extranjero (suponemos que proveniente de detrás de la “cortina de hierro”), a quien le interesa realmente completar el “Experimento X” (el lavado de cerebro de Pancho Gómez, precisamente, un voluntario involuntario por cierto, y completamente desechable), para ahorrarse la pérdida de auténticos como valiosos agentes.
Las cosas se le complicarán a León, cuando “el Muñeco” (Wolf Ruvinskis), un matón de la compañía, intente deshacerse de él, una vez que ha probado su incapacidad para finalizar el trabajo.
A sus ordenes le es puesta Julieta (Kitty de Hoyos), cuya profesión, fuera de su identidad secreta en la compañía, es la de bailarina en un cabaret. La película, como era de esperarse en producciones de la época, abunda en números musicales, en los cuales no sólo Resortes tiene oportunidad de lucirse, sino también la citada Kitty de Hoyos, así como Lisa Rossel, quien aparece como debutante en la película, y quien no sólo fuera una buena bailarina, sino una gran dotada para tocar la batería en la vida de fuera de la pantalla. Empero, la película no va más allá de una trama ligera, repleta de persecuciones desfasadas, propias del slapstick, y un arsenal de chistes bobos, donde la interesante premisa original se diluye por completo. En un momento dado el guión (escrito por Sidney T. Bruckner), los personajes y, con estos, nosotros como espectadores, perdemos el piso y nos perdemos en un callejón sin salida argumental, y el supuesto asesino emergente de Pancho Gómez, se olvida para dar lugar a una serie de situaciones ridículas, impregnadas de un humor ramplón, consabido en películas de este tipo.
El mérito, pues, de la cinta -aparte de funcionar como fuente de arqueología urbana, al situarse en la novísima Ciudad Universitaria, y que incluye una escena (que repetirá en “Del suelo no paso”, dirigida por Chano Urueta dos años después) (1) con nuestro héroe trepando a un edificio en construcción en la Colonia Industrial, aprovechando el afán urbanista del régimen alemanista-, hay que buscarlo en la gran habilidad del actor para el baile.
No resulta sorprendente, para quienes crecimos en los años ochenta -en los tiempos del Breakdance y el billboard liderado por Michael Jackson-, que a Resortes se le haya considerado entonces como al auténtico padre o, por lo menos, pionero, de esta clase de baile, y precursor del “Moonwalker” (1988). Tampoco resulta sorpresivo que, ya en el siglo XXI, la escena en la que Pancho Gómez entra a un bar (y después de tomarse tres shots de tequila, alucina con que el cartel de Lisa Rossel -en el que se hace propaganda de una bebida de cola-, cobra vida y, al ritmo del rock’n and roll, se ponga a bailar vertiginosamente en pareja con ella), como un clip o un video independiente, y su música original sustituida por la canción “Boogie with Stu”, de Led Zeppelin, proveniente de su álbum “Physical Graffiti” (1975), en un montaje asombroso, que ha obligado a usuarios de habla inglesa de YouTube, a buscar la película original, con gran reconocimiento hacia el arte del cómico mexicano.
“Boogie with Stu”, es una canción del subgénero del rock country, con un origen improvisado, para cuya creación intervino Ian Stewart, de The Rolling Stones, y que tuvo como inspiración un tema anterior, “Ooh my Head”, del cantante Ritchie Valens, cuya madre habría escrito parte de la letra, con lo que se demostraba que, Led Zeppelin, no sólo podía ocuparse de lo que se denominaría Heavy Metal, posteriormente, sino de algún otro tipo de música, y hacerlo de maravilla.
Si bien, este acto de deconstrucción-reconstrucción de una obra original -como se hiciera con la película “Metrópolis” (Fritz Lang, 1927), en el montaje titulado “Metrópolis Remix” (2) donde, mediante una IA los personajes mudos pueden hablar y dialogar- es, en esencia, una reapropiación plástica relacionada con la ductilidad intrínseca del material originario -es decir, la escena se sostiene por sí sola-, y ya se ha hecho varias veces -por ejemplo, con otra escena de baile de Fred Astaire y Rita Hayworth de la cinta “You Were Never Lovelier” (William A. Seiter, 1942)-, el montaje con Resortes es el más visto y apreciado, con más de un millón cuatrocientas mil reproducciones, en la citada plataforma, y demuestra que la carrera de Adalberto Martínez, alias “Resortes”, bien pudo tomar otros derroteros.
Para saber más:
(1) “«Del suelo no paso»: O la tardía modernidad mexicana” por Pedro Paunero.