Por Arturo Garmendia

A propósito de “Camino a Roma”, el documental donde Alfonso Cuarón relata cómo elaboró su película me interesa recordar que hay en ella una secuencia sobre la masacre del 10 de junio de 1971, que fue reconstruida para el filme. Pues bien, para el documental, los productores me pidieron usar algunos fragmentos de mi película sobre el 10 de junio, que contiene imágenes reales del funesto acontecimiento. Me mencionan en los créditos, cosa que agradezco mucho. No por esto, sino porque película y documental son excelentes, valen la pena verse. Pero ya puestos a recordar sobre el asunto, reproduzco una nota que escribí hace 16 años, acerca de esta cinta que está en camino de convertirse en quincuagenaria. Reproduzco:

La Jornada de hoy (29/07/2004) trae una nota en primera plana, firmada por Paco Ignacio Taibo II, en la que rememora los sucesos del 10 de junio de 1971 a partir de la evocación que le provocan dos caja de papel fotográfico Kodak en su poder, conteniendo más de un centenar de fotos sobre la masacre de estudiantes agredidos por los halcones en esa fecha fatídica. Un párrafo de la nota llama mi atención. Dice Taibo II a propósito de las fotos: “Creo que llegó la hora de que reaparezcan. No son nuestras. Fuimos accidentales depositarios del trabajo arriesgado y anónimo de decenas de compañeros. Si algo me ilusiona de traerlas a la luz es la posibilidad de que sus autores se identifiquen”.

Conozco del asunto. Un paquete similar llegó a nuestras manos, las de la redacción de la revista de crítica cinematográfica 35 mm. que se publicaba por entonces y que, motivada por el indignante suceso, se trasformó en grupo cinematográfico independiente y anónimo, y bajo el rubro de Grupo Contrainformación produjo el cortometraje “Junio 10: Testimonio y Reflexiones un año después” para denunciar el hecho e intentar, a través de su exhibición y debate, revitalizar el movimiento estudiantil en ese momento en derrota. Esta es la historia.

Antecedentes.

Seis integrantes de la Generación 1967 del Centro de Estudios Cinematográficos (CUEC) de la UNAM decidimos dedicarnos a la crítica de cine, y para el efecto fundamos el “Boletín Cinematográfico 35 mm”, a semejanza del que a principios de los sesenta editaran Emilio García Riera y el grupo Nuevo Cine. Para 1971 el grupo se había renovado y el boletín pudo transformarse en una modesta revista, animada principalmente por Rafael Úbeda (QEPD), Oscar Alzaga, Josefina Morales y quien esto escribe. Todos teníamos, en mayor o menor medida, vocación por la realización cinematográfica, y ya habíamos hecho colectivamente nuestros pininos con el documental Horizonte, Chiapas el año anterior, patrocinados por el Instituto de Investigaciones Geográficas de la UNAM.

Politizados por el movimiento estudiantil de 1968, y conmovidos por el llamado Tercer Cine (por homologación con el “Tercer Mundo”) Latinoamericano, quedamos impactados por la exhibición de la película argentina “La hora de los hornos” (1970) de Solanas y Getino, una monumental epopeya de varias horas de duración sobre la lucha de ese pueblo por su independencia económica y contra el imperialismo. La cinta incluía una revisión histórica sobre la economía, política y sociedad de ese país, segmentos dedicados a la lucha de clases, la insurgencia popular, las condiciones de vida de los marginados y finalizaba con un llamado a los espectadores para permanecer en el cine en que se exhibía a debatir sobre la situación presentada y decidir, ¡ya! en qué organización debíase militar para solucionar definitivamente la situación.

Iniciamos entonces una exhaustiva investigación sobre historia, economía y sociedad mexicanas, con miras a realizar la versión nacional de dicha película.

El otro acontecimiento que nos motivó fue la entrevista que sostuvimos con el multipremiado documentalista cubano Santiago Álvarez, cronista fílmico de la Revolución Cubana, autor del documental oficial sobre el levantamiento del 26 de julio “De América soy hijo y a ella me debo” (1970), quien enterado de nuestras inquietudes políticas y cinematográficas sentenció: “Para hacer cine, tienen toda la vida por delante: lo que hay que hacer ahora es la Revolución”. Menuda carga dejó sobre nuestros hombros, la que además tuvo por efecto inclinar a unos de los miembros del grupo hacia una opción, y a otros hacia la segunda.

Ante esta alternativa nos sorprendió el 10 de junio de 1971. Los presos políticos del ‘68 eran liberados y los líderes estudiantiles en el exilio regresaban. La manifestación programada con su asistencia para ese día significaría la continuidad del Movimiento, aletargado por la represión y el encarcelamiento. La opción revolucionaria parecía volver a ser viable.

Desgraciadamente, no fue así. Echeverría no iba a permitir que aquellos anhelos democráticos que atentaron contra la estructura monolítica del poder en el ’68 resurgieran; y vino nuevamente la represión. Se volvió a instalar ese deprimente estado de ánimo bien descrito por Paco Ignacio Taibo II, el del sudor inexplicable en las manos, las visiones culposas de amigos en la cárcel, el de la pesadilla recurrente en la que te metían la cabeza en un balde de agua sucia: el del miedo a un aparato estatal que reprimía, detenía, torturaba, desaparecía y aún asesinaba a quien se opusiera a su paso. La guerra sucia, pues.

Una de las fotos más icónicas del Halconazo, tomada por Armando Salgado.


Después de la ignominiosa agresión de los Halcones el movimiento estudiantil volvió a paralizarse; pero en medio de nuestro desconcierto aparecieron las fotos de marras, así como filmaciones en 8 mm., grabaciones de radio patrullas que coordinaban la represión y testimonios de las víctimas de la violencia oficial. Contrastaba la calidad técnica de las primeras con la imperfección artesanal de los otros materiales, y esto era así porque el autor de ese testimonio gráfico era un fotógrafo profesional extranjero que había sido presentado al grupo por Josefina Morales. Era un proveedor de las mejores empresas publicitarias del momento y renombrado artista gráfico, reconocido internacionalmente. Había asistido a la manifestación y con su mejor equipo había registrado, de principio a fin, los acontecimientos. Nos lo entregaba para su difusión como aporte a la causa de los estudiantes democráticos, con la condición de no revelar su nombre en razón de su situación laboral y migratoria, fácilmente comprensible. En razón de ese compromiso no menciono su nombre; sin embargo creo necesario rendir este testimonio para contribuir a registrar, al menos en parte, ecos y reflejos de un acontecimiento histórico que nunca debe repetirse.

Cómo se hizo…

Se ha puesto de moda rodar paralelamente a una película un documento sobre cómo se realizó. Vale la pena recordar cómo se hizo ésta: forma parte de la historia de nuestro otro cine: el independiente, el marginal, el político.

Una vez en poder de las fotos, el grupo decidió avanzar por el camino del cine político. Haríamos un documental sobre las premisas de “La hora de los hornos”, toda proporción guardada. Se concentraría en los sucesos del 10 de junio, buscaría ser sumamente objetivo y tendría como propósito principal contribuir al debate, en los medios estudiantiles, sobre cómo continuar el movimiento. El problema era ¿cómo avanzar en el proceso técnico? “El grito”, la película del movimiento del ’68 se hizo gracias a la infraestructura, recursos y personal docente y estudiantil del CUEC; otros compañeros filmaron inicialmente en Super 8 mm., para lo que no requerían mas que “una cámara y una idea”. Nosotros aspirábamos a filmar en 16 mm.

Estábamos de suerte: Rafael Úbeda se contrató en una compañía publicitaria que no tenía mucho personal ni demasiado trabajo y eso nos dio oportunidad de acceder a un equipo y unas instalaciones adecuados. Luego, hubo que disponer las 113 fotografías en una secuencia cronológica, tratando además de que hubiera coherencia espacial entre ellas; y en el momento de filmar utilizar un juego de lentillas que nos permitiera obtener detalles de las fotos, así como desplazamientos laterales o zoom sobre las mismas. Más sencillo resulto rodar el material complementario, básicamente una ceremonia oficial el 15 de septiembre ante la columna de la Independencia, con la participación del presidente Echeverría y su gabinete en pleno y el desfile militar correspondiente, así como un recorrido por las oficinas centrales del PRI, en Insurgentes Norte.

El problema vino cuando intentamos revelar lo filmado. Bien sabíamos que había un férreo control estatal sobre los laboratorios que procesaban material fotográfico o cinematográfico. Cuando uno mandaba revelar un simple rollo de fotografías que contuviera imágenes “inconvenientes” políticamente a cualquier establecimiento comercial, lo más probable es que recibiera una disculpa y un trozo de celuloide velado. No podíamos, entonces, arriesgar nuestro proyecto.

La solución fue improvisar nuestro propio sistema de revelado: Construimos bastidores de madera donde enrollamos la película, y los sumergimos en tinas colmadas de químicos para obtener un negativo. Ahora necesitábamos una copia positiva para hacer el montaje, pero no teníamos a quien acudir. Pasaron así varios meses. Intentamos, con material de descarte, obtener positivos en la frontera y aún en Estados Unidos, con el previsible resultado del producto estropeado.

A esto se añadió el elemento del miedo: con razón o sin ella nos sentíamos vigilados, perseguidos. Los teléfonos sonaban a altas horas de la noche, persistentemente, y nadie contestaba al levantar el auricular. Creíamos que autos sospechosos rondaban nuestras casas. Finalmente decidimos jugarnos el todo por el todo: Aprovechamos el contacto con alguien que trabajaba en el área de comunicación social de una dependencia gubernamental para enviar por su conducto a un laboratorio, como material oficial que requería revelado, nuestro trabajo disfrazado como un documental sobre el “Año de Juárez”, cuyo centenario mortuorio se conmemoraba ese año. Con censura o sin ella, el material pasó la prueba y pudo hacerse el montaje que daría su concreción final a nuestra película.

El resto fue más sencillo: nuestro compañero Oscar Alzaga entabló una relación amistosa con el Sr. Chavira, veterano técnico del cine nacional quien poseía unos laboratorios en las calles de Querétaro, en la colonia Roma, y ahí se hicieron las primeras (y únicas) copias de Junio 10, Testimonio y Reflexiones un año después, hoy depositada en la Filmoteca de la UNAM.

El cortometraje del 10 de Junio.

La cinta dura algo más de veinte minutos y consta de un prólogo, en el que se caracteriza brevemente al país como uno dependiente del imperialismo, que sufría el poder monolítico de un partido de estado hacia ya más de treinta años y cuyo movimiento estudiantil recién había sido sangrientamente reprimido. Pero ahora salía nuevamente a las calles. Venía a continuación la secuencia del halconazo, que tenía como único comentario sonoro una monocorde composición electrónica in crescendo de Ligetti, que cerraba con un fundido a negro. A continuación no quisimos dar una opinión personal o grupal sobre el acontecimiento, y dejamos que representantes del movimiento estudiantil nos dieran una opinión sobre los sucesos y nos plantearan alternativas propias o de su organización para los estudiantes. Los entrevistados fueron Pablo Gómez, entonces dirigente de las Juventudes Comunistas; Gilberto Guevara Niebla, quien había sido representante de la Facultad de Ciencias ante el Consejo Nacional de Huelga; Eduardo Valle Espinosa, “el Búho”, de la Facultad de Economía, y Fausto Burgueño, académico del Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM, en razón de su origen sinaloense y portador de la experiencia de la UAS, que recién había sido atacada por el virus ultra-izquierdista de grupos seudo estudiantiles corruptos, supuestamente radicalizados, que atraían la represión a los movimientos universitarios genuinos por la vía de la provocación a la sociedad, táctica que se generalizaría en adelante.

Finalmente la película mostraba, mediante una sucesión de imágenes, rótulos y encabezados periodísticos, la situación reinante: caos, miseria, Genaro Vázquez y Lucio Cabañas en la sierra, guerrilla urbana, violencia oficial ¿Qué hacer ante todo ello? El movimiento estudiantil no nos respondió explícitamente. Las exhibiciones en los cineclubes no eran muy concurridas, los debates fueron escasos, el desánimo reinaba en el campus.

Era señaladamente un momento de repliegue; pero al poco tiempo se encontró una salida: Había que abandonar las aulas para ir al soñado encuentro con el proletariado: los electricistas, los telefonistas, los trabajadores de la industria automotriz desplegaban la Insurgencia Obrera y los estudiantes se involucraron con el movimiento sindical independiente, en la lucha contra el “charrismo”, en el apoyo a la Tendencia Democrática, en el fortalecimiento de las organizaciones políticas… En otros ámbitos, la lucha continuaba.

El cine militante debía ahora reinventarse, ir ahí a donde quiera que se hiciera presente el llamado a la necesaria democratización del país.

 

 

Por Arturo Garmendia

Arturo Garmendia nació en Coyoacán, el año de 1944. Estudió Arquitectura y Cinematografía en la Universidad Nacional Autónoma de México. Fue crítico de cine en los periódicos Excélsior y Esto, así como en diversas revistas académicas y culturales en los años sesenta. Dirigió tres cortometrajes documentales: Horizonte, Chiapas (1972), Junio 10: Testimonio y reflexiones un año después (1972) y Vendedores Ambulantes (1974). Este último fue premiado en el festival de Cortometraje de Oberhausen, Alemania.