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Otro mexicano -como el año pasado- ha puesto en pie a la audiencia del Palazzo del Cinema del Lido. Tras Alfonso Cuarón en 2013, ha sido su compatriota Alejandro González Iñárritu quien ha recibido los aplausos del público y el beneplácito de la crítica, que ahora, con indisimulado entusiasmo, asegurá que “Birdman” es su mejor película hasta la fecha, una suma de muchos talentos reivindicados, y la posibilidad que el autor de “Amores perros” y “Biutiful” haya buscado más ayuda dejando de lado su anterior ego. El resultado, en cualquier caso, de esta comedia negra precisamente sobre la ambivalencia de la fama, es brillante.
O nos reiventamos o seguimos haciéndolo bien. No hay vuelta de hoja. “El Negro” Iñárritu ha contado con ambas posiciones en su película. Él, como su personaje central, Riggan Thomson, y como el actor que lo interpreta, Michael Keaton, necesitaba una segunda oportunidad. La agarraron y no la han desperdiciado. En cuando al tercer eje visible (posiblemente haya un cuarto sobre que volvemos enseguida…), es alguien que no necesita reiventarse porque cada vez lo hace mejor, le sale mejor: Emmanuel “Chivo” Lubezki, el también mexicano director de fotografía que ha cerrado un círculo con la película que el año pasado también abrió la Mostra, “Gravedad / Gravity”, atreviéndose esta vez con un tecnologicamente elaborado único plano secuencia.
González Iñárritu alcanzó la fama gracias a la mancuerna con Guillermo Arriaga, autor de los guiones de las tres cintas que le dieron fama, “Amores perros”, “21 gramos” y “Babel”. La amistad y la colaboración se rompieron en términos agrios y el realizador chilango pensó que podría lograr otra ayuda, pero llevando él la voz cantante, e hizo “Biutiful”, teniendo como coguionistas a dos jóvenes escritores argentinos, Armando Bo y Nicolás Giacobone. El resultado no fue mejor que el pasado, más bien todo lo contrario.
Pero el chilango debió sacar sus propias conclusiones, y decidió reiventarse. Así lo hace en su “Birdman”, subtitulada tardiamente como “Or the Unexpected Virtue of Ignorance” (O la inesperada virtud de la ignorancia), Riggan Thomson, un actor otrora popular, aplastado por el éxito de su más popular personaje, el superhéroe Birdman, al que se negó a representar por cuarta vez, cayendo en el ostracismo. Ahora, en vísperas de la vejez, busca demostrar que es capaz de mucho más que emplumarse y salvar al mundo. Y su reivindicación pasa por la producción, dirección y protagonismo de una obra teatral en Broadway, “What We Talk About When We Talk About Love”, de Raymond Carver, que incluso ha ayudado a financiar.
Su plan es mostrarle al mundo lo que vale, en un ambiente propicio y con los profesionales justos a su lado. Pero algo falla: el otro actor importante de la obra queda en el camino antes del estreno, e inextremis se ve forzado a sustituirlo por el novio de su coprotagonista femenina (Naomi Watts), Mike Shiner (Edward Norton), un popular actor de cine, que puede significar una sombra difícil de sortear cuando se enciendan los focos sobre él.
“Birdman” es la crónica de ese esfuerzo de Thomson, vencido pero no derrotado, a lo largo de dos horas en ebullición ante la permanente cámara de Lubezki. Lo ha dicho Iñárritu: La película no sería igual sin Michael Keaton, cuyo Birdman personal fue Batman, un actor en estado de gracia. “Pensé que pocas personas en el mundo tenían la autoridad para hablar de eso, siendo Michael como era un pionero de esos papeles de superhéroes globales”, ha dicho el chilango en rueda de prensa. “Creía que su conocimiento y experiencia le darían algo muy poderoso a la película. Sabía que el tono sería extraordinariamente difícil de alcanzar y que necesitaba un actor que tuviera la habilidad de navegar entre el drama y la comedia, como Michael. Sin él, no creo que esta película pudiera haber sido una realidad… No había otra opción. Lo necesitaba, y fui muy afortunado al ganarme su confianza. Él hizo posible esta película”, agregaba.
Y acierta de pleno, como también lo hizo al elegir como coguionista, al lado de los argentinos a los que ya conocía, a un estadounidense que nunca había escrito para el cine pero sí -y con suceso- para el teatro, Alexander Dinelaris. No es difícil intuir que su participación y experiencia sobre el escenario y los camerinos ayudó a dar un tono diferente, nuevo, en el hasta ahora trascendente y oscuro González Iñárritu, imprimiendo ironía, humor y frescura. El ha podido ser la cuarta pata que sostiene en su esplendor a “Birdman”.
Veremos si el gran nivel alcanzado por un mexicano (vale, con la maquinaria de Hollywood detrás) puede mantenerse en los próximos días en esta Mostra cuyo director, Alberto Barbera, está convencido de que el talento iberoamericano -más infrareconocido que nunca desde que lleva las riendas del festival- no merece atención.
Escrito por © E.E. (Venecia)-NOTICINE.com