Por Jean-Pierre García
Desde Cannes (en exclusiva)

“Los Siete Samuráïs” (1954) del maestro Akira Kurosawa, se sitúa en Japón, al final de la Edad Media. El país sufre un desorden durante una guerra civil permanente, el estado ha perdido poder y las ciudades, al igual que las más olvidadas aldeas, están siempre asediadas por pandillas de ladrones que lo roban todo. Matan, violan y provocan el hambre a los campesinos. Estos desafortunados buscan ayuda en un grupo de mercenarios.

El tema es conocido por todos, ya que muchas películas se han inspirado en el drama de Akira Kurosawa. A lo largo de los años, las oportunidades de ver este clásico del cine en pantallas grandes fueron casi inexistentes. Gracias a la restauración de la copia por la productora TOHO (Kurosawa fui muy fidel a este estudio a lo largo de su vida), el estudio de producción más grande en la historia del cine japonés, fue posible para Thierry Frémaux, delegado general del Festival de Cannes, ofrecer esta oportunidad a los participantes más jóvenes del 77º Festival, fuente de alegría y admiración.

En primer lugar, Kurosawa nos muestra con talento que conocía mucho del período clásico del cine mudo, especialmente en su filmación del campo y la poesía de la naturaleza en bosques y cultivos de arroz. Nos parece que nos adentramos en el universo de Eisenstein en “¡Que Viva México!” o de Pudovkin en “La Tierra”.

Kurosawa maneja muy bien los elementos del cine de vaqueros típicamente hollywoodense. Se puede pensar en la escritura fílmica de John Ford. Los campesinos japoneses toman el lugar de los pueblos indígenas del Oeste, las técnicas de guerra desarrolladas por John Ford: el ataque armado en contra de los enemigos, el desierto en lugar de los campos de arroz. O mas adelante, también hay ecos de ciertos ensayos de Flaherty.

El uso del sonido y de una sutil música permite entender el contenido social de la película y la maestría de Kurosawa cuando nos muestra claramente las divisiones entre el mundo de los guerreros y el de los humildes campesinos.

La violencia de estas miradas son parte de la dramaturgia del maestro japonés. Hay un personaje que establece un lazo permanente entre campesinos y samuráis: es el de un supuesto samurái que pasa mucho tiempo emborrachándose y que sale tan torpe que los otros lo van a considerar como un carácter positivo y que atrae la buena suerte. En palabras muy exageradas, habla al pueblo como si fuera el propio portavoz de los humildes. Esto hace entender cómo Akira Kurosawa veía a estas “víctimas” de la violencia de los bandidos armados, como si fuera el mismo director peleando a su lado.

Además de este aspecto, Kurosawa desarrolla un sentido del humor y un talento grande para la comedia. Nadie es totalmente débil, nadie tampoco puede ser el héroe de la historia. El humor se introduce en el ritmo narrativo de estas luchas por sobrevivir.

Entramos en miles de detalles de la vida de este pueblo pero nunca nos aburrimos. La película, a pesar de su duración (durante años fue la más cara de la Toho), nos mantiene informados a paso lento, pero hablantes de la realidad de este mundo tan extraño en el que nos lleva Kurosawa. Esta película es claramente un filme de acción y de guerra, pero Kurosawa logra darle un contenido universal que abre puertas a la mirada social y a la espiritualidad de la cultura campesina.

Así que nadie se sorprendió frente a las numerosas adaptaciones de su tema original. Desde la película de John Sturges, una adaptación muy cercana al universo desarrollado por Kurosawa (con mucho menos talento que el maestro japonés), los sembradores de arroz son para John Sturges unos campesinos indígenas mexicanos. Este “sequel” vale por el brillante trabajo de los actores, desde Yul Bruner hasta James Coburn o Steve Mac Queen.

Y no es la vuelta de los 7 mercenarios lo que arreglará las cosas. Lo que veo como valiosa herencia de Kurosawa se puede buscar en el magnífico Sam Peckinpah, especialmente en “Major Dundee” o en “La Pandilla Salvaje” (The Wild Bunch).

Antes de la proyección por la mañana, Thierry Frémaux, delegado de la productora japonesa TOHO que armó y financió la restauración de la película de Akira Kurosawa, presentó al gran director Hirokazu Kore-Eda. El maestro vino con varios libros u obras al escenario. Una de estas era un extraño VHS. Confirmó que había grabado en la televisión de sus padres este VHS y lo había decorado para que pareciera auténtico, ya que no se encontraban VHS de “Los Siete Samuráis” en Japón. Uno de los libros era una copia del primer ensayo de guion por Kurosawa. Todo esto para decir que no se escribe una película de este nivel sin un inmenso trabajo.

Por Jean-Pierre Garcia

Jean-Pierre García es crítico e historiador de cine, fundó y dirigió el Festival Internacional de Cine de Amiens, Francia, de 1980 a 2011, que muestra cine del mundo entero y ha desarrollado un papel muy importante en lo que se refiere al apoyo a jóvenes directores de África, Asia y América Latina. Organizó varias retrospectivas y homenajes al cine mexicano y participó en el libro Luz, cámara, acción: cinefotógrafos mexicanos. En 1996, creó el Fondo de Apoyo a Desarrollo de Guiones del Festival de Amiens. Ha sido integrante y presidente de varios jurados internacionales en Europa, África, Asia y América Latina. Es experto en políticas de financiamiento y apoyos a cines del hemisferio sur.