Por José de Jesús Chávez Martínez
Decir que algo es fuera de serie es casi siempre porque se trata de una maravilla. Sin embargo, pudiera aplicarse también a una persona o cosa diferente y fuera de lo normal. En el cine hay películas que cumplen en ambos sentidos ya sea porque son obras asombrosas y además porque están fuera de lo convencional. Pues parece que Yorgos Lanthimos es un director extraño.
Lanthimos bosqueja una sociedad distópica en “La langosta” (Grecia, 2015), en un futuro donde las condiciones sociales han cambiado. David (Colin Farrell) es un arquitecto apocado que llega a un hotel donde hombres y mujeres pueden conocerse y así emprender el proyecto de ser pareja y posteriormente formar una familia, encontrando a alguien con quien tener una afinidad, pero todo como una obligación, así tal cual. Todos los huéspedes son extraños y definidos por una cualidad, por ejemplo, David entabla amistad con el “Hombre que cecea” (John C. Reilly) y con el “Hombre que cojea” (Ben Whishaw); también consigue hacer pareja con la “Mujer sin corazón” (Angeliki Papoulia) haciendo creer a ésta que él no tiene sentimientos y entonces se unen en una habitación durante un mes y medio de prueba, lo cual no funciona porque la mujer mata al perro de David, que en realidad era su hermano. Ocurre que las personas que no consiguen pareja son convertidas en animales y enviadas al bosque, por eso el hermano falló y fue convertido en un perro y por eso David escoge ser una langosta, ya que en el hotel es requisito elegir ser un animal en caso de fallar. Vaya locura. La mujer sin corazón, al descubrir a David llorando por el can, lo lleva con los administradores del hotel para disolver la pareja, sin embargo, David la somete con ayuda de la sirvienta, la convierte en animal y escapa hacia el bosque, donde se une a Los Solitarios, un grupo de renegados que prohíben relaciones sentimentales entre sus miembros. Otra locura.
Lanthimos presenta así una estructura social futurista en la que se impone el control en la construcción de relaciones afectivas que derivan en familias, a diferencia de otras propuestas distópicas donde se limita el número de nacimientos (“Edicto siglo XXI: prohibido tener hijos” de Michael Campus, 1972), se decide la muerte mediante competencias entre adolescentes (“Los juegos del hambre” de Gary Ross, 2012) e incluso cómo se muere (“Cuando el destino nos alcance” de Richard Felischer, 1973). Pero también en “La Langosta” el realizador griego promueve la opresión porque tanto en el hotel como en el bosque y en la ciudad las condiciones de convivencia son supervisadas.
Lo curioso es el tono cómico y absurdo en la historia. El Hombre que cojea hace sangrar su nariz golpeándose con cualquier cosa con tal de tener una relación con una chica que también sufre de hemorragias nasales, pero de manera natural. Los Solitarios bailan solos y acometen en el hotel para disolver parejas, incluidas a los de narices sangrantes y a los dos gerentes del hotel (uno de ellos, Olivia Colman), sólo para desestabilizar. También estos renegados hacen “misiones” a la ciudad vestidos de civil y se movilizan a pie.
Pero finalmente David encuentra lo que al parecer es el amor verdadero en la mujer miope (Rachell Weisz) que habita el bosque con el clan de rebeldes y por la que está dispuesto, también aparentemente, a perder la vista y romper con la rigidez de tener/no tener pareja.
Todos los personajes, a pesar del tono chusco de la película, muestran un semblante de tristeza, de frialdad y de ineptitud, lo que se traduce en una incompetencia sentimental y social, quizá por ello es que deban ser controlados tan estrictamente, un control también grotesco desde luego, ceremonioso y caricaturesco.
Lo anterior contrasta con una manufactura cinematográfica muy técnica, académica y muy limpia, además de actuaciones muy sólidas: un John C. Reilly totalmente pusilánime, un Ben Whishaw cínico e individualista y un irreconocible Colin Farrell, nada galán y obeso, en su papel de profesionista timorato. Estamos ante Lanthimos, un director y gran artista que recrea un retrato sarcástico, crudo y cruel de la naturaleza humana, en el cual a veces cabemos en algún momento (o varios momentos) de la vida.