Por Ricardo Pérez Montfort*
CIESAS/México

En medio de todos los lugares comunes históricos,
artísticos, editoriales y políticos, justificatorios y críticos, que ha traído
consigo este año de celebraciones, el cine mexicano no podía quedarse atrás. Y
tan no lo ha hecho que varias han sido las producciones que con temática
bicentenaria o centenaria han salido al mercado con muy desiguales logros y
recepciones. Héroes patrios se han pretendido desmitificar y medianamente
humanizar, figuras relevantes de la historia nacional han pasado al cadalso de
un supuesto reconocimiento por la volubilidad de los medios de comunicación,
entre solemnidades y parafernalias; y en este afán de festejar, mucho se ha
dicho de manera ligera y anodina, aunque también es cierto que hemos sido
testigos de algunos logros. Y uno de ellos sin duda es el libro Cine y Revolución: La Revolución Mexicana
vista a través del Cine
coeditado por la Cineteca Nacional y el Instituto
Mexicano de Cinematografía.

Desde hace poco más de dos años, hasta donde sé, se presentó la
iniciativa oficial de echar a andar un Museo Nacional de Cine, mismo que le fue
encargado a nuestro buen amigo Pablo Ortíz Monasterio. Por claras limitaciones
presupuestales aplicadas severamente a la educación y a la cultura esta
iniciativa derivó en la propuesta de hacer ya no tanto un museo sino más bien una
magna exposición sobre el Cine y la Revolución. Para participar en ella fuimos
convocados varios colegas y amigos interesados tanto en la historia como en el
cine, pero sobre todo aquellos a quienes sus aficiones los habían llevado a
estudiar la propia historia, la estética y los múltiples vectores sociales,
económicos, políticos y culturales que confluyen en el quehacer cinematográfico
mexicano y del mundo.  

En una serie de primeras sesiones se presentaron y discutieron una gran
cantidad de ideas para poder darle una consistencia original y propositiva a
dicha exposición. Consagrados especialistas en la historia del cine mexicano
como Eduardo de la Vega, Ángel Mikel, Raúl Miranda y Octavio Moreno Toscano se
incorporaron al equipo de trabajo y jóvenes entusiastas e igualmente solventes
como Álvaro Vázquez Mantecón, Claudia Arroyo, Hugo Lara, David Wood, Eloisa
Lozano y Alicia Vargas, se unieron a esas sesiones, a las que recuerdo que
también ocasionalmente asistimos Paco Montellano, Gregorio Rocha, Aurelie
Semichón, Rossana Barro y un servidor, entre otros cuyos nombres lamentablemente
ahora no me llegan a la memoria.

Se trataba de un proyecto por demás seductor, que hay que reconocer que
empezó con gran entusiasmo y fuerza, y que gracias a la tenacidad de Pablo y de
algunos de sus colaboradores cercanos, logró salvar la carrera contra
constantes frustraciones e impedimentos, mismos que han caracterizado a muchos
otros proyectos de la administración cultural actual. Las limitaciones
presupuestales aparecieron una y otra vez, pero aún así el proyecto lejos de
naufragar, tuvo por lo menos dos grandes logros de amplia trascendencia: la
propia exposición organizada por el Consejo Nacional para la Cultura y la Artes
que llevó el título de Cine y Revolución
y el libro que ahora se presenta.

Tengo que reconocer que sobre
la exposición hablo más de oídas que de sabidas, porque por más que me hubiera
encantado colaborar a fondo con el proyecto, un compromiso en la Universidad de
Cantabria me impidió seguirlo de cerca, sin poder colaborar más estrechamente, y
mas bien sólo pude asistir a algunas sesiones con el equipo organizador y
disfrutar la exposición en unas cuantas visitas. Pero pienso sacarme la espina
ahora comentando este espléndido libro. 

Si bien se trata de un producto que refleja ampliamente la riqueza de
materiales y propuestas museográficas que se recabaron a la hora de armar la
exposición que ocupó una parte  del
Palacio de San Ildefonso a partir de mayo del 2010, este libro es, a mi juicio,
mucho más que eso. Cierto que varios autores-investigadores de la talla de
Emilio Garcia Riera,  Aurelio de
los Reyes, Carlos Monsiváis, Jorge Ayala Blanco, Margarita de Orellana y Andrés
de Luna ya se habían ocupado de la relación entre la Revolución Mexicana y el
cine; sin embargo lo que ofrece este libro es una mirada fresca y novedosa, en
no pocos casos provocadora y también en ocasiones, como suele ser el propio
cine mexicano, bastante complaciente.

Dividido en siete grandes apartados, correspondientes a las siete salas
en que estuvo organizada la exposición, el libro muestra siete ángulos a partir
de los cuales puede atisbarse la complicada relación que ha tenido el mundo
cinematográfico, tanto nacional como extranjero, desde sus inicios hasta hoy,
con la Revolución Mexicana.  Después
de una introducción sencilla y bien escrita por Álvaro Vázquez Mantecón, no sin
ciertos lugares comunes como aquello de que “La Historia es un territorio en
disputa” o  que “La Revolución se
ha convertido en un espejo en que las distintas generaciones de mexicanos
buscan claves para explicar su identidad”, aparece el primero de los siete
grandes rubros, El Viaje triunfal.  Ángel Miquel y David Wood comparten los
créditos de los textos que componen este apartado. Ángel, con un texto entre
erudito y amable, habla de lo que ha sido su especialidad desde hace años y que
es el cine silente, tanto el documental como el de ficción, relativo a los años
revolucionarios. Llama la atención que, a diferencia del documental, la ficción
muda prácticamente no se ocupó de la Revolución. Esto lleva a pensar en el
escaso vínculo que los primeros cineastas mexicanos tuvieron con quienes sí participaron
estrechamente y vivieron las acciones, las aventuras y las cotidianidades
revolucionarias.  David Wood, por
su parte, narra lo que descubrió y cómo le fue a la hora de sumergirse en el
Archivo de Salvador Toscano tratando de entender los móviles y los logros de
este pionero del cine mexicano. Entre recuentos de tarjetas, fotogramas,  tomas y digitalizaciones descubre cómo
un cineasta en su gabinete puede transitar desde el oficio del periodismo a la
propaganda y de ahí ser un 
pretendido clíonauta. 

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Mi muy
admirado maestro y colega Eduardo de la Vega inaugura el segundo apartado
dedicado a los caudillos haciendo una muy puntual radiografía de Pancho Villa
en el cine. Con sus poco más de 35 largometrajes mexicanos como primera figura
representada de la Revolución Mexicana, Villa es con mucho, no hay ni qué
decirlo, el héroe revolucionario favorito del cine de nuestro país. Pero
Eduardo no es complaciente: a varias cintas con temática villista las tilda de “pesimas”
“megalomaníacas” y “oportunistas”, lo que contrasta enormemente con los
discursos reivindicativos que pueblan el discurso mediático del cine nacional.

Y
algo parecido sucede en la tercera sección de este libro titulada Enemigos. La estética de la guerra, la
crueldad y la ritualidad de la muerte y el dolor, aparecen en el magnífico
ensayo de Carlos Arturo Flores Villela, titulado Pólvora, fusiles y sogas. El vínculo entre la historia “real”, el
arte, la literatura y el cine de la Revolución  es analizado con cuidado y sin mayores concesiones en este
texto, en que queda clara la falacia de la relación realidad-cine y los múltiples
contextos con los que la ficción trató de mostrar el lado oscuro y maligno de
la guerra civil, sin acabar de lograrlo del todo.  

Hugo Lara 
Chávez se encarga del ensayo Vino
el remolino y nos alevantó. Entre el caballo y el ferrocarril: los símbolos de
la movilidad en el cine de la Revolución
, con el que se compone el texto
principal del cuarto apartado del libro. 
Si bien es cierto que tanto los equinos de carne y hueso como los de
acero fueron protagonistas imprescindibles de la Revolución y su filmación en
movimiento, no cabe duda que otra movilidad, que lamentablemente no aparece ni
mencionada en este ensayo, también tuvo mucho que ver tanto con el quehacer cinematográfico
como con el propio acontecer revolucionario y su representación. Me refiero a
la movilidad social que sin duda trastocó tanto  a los propios partícipes de la Revolución como a los
cineastas, a los camarógrafos, a los productores y no se diga a los
actores.  Pero es cierto que es
injusto pedirle un análisis de este tipo a quien tampoco se propuso
hacerlo.  De cualquier manera el
trabajo de Hugo resulta valioso porque, como él mismo lo dice, el cine de la
Revolución ha sido “una lámpara que modifica periódicamente su intensidad…” y
yo me atrevería a decir que muchas veces también se apaga y no ilumina sino que
oscurece los caminos de la razón, la emoción y el entendimiento.

Pero hay también oscuridades
creativas como aquella a la que hace referencia la instalación sonora de
Antonio Fernández Díaz 1910, que leída,
al igual que las otras dos instalaciones de Elisa Miller Duelo y  Caudillos de Nicolás Echevarría poca
justicia se les hace si se les compara con el acontecimiento estético que sí
mostraban en la sala de exposiciones. En este libro, dicho sea de paso, la
notas relativas a estas instalaciones tienen muy poco qué contribuir, en medio
de los demás textos tan bien seleccionados y escritos.

El
quinto apartado se titula Recuerdos del
porvenir
y consiste de un ensayo de Elisa Lozano y unas fotografías
sorprendentes de lo que sería una especie  making of del cine de la Revolución.
Fotógrafos, vestuarios, escenografías y texturas son evocadas por Elisa de
forma amena y gustosa, repasando algunos aspectos de la tripa del quehacer
cinematográfico revolucionario. 


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Actores y actrices, figuras estereotípicas de hombres y mujeres de la
Revolución forman parte del penúltimo apartado titulado Si Adelita se fuera con otro. 
Alicia Vargas Amésquita  se
encarga de los rostros inconfundibles de los machos y las hembras que creó el
cine nacional con tema revolucionario. Cientos de lugares comunes de hombres
bragados y marimachas, de sentimientos nobles y de gandallismos traicioneros,
de miradas seductoras y castas pretensiones lúdicas se pasean por este ensayo que
reconoce e identifica ciertas identidades imaginarias de género impuestas por
ese cine, que finalmente desembocarían en lo que Claudia Arroyo Quiroz incluye
en su ensayo titulado Entre el amor y la
lucha armada
. Tomando como tema central las relaciones de pareja
representadas en este cine, Claudia llega a la conclusión mas o menos obvia de
que el devenir del quehacer amoroso revolucionario en este mismo cine resulta
así:  si el amor es exitoso es
celebración y si es fallido es pesimismo.

Finalmente, el séptimo apartado toca a La mirada de los otros: el cine extranjero de la Revolución Mexicana
cuyo encargado es Raúl Miranda López. Con este magnífico ensayo Raúl no sólo
expone su enorme conocimiento sobre la materia sino que lleva al lector por la
múltiple dimensión de la representación de los mexicanos revolucionarios en la
mirada de los cineastas norteamericanos y europeos, desde los propios años de
la guerra revolucionaria hasta The three
Amigos
de John Landis, los spaghetti
westerns
, y, sorpréndase lector, a la Revolución Mexicana en los cines
filipino, egipcio y turco. 

Cierra
este volumen una muy útil filmografía de la Revolución y una muy incompleta
bibliografía general. No me resulta extraño el desinterés de los cineastas por
la cultura libresca.  Por eso creo
que vale la pena hacer una última reflexión que corresponde a la primera frase
que se lee al abrir este libro. Ahí se dice textualmente “La historia que
conocemos de la Revolución Mexicana es, en buena medida, la que nos ha contado
el cine en los más de 250 largometrajes, nacionales y extranjeros, que existen
a la fecha sobre el tema…” Me temo que quien eso escribe discierne poco entre
la historia como generadora de conocimiento e identidad y el cine como relato y
constructor de imaginarios. Afortunadamente desde hace mucho tiempo muchos
mexicanos hemos conocido a la Revolución no por lo que nos ha contado el cine,
sino por lo que nos han contado nuestros abuelos, nuestros padres, nuestros
maestros, nuestros libros y nuestras múltiples aproximaciones a la
realidad.  El cine es sólo una de
ellas y por cierto, aunque sé que puede ser muy impopular que lo diga, el
conocimiento que genera suele ser muy limitado. Me parece que a la Revolución
Mexicana hay que conocerla por la Revolución mexicana misma y no confundir a la
Revolución que sí se conoce mas o menos bien con la que nos presenta el cine
mexicano o el extranjero. Creo que este libro es tan valioso por eso mismo:
porque ve, discute, critica, analiza y muestra al cine de la Revolución como
cine de la Revolución y no como la Revolución misma. Ese es su gran mérito y
por eso merece todo nuestro reconocimiento y aprecio. Enhorabuena y muchas
felicidades por este magnífico trabajo. 


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* Texto de presentación del libro.