Por Sergio Huidobro
Desde Morelia, Michoacán
Morelia reservó para la última jornada de competencia el estreno de los dos cineastas más jóvenes de la sección. Sergio Flores Thorija tiene 29 años; Daniel Castro Zimbrón, 33. La numerología de las edades rara vez es indicativa de algo. Por aquí y por allá se apuesta a la fecha de nacimiento como síntoma de causalidades gratuitas, que terminan por aceptarse cuando la inteligencia no encuentra a la mano otra explicación mejor: ¿existe algo así como el cine millenial, o el de los nacidos en los ochenta o el de los menores de cuarenta? Quizá, pero el de las generalizaciones es siempre un terreno minado. Una cuerda floja.
Por eso, la primera sorpresa al ver “Tres mujeres (o despertando de mi sueño bosnio)” y “Las tinieblas” es que la edad de sus realizadores sale sobrando, se olvida pronto. Las dos son propuestas maduras que no hacen gala de esos malabarismos sofisticados que, paradójicamente, evidencian la falta de cocción de sus ejecutantes. Pasa en Morelia y pasa en Cannes o en Venecia. Ni los garbanzos de a libra ni la pedantería adolescente son patrimonio de nadie. Por eso, Thorija y Zimbrón elevan el nivel de la competencia de esta edición.
“Tres mujeres” extiende la idea de “Sueño bosnio”, un cortometraje previo que fue premiado en Morelia hace un año. Aquel contaba la historia de una joven bosnia encargada de cuidar a su madre enferma y de cocinar en un restaurante. La chica sueña con emigrar a Estados Unidos y conocer Nueva York. Como curso de inducción, ve “Sex and the city” y la estudia como guía idiosincrática. Una serie de malentendidos la llevan a conocer a un turista, acostarse con él y quedar varada en la misma Sarajevo aletargada y económicamente deprimida en donde ha vivido toda su vida.
“Sueño bosnio” forma ahora el primer segmento de un trío de historias que correspondes a la tríada de mujeres del título. Mediante el recurso de escenas interconectadas y personajes que se cruzan sin conocerse, Thorija resuelve el entramado de sus tres argumentos mediante un recurso ya gastado y poco original, pero ejecutado con limpieza. Así, las tres protagonistas terminan por formar un acertado fresco de la vida bosnia, o de la condición femenina en esta ciudad antes tan mediática y hoy tan olvidada. La película ha sido producida por la escuela de cine de Béla Tarr, quien se involucró directamente en el tratamiento del guión que, afortunadamente, fluye a una velocidad más natural que la de cualquier película del húngaro.
“Las tinieblas”, del capitalino Daniel Castro Zimbrón, constituye mi sorpresa personal dentro de la competencia. El guión es raro, inteligente y emocionante a partes iguales gracias al temperamento contrapuesto de sus tres autores: el propio Zimbrón, David Pablos (de quien se reconoce la visión de pubertades amenazadas, muy reminiscente de su “La vida después”) y el eficaz Denis Languerand, más conocido por su trabajo en la reciente serie sobre Juan Gabriel, “Hasta que te conocí”, quien muda de registro con una eficacia de equilibrista, aunque sin perder la atención de un público en busca de giros y emociones.
¿De qué trata “Las tinieblas”? De una cabaña en medio de un mundo posterior a algún tipo de devastación apocalíptica, pero que no parece haber tocado a la naturaleza: los árboles son infinitos, los animales se reproducen. Es la raza humana la que parece haberse diezmado. En la choza, que tiene un aire impregnado del Tarkovsky de “El espejo” o de “Stalker”, vive un padre con sus tres hijos. Cuando el mayor desaparece, a causa de un miedo abstracto y evanescente al que se refieren como “la Bestia”, el hijo menor, Argel, comienza a inquietarse por lo que se agita afuera, en la niebla del bosque. Es difícil decir más sin traicionar su estructura delicada, en la que destacan logradas secuencias oníricas y un estupendo diseño sonoro. Entre la selección mexicana de ficción presentada por Morelia en esta edición, intuyo que “Las tinieblas” encontrará un público más amplio, porque es hábil y madura al construir un relato cinematográfico de alta factura sin avergonzarse de ser, después de todo, cine de género. Por una vez, público y crítica estarán de acuerdo.