Gran Torino

Por Javier González Rubio I.

Es muy difícil que los grandes artistas se superen a sí mismos. Es muy difícil que su persistencia y necesidad creativas los lleven cada vez a terrenos más ignotos y a cumbres más elevadas. Son incontables aquellos de lo que su obra si divide en periodos que por lo general son los buenos y los malos o, cuando mucho, los regulares. Y en el cine resulta mucho más difícil que en cualquier otro arte. Scorsese se quedó en Buenos Muchachos; Coopola no pudo ir más allá de Apocalypsis; Bergman y Kurosawa decayeron –lo que no les quita lo grandes; y Wells jamás pudo superar El ciudadano Kane. Pero como excepciones notabilísimas, Huston, en su última película, Los Muertos, volvió a realizar una obra maestra extraordinaria, y Alain Resnais, a los 85 años (2006) dejó al mundo cinéfilo con la boca abierta con Miedos privados en lugares públicos.

Todo lo anterior para hablar de Clint Eastwood y de Gran Torino. Y he titulado esta sección Con permiso del editor porque esta es una página WEB sobre el cine mexicano, así que le pedí al editor su autorización y su generosidad para referirme a una película extranjera –lo que haré consuetudinariamente- quizá con el mero pretexto de que se estrena en México y de su invaluable calidad.

Uno no se explica cómo Eastwood puede deparar sorpresas y ser mejor que él mismo, cómo puede ser capaz él solo de fortalecer las posibilidades del cine en medio de un maremágnum de mediocridad, cómo puede mantener una constante de calidad imperturbable en sus obras, pero sobre todo cómo puede dar nuevos saltos. Para no irnos muy lejos, cualquiera podría pensar que con Mistic River, Million dollar Baby y Cartas desde Iwo Jima, por hablar sólo de tres de las más recientes, ya se habría dado por bien servido, y sus admiradores tendríamos una veintena de películas suyas que guardar para siempre y verlas sin cansancio alguno una y otra vez (hasta ahora ha dirigido 31). Pero no señor. Con el primer guión escrito por Nick Schenk, un absoluto desconocido que tuvo la suerte de llegar hasta Eastwood, y Dave Johannson, y 35 millones de dólares (una miseria para Hollywood), el famoso Blondie realizó una película profundamente humana sobre la redención, una película que intenta motivar o recuperar la fe en el ciudadano medio de Estados Unidos, una película políticamente incorrecta porque llama a abrirse a los inmigrantes a reconocer su valor donde lo hay a veces incluso por encima de los muchos ciudadanos americanos ciegos, apoltronados, inmersos en su pequeño mundo.

Clint Eastwood, un actor sin el menor miedo al tiempo, capaz de burlarse de sí mismo (el vaquero que se cae del caballo en Los imperdonables, el Fotógrafo que no teme mostrar su cuerpo en Los Puentes de Madison County, el astronauta que dignifica la vejez en Vaqueros del espacio) está absolutamente conciente de su propia mitología e iconografía. Este Walt Kowalsky, que peleó en Corea y trabajó 50 años en la Ford, bien podría ser también el teniente Harry Callahan retirado, conservador, gruñón, católico y, para colmo, rodeado de inmigrantes coreanos que han invadido su antiguo barrio, de ahí el magnetismo de la historia, la evolución del personaje y la gran vuelta de tuerca que decide el final. y desde luego, un Eastwood que se hace presente, casi socarronamente, con todos sus recursos como actor, un poco guiñando el ojo a quienes dudaban de sus cualidades histriónicas.

Filmada con la sobriedad de los grandes maestros que saben que la fuerza de la imagen radica simplemente en saber colocar la cámara y conocer perfectamente la intención de los diálogos y los movimientos; llena de elementos de sentido del humor, Clint Eastwood, un artista que ha ido recorriendo la amplia gama de los emociones y contradicciones de la condición humana, evidencia una alta conciencia del valor de la compasión –en la mejor y más digna acepción del término- y el alto sentido de la dignidad humana en cualquier circunstancia, pero sobre todo el poder liberador de la redención en vida, una redención que sólo puede darse en relación a los otros o por medio del compromiso y la solidaridad incondicional con los otros.

Clint Eastwood, es como señala ya el lugar común, una leyenda viva de Hollywood; ha dejado totalmente atrás a los demás, y para colmo, el novelista bostoniano Dennis Lehane, autor de Mistic River, ha señalado que Eastwood es la persona menos clasista de Hollywood, lo que nos da un indicio de la calidad humana del artista.

Eastwood filmó la película en tan solo 33 días porque filma como respirar, porque como dice Felipe Cazals, “hoy, en Estados unidos, él es el cine”.