Por Pedro Paunero

El amor feliz no tiene historia. Sólo el amor mortal es novelesco; sólo el amor amenazado y condenado por la propia vida puede ser exaltado por el lirismo.

Denis de Rougemont. El amor y Occidente.

 

¿Es que el amor, para serlo, se tiene que sufrir? Acaso la culpa la tenga la herética -y secreta-, “iglesia del amor”, esa de la cual Denis de Rougemont escribió en “El amor y Occidente”, uno de los ensayos más bellos, y esclarecedores, jamás escritos. Si seguimos a Rougemont, el amor, desde la leyenda de Tristán e Isolda, se comprende (en Occidente) sólo como tragedia, véanse, si no, las historias de Romeo y Julieta, de los amantes de Teruel, o de Abelardo y Eloísa.

De entre todas las películas románticas filmadas en el mejor de los mundos posibles -que diría ese filósofo de la ingenuidad, llamado Leibniz-, destaca un puñado de títulos que pone el dedo ardiente en esa llaga -siempre abierta-, llamada “amor”.

Revísese, para ello, “Harold and Maude” (Hal Ashby, 1971), una de las mejores cintas “sobre el amor que no puede ser” jamás rodadas, donde la sabia Maude (Ruth Gordon, dueña de todo su poder), anciana de más de setenta años, le enseña a vivir -y también se acuesta con él-, a Harold (Bud Cort, con cara de pánico casi toda la película), que a sus escasos veintitantos sólo piensa en suicidarse. Una película de culto donde las haya, que tuvo que sortear una especie de repulsión inicial que, el público que asistió al estreno, le mostró de frente. En esta historia no convencional, por supuesto, Maude sólo puede estar muriendo, y encontrar el lado luminoso de una vida de la cual ya no hay nada que pueda perder, mientras que, para un chico que empieza a vivir, la muerte sólo puede ser un constructo poético. Y esa es la clave de este filme único.

Pero también “Melody” (Waris Hussein, 1971), en cuya trama el enamoramiento entre Dany Latimer (Mark Lester) y Melody Perkins (Tracy Hyde), niños de escuela elemental, se consuma en un matrimonio -proscrito y sin validez legal, por supuesto-,  enmarcado entre explosiones de autos y adultos incrédulos, supone una línea entre el amor reconocido (el adulto) y la [negada] sexualidad infantil. Pero, mientras en “Melody” (película que hay que ver, necesariamente, a esa edad que delimita la infancia de la pubertad) es la idea de la pureza y ternura de un amor infantil, el elemento que nos mantiene embelesados -pasando por alto ese elemento negado “per se” de la sexualidad infantil-, en “Verano del ‘42” (Summer of ’42, Robert Mulligan, 1972), será, por el contrario, la posibilidad de la iniciación sexual de un adolescente por una joven mayor -que ha sufrido reciente viudez-, la que nos mantendrá en vilo. Aceptamos estas historias, y las consideramos hermosas, por la manera en que se nos han contado.

Cuando me ocupé de “Hojas de otoño”, película de Robert Aldrich, concebida como lucimiento de Joan Crawford, no pude sino escribir lo siguiente:

Ella, mujer madura, necesita sentirse amada. Pero Burt es un hombre mentalmente enfermo. Hoy en día la corrección política apuntaría con un dedo de fuego el comportamiento de Burt, condenándolo desde el principio: novio “acosador”, que sólo puede producir un marido golpeador. Milli se transforma en una madre. Burt, esquizoide, “mata” al padre para evitar enfrentar la realidad. Y, de esta manera, nos enteramos del gran equívoco que es dicha corrección. Esta es la premisa  de “Tal como somos” (aka. Hojas de otoño, Autumn Leaves, 1956), de Robert Aldrich.

La manera en que se cuenta “Hojas de otoño”, es la de un noir, y una forma artificiosa y, por momentos, desfasada, de narrar ese “amor que no puede ser”, que tiene en los pasajes de la vida del mártir “Wilde” (Brian Gilbert, 1997), una cierta,  como lejana, semejanza.

El contraste lo marcan la pederastia platónica del personaje principal de “La muerte en Venecia” (Morte a Venezia, 1971), de Luchino Visconti, transmutada en ideal estético -la película es, de hecho, una de las más bellas jamás filmadas-, y su contraparte criminal en “Lolita” (1962), de Kubrick. Filmes de una narrativa intencional, que devendrá, con toda razón, en tragedia y desilusión. La pederastia es -y debe ser- perseguida: “Señoras y señores del jurado, la prueba número uno…”.

Citemos, como ejemplo, un filme maldito como “Maladolescenza” (Pier Giuseppe Murgia, 1977), con la actriz niña Eva Ionesco, cuya madre monstruosa (una frase que también está en la novela “El padrino”, de Mario Puzo, en un pasaje donde una mujer prostituye a su hija), Irina, había vendido sus fotos de desnudos -con tan sólo diez años de edad- a Playboy. “Maladolescenza” no es sino una historia de celos entre niños, donde la pareja conformada por Laura (Lara Wendel) y Silvia (Ionesco), competirán por la atención del amiguito en común, Fabrizio (Martin Loeb), haciendo de Laura el blanco de sus juegos perversos. El problema con “Maladolescenza” es su clara tendencia de filme de explotación sexual, al mostrar desnudos íntegros de sus pequeños actores. Filme prohibido con toda razón, narraba una historia trivial -que de hecho sucede en la cotidianidad-, que bien pudo haberse contado de otra manera.

Lejos de la historia de la Cenicienta y sus múltiples avatares –“La princesa que quería vivir” (aka. Vacaciones en Roma; Roman Holiday, William Wyler, 1953), y toda su caterva de imitaciones-, y más cerca de la insoportable y melosa “El guardaespaldas” (The Bodyguard, Mick Jackson, 1992), se sitúa “La idea de ti” (The Idea of You, Michael Showalter, 2024), adaptación de una novela escrita por Robinne Lee, que diera el [a] salto de actriz en “Cincuenta sombras más oscuras” (Fifty Shades Darker, James Foley, 2017) -esa vergonzosa película que volviera al tema de la Cenicienta en plan seudo BDSM-, a escritora.

La película narra la historia de Solène (Anne Hathaway), dueña de una galería de artistas emergentes, divorciada, y a punto de cumplir cuarenta años -¿que el “démon du midi” no sólo afectaba a los varones?-, y madre de Izzy (Ella Rubin), una chica de dieciséis años que, por azar, cuando Dan (Reid Scott) su ex esposo, se ve impedido de llevar a esta,  y a sus amigos, a un concierto del grupo pop de moda, August Moon, en el Coachella Music Festival, termina enamorándose de Hayes Campbell (Nicholas Galitzine), de veinticuatro años de edad e integrante de dicha agrupación. En una de esas escenas facilonas, de las cuales está repleta la película, Solène busca el baño y, ante unos guardias de seguridad que, por algún motivo le dan la espalda, entra por equivocación al tráiler de Hayes y, tras una breve escena de confusión, este queda automáticamente prendado de su figura alta y esmirriada.

Hayes le dedica una canción, improvisadamente, en pleno concierto, por aquello de las velocidades a que se mueve Cupido y, posteriormente, da con la galería filantrópica de Solène, donde le compra todas las piezas, sin preguntar el precio  -que para eso es un cantante exitoso y rico- y, después de un corto tira y afloja por parte de ella (que hay que aguardar las apariencias), se deja convencer de iniciar una gira europea con Hayes y la banda, por las románticas Barcelona y París, cuyas noches de sexo candente, se verán opacadas por los comentarios hirientes de las novias -jóvenes- de los otros integrantes del grupo. Cuando medio planeta Tierra -literalmente, tratándose de banda tan famosa- se entera del amorío de Hayes con una mujer mayor, las redes sociales estallan en señalamientos y culpas para con Solène, a quien tachan de “abuela”, “asalta cunas” y “cougar”, a la vez que le llenan sus perfiles con preguntas como “¿Qué se siente romperle el corazón a una niña de trece años?” e incluso la valiente Izzy, que en un principio aprueba la relación -porque Hayes es “feminista” (?) y “caballero”-, verá mermado su ímpetu por la presión social. Huelga decir que en esta receta cinematográfica -que sigue el instructivo de narración hecha al vapor, para un fin de semana sin pretensiones, y sin profundizar en nada, como espejo del bestseller que adapta-, el ex marido también se sentirá ofendido y dolido por el desliz de Solène, a pesar de llevar él mismo, una relación con una mujer mucho menor que él.

Una frase de Izzy destaca en esta trama genérica: “La gente que te está destrozando en Internet es repugnante. Es porque eres mujer y eres mayor que él. Te odian por eso”. O, en otras palabras, es que nadie soporta ver feliz a una mujer mayor. Ni siquiera otras mujeres. ¿No es a este mismo dilema, acaso, al cual se enfrentó la artista Alexandra Grant, colaboradora y pareja de Keanu Reeves? Reconocido como “el novio de Internet”, fue a Grant a quien le llovieron las críticas. Pero “La idea de ti”, no salva su baja factura ni con esta reflexión “light” sobre las relaciones “Cuarenta y veinte”, por denominarlas con el título de aquella canción famosa. Es, pues, la manera de contar esta historia -su guion-, el problema de esta película.

En una palabra, la historia que “La idea de ti” nos cuenta, ya fue abordada -y de mejor manera-, por el filme de Luca Guadagnino “Llámame por tu nombre” (Call Me by Your Name, 2017) que, a pesar de los alegatos de “queering” en su contra, constituye -por esto mismo-, una recensión, en el Siglo XXI, de las figuras del erastés y el erómeno de la Grecia clásica. En “La idea de ti”, tenemos tan sólo el cambio de la pareja gay de “Llámame por tu nombre”,  a una heterosexual, empero, la existencia de un término como “Mujer puma” (Cougar, en inglés), siempre que se lo tome como un despectivo, reafirma la naturaleza de su -muy a su pesar, ligero- mensaje.

“La idea de ti”, necesariamente -debido a su fuente original como Bestseller-, no culmina en tragedia, como nos enseña la “iglesia del amor”, y su manera de contar es tan digerible como un croissant. Que haga reflexionar al espectador, por lo menos momentáneamente, que el amor consensuado, y entre mayores de edad, es tan lícito como las aspiraciones a la felicidad, por ilusoria que sea esta, es ya un mérito por sí mismo, por mucho que el cine de Fassbinder se empeñe en demostrar lo contrario, como cuando comentó, en torno a su película “El amor es más frío que la muerte” (1969):

“Es una película que se opone al amor estúpido, a aquellos que quieren a alguien sin pensar en las consecuencias. En mi película, el amor engendra violencia y viceversa”.

Uno, que no espera nada de filmes como “La idea de ti”, se topa con, al menos, una línea interesante.

En el mejor de los mundos posibles, este “derecho a la felicidad”, tan artificial como cualquier otro, debería ser reconocido y aceptado, más allá de la Corrección política.

¿Por qué debe morir , en un accidente de tráfico, Camille (Brigitte Bardot), el personaje adúltero de “El desprecio” (Le Mépris, 1966), de Jean-Luc Godard? Porque, también en Godard, caben la moral y la redención.

Y de esto trata “La idea de ti”. Y es que no vivimos en el mejor de esos mundos, por lo cual una película de esta naturaleza puede existir, y Leibniz puede revolcarse en su tumba.

Para saber más:

“Frágil como cristal: La representación de la locura en «Tal como somos» (La escena IV)” por Pedro Paunero.

“Cinco películas para el corazón en el día de San Valentín” por Pedro Paunero.

“El viaje oscuro del corazón: «Te querré siempre» y su influencia en el cine” por Pedro Paunero.

“La naturaleza heteroflexible y pansexual de «Querelle». La degradación de las relaciones humanas en Genet y Fassbinder” por Pedro Paunero.

 

Por Pedro Paunero

Pedro Paunero. Tuxpan, Veracruz, 1973. Cuentista, novelista, ensayista y crítico de cine. Pionero del Steampunk y Weird West. Colabora con diversos medios nacionales e internacionales. Votante extranjero de los Golden Globe Awards desde 2022.