Por Samuel Lagunas

Estrenada en Cannes a la sombra inquietante de un golpe de Estado y haciendo una demostración ostentosa de su posición a favor de la hoy removida Dilma Rousseff en la alfombra roja del Festival, “Aquarius” se exhibió en Brasil un día después de que el senado aprobara definitivamente la destitución de la sucesora y continuadora de Lula da Silva. Su circulación no estuvo exenta de censura y habladurías. Sin embargo, el segundo largo de Kleber Mendonça Filho ha conseguido una gran audiencia a nivel mundial y ha aparecido en la mayoría de las listas internacionales que presumen su prestigio cuando se trata de establecer rankings y cánones anuales. Entre esa ampulosa pero involuntaria propaganda, “Aquarius” llegó a salas mexicanas -todavía a bastante pocas, desde luego- gracias a sus también 3 honrosas nominaciones a los Premios Fénix de Cine Iberoamericano.

Contada en tres capítulos, la cinta narra la historia de Clara (Sônia Braga), desde su ominosa juventud en la que, siendo madre de 3 niños pequeños, recibe un diagnóstico de cáncer de mama y luego padece una cirugía en la que uno de sus senos es amputado, hasta su no menos difícil madurez, 30 años más tarde, en la que tiene que sobreponerse al fallecimiento de su esposo. “Aquarius”, no obstante, no tiene un comienzo agobiador como tan inclemente biografía pudiera merecerlo. En cambio, la película abre con la celebración del cumpleaños de la tía de Clara, Lucia (Thaia Perez), en la casa familiar. Atravesado por enigmáticos flashbacks eróticos, el cumpleaños refuerza el camino insinuado por el título: la película no sólo abunda en la historia de Clara sino que, junto a ella, se enfrasca en la historia misma del edificio «Aquarius» situado frente a la playa en Recife y, específicamente, en el destino del departamento de Clara.

El primer capítulo presentado bajo el título «El cabello de Clara» nos presenta a una mujer de melena abundante totalmente repuesta del cáncer que ahora tiene que enfrentar un nuevo peligro: las inmobiliarias. A su puerta tocan Diego (Humberto Carrão) y Antonio (Buda Lira); el primero, encargado del proyecto de remodelación del edificio, se avocará obstinadamente en desalojar por la vía legal a Clara del inmueble, ya que es la última residente en permanecer en el edificio.

 El segundo capítulo, «El amor de Clara», agudiza la mirada en torno a la protagonista y nos adentra en sus relaciones íntimas: sus amigas, sus hijos, su hermano, su sobrino y su criada. El entramado, a pesar del vasto repertorio que aglutina, es siempre bien controlado por Mendonça Filho, merecido ganador del premio Fénix como mejor director, quien no titubea en ningún momento de la cinta y acierta en desplazarse con sutileza y efectividad a través de las distintas subtramas y los distintos tonos que convergen en la construcción de una compleja y fascinante Doña Clara cuya situación le exige cada vez más aplomo y entereza.

La parte última, «El cáncer de Clara», se enfoca precisamente en el enfrentamiento de Clara contra Diego y todo lo que éste representa: una élite empresarial brasileña encargada de adecuar las ciudades a las nuevas necesidades de acumulación del capital. Las alianzas que la inmobiliaria realiza con medios de comunicación, iglesias neopentecostales y sociedades secretas constituyen un perverso tejido que se expande e infecta, igual que un carcinoma, el resto del cuerpo social. Pero Mendonça Filho no posee el agrio desencanto de un Sérgio Bianchi, de ahí que Doña Clara logre concentrar los esfuerzos de una clase media que, aunque desorganizada, es capaz de oponer alguna resistencia a los procesos de gentrificación.

“Aquarius” acierta en recordarnos las luchas que están ocurriendo hoy en distintas ciudades de América Latina por el derecho a habitar dignamente un espacio (de ahí que nos remita también por momentos al documental de Coutinho “Edificio Master” [2002]), así como en reglarnos una emotiva historia familiar de una mujer que no cede ante los estigmas que aún hoy permean a una sociedad obsesionada con la higiene y la salud donde, paradójicamente, el cáncer es ya un lugar común. Sin embargo, en “Aquarius” el cáncer, esa palabra “gravé, áspera, acentuada” como la describe el poeta mexicano Christian Peña, es también el nombre de una metástasis subrepticia que está demoliendo el tejido social en nuestras ciudades; y ante todo es, finalmente, una metáfora que hay que recuperar para hablar de las formas en que podemos resistir como sociedad a los embates del capitalismo tardomoderno y de un neoliberalismo en estado catatónico pero reinante aún y por inercia. Sólo así, y queda demostrado en el último y estruendoso acto de Clara, una afirmación como la del oncólogo indio Siddhartha Mukherjee adquiere una razón inusitada: el cáncer no sólo se muestra “cosido a nuestro genoma” sino que saca a relucir “el punto más alto en nuestro desarrollo como organismos”: la mejor de todas nuestras versiones.
 


 

Ficha técnica:

Título original: Aquarius. Año: 2016. Duración: 140 min. País: Brasil. Dirección/Guion: Kleber Mendonça Filho Fotografía Pedro Sotero, Fabricio Tadeu. Edición: Eduardo Serrano. Reparto: Sonia Braga, Maeve Jinkings, Irandhir Santos, Humberto Carrão, Zoraide Coleto, Buda Lira, Paula De Renor, Barbara Colen.