Por José de Jesús Chávez Martínez
El cine de Carlos Carrera se caracteriza por la construcción de sus personajes a los cuales “dota” de múltiples defectos, los moldea con un énfasis centrado más en los vicios que en las virtudes y los somete a un castigo a veces sutil, a veces más severo. En esta ocasión se “ensaña” con una familia acomodada compuesta de cuatro integrantes: el papá dentista (Luis Gnecco), la mamá académica Sara (Claudia Ramírez), el hijo estudiante de 18 años Juan Pablo (Emilio Treviño) y la hija pequeña de unos nueve años.
Un día, la niña es raptada antes de que entre a la escuela. En la noche, la familia recibe la llamada de un hombre que les avisa que uno de los secuestradores (Juan Manuel Bernal) se hará presente y que éste no va en busca de alguna cantidad de dinero ni otra cosa como rescate: más bien exige que, para liberar a la niña, uno de los miembros de la familia declare un gran pecado que ha cometido. Con la sartén por el mango, el intruso lleva al extremo de la humillación a los tres “pobres” cautivos con tal de obtener la confesión.
Tenemos entonces personajes con severos defectos. La maestra-mamá vende plazas de profesores en la universidad donde trabaja y llegó a un puesto muy alto de manera indecorosa. El odontólogo hace creer a algunos de sus pacientes que sus piezas dentales necesitan ser extraídas para así lucrar y el jovencito es bastante violento y altanero. Todo esto sale a la luz, pero aún faltaría extraer, como una muela, la verdad.
Sin embargo, a diferencia de otras obras de Carrera como “El crimen del padre Amaro” o “La mujer de Benjamín”, en “Confesiones” hay un verdugo que denigra a los personajes porque se lo merecen y porque dicho vengador tiene un gran motivo de peso para actuar, porque a fin de cuentas lo que quiere es un desagravio que significa, a su juicio, castigar duramente a quienes le han hecho mal.
Carrera maneja adecuadamente el guion escrito por Alberto Chimal que a su vez se ajusta (o lo ajustaron entre ambos) a la tradición narrativa de Carlos, es decir, la manifestación de los ya mencionados vicios que todo ser humano tiene y que en los personajes del cineasta se magnifican para recordarnos que somos bastante imperfectos como para cometer locuras o bien genéticamente tal vez padezcamos una grave disfunción mental. A Carlos le gusta identificar eso y exhibirlo crudamente como una bajeza. El problema es que lo hace muy bien.
Por otra parte, las actuaciones son simplemente de lo mejor. Sorprende el enredo verbal y la desesperación en las que cae Juan Pablo, la soberbia mezclada con algo de pena con que Sara revela su pasado y la mirada llena de locura con que se expresa Luis Gnecco, interpretando a su personaje dentista; lo mismo Juan Manuel Bernal manifestando su gozo y desesperación. El encierro en la magnífica residencia permite y promueve un manejo y posicionamiento exacto de la cámara, a la vez que la tonalidad mate de los colores contrasta con los lujos del lugar, muy similar, me parece, a “Parásitos” (Joon-ho, 2019).
Es un thriller con la buena mano de Carrera que lo reafirma como autor que suele exponer ese cinismo social, ese pragmatismo convenenciero de las personas y ciertas patologías mentales y emocionales que se han recrudecido con el transcurrir de las épocas, y esta cinta se ajusta y refleja los tiempos actuales. No ha cambiado, pues, este cineasta mexicano que al parecer en esta ocasión se le pasó la mano… para bien.
Esta cinta continúa en carteleras en el territorio mexicano después de varias semanas. Por algo será.
País: México. Año: 2023. Dirección: Carlos Carrera. Producción: Marya Saab Abdo, Daniel Birman Ripstein, Gerardo Morán. Guion: Alberto Chimal. Fotografía: Ramón Orozco Stoltenberg. Música: Camilla Uboldi. Productoras: Alameda Films, Zamora Films. Distribución: Sony Pictures Latam.