Por Lorena Loeza
Definir el género de una cinta, no es tarea sencilla. El tema ha generado largos y acalorados debates acerca de lo que define una película dentro de las características propias de un determinado género. Y más allá de eso ¿qué son los géneros? ¿quién los decide? ¿siguen siendo de utilidad?
Todas estas preguntas saltan a la mente mientras se mira “Cordero” (“Lamb”, V. Johansson, 2021) una cinta que se ha vendido como de fantasía o terror al resultar ganadora del prestigioso Festival de Sitges –referencia indiscutible para el cine de ambos géneros– en su edición 2021. El veredicto en Stiges también se situó en este debate sin llegar a alguna conclusión específica acerca de si lo que provoca es miedo, horror, o que tan perturbadora puede llegar a resultar esta historia.
Basada en antiguas leyendas islandesas, “Cordero” nos presenta a una pareja que vive en una alejada y fría región, donde sobreviven gracias a su granja de corderos y otras labores agrícolas.
María, interpretada por una grandiosa Noomi Rapace, y su esposo Pétur, que a su vez es interpretado por el actor Björn Hlynur Haraldsson, habían sufrido la pérdida de su hija, de nombre Ada. Un día, una de sus corderas da a luz una niña que es mitad humana y mitad cordero.
Quizás esta premisa sobrenatural sea lo que le otorga a la cinta la clasificación como cine fantástico o de horror. Pero lo que resulta de verdad asombroso es la falta de cuestionamientos, la naturalización a partir de dolor y la “animalidad” que le permite a esta familia vivir junta y desarrollar los roles de madre, padre e hija.
A fin de cuentas, también es un drama, porque la motivación de María y Petur, se construye a partir del dolor, el duelo y la soledad. El único miedo que siente María es el de perder esa fantasía, que le devuelve algo del sueño que creía irrealizable.
Y si esto todavía no les parece terrorífico, falta por decir que se trata de una película contemplativa donde el cielo, el campo, los ojos de los animales son también protagonistas. Es cómo poder palpar la intención de la madre naturaleza y su recelo hacia los humanos invasores que se sienten superiores.
“Cordero” tiene también enormes méritos simplistas. Es reflexiva, autodescriptiva minimalista. No usa artilugios, ni textos filosóficos rebuscados. Y esa sencillez y sobriedad es la que compone el cuadro de un modo muy siniestro, cargado de sentimientos encontrados y contenidos que conducen casi hasta la locura.
Al final, siempre queda la sensación de haber regresado de un sueño. Fantástica, onírica, animal y perturbadora. Después de haberla visto, se afirma lo que ya habíamos dicho: es inclasificable y quizás por ello, simplemente fascinante.