Por Gustavo Ambrosio
Ser “un provocador” en el cine es una etiqueta que la prensa especializada ha puesto a aquellos directores irreverentes, experimentales o que lanzan películas que hacen a más de uno removerse con incomodidad en el asiento. Gaspar Noé, Lars Von Trier, Leos Carax, y ahora Nicolás Winding Refn.
Esta etiqueta ayuda no sólo a crear un nicho consumidor de “cinéfilos” cuyo motor principal es el morbo y no el cine en sí, si no a crearle una idea al propio director de que es “un provocador”.
Y es legítimo que una película sea “provocadora” desde su génesis, que desde su concepción como idea pura haya sido pensada sin el afán de obtener una etiqueta, y cuando la ves, por supuesto que sorprende. El asunto es, y Von Trier y Refn no dejarán que mienta, es cuando te adueñas de la etiqueta o la buscas desesperadamente y tu película está hecha con el fin de estar en la boca de todos.
El demonio neón es la historia de una joven llamada Jesse, quien llega a la ciudad con el deseo de ser una famosa modelo y por supuesto enfrentará un mundo estilizado que detrás esconde fieras ávidas de “carne fresca”.
La premisa del director de Drive es jugosa y poderosa, y así inicia. El arranque de la película, es decir, sus 20 primeros minutos, dan una promesa de lo que ocurrirá con una mezcla musical (honorable Cliff Martínez) y fotográfica que es bella, hipnotizante y a la vez aterradora.
Los personajes están bien definidos, y puedes adivinar la premisa temática: “la belleza natural en medio de la artificial”.
De pronto, lo que parecía una narrativa de thriller se transforma en una especie de “ensayo cinematográfico” sobre la belleza. Un cambio peculiar y que comienza a deshacer todo lo construido al inicio. Tomas innecesariamente largas con significados previamente establecidos como “el narcisismo” o “la depredación” en el medio de la moda.
A partir de que la película es convertida en ese “ensayo”, despliega una técnica visual que te permite admirar la primera vez, y después te harta. Es como si vieras un perpetuo comercial de alguna marca de ropa con ganas de atraer compulsivamente a jóvenes consumidores a comprar sus productos.
Este filme deja ver el talle de un director que ha consumido muchos comerciales de moda, que admira la belleza
La película llega a un punto donde busca retomar la narrativa pausada con una “escena con diálogos donde se explica la idea principal de la película con diálogo punzocortantes y poderosos de los personajes”. Juego de palabras interesante que tiene una desembocadura intrascendente y que comienza a dejar cables sueltos. Más de los que ya había.
Así llegamos al final de una narrativa completamente metida con calzador donde presenciamos los momentos “transgresores” que causan una risa involuntaria y un giro de tuerca que si se hubiera seguido desde el principio con la construcción narrativa hubiera sido más efectivo y poderoso. Sin embargo, de la intranquilidad glamorosa pasamos al ridículo. Y si el autor lo que buscaba era ridiculizar a sus personajes, lo único que logró fue ponerse en evidencia.
Lo verdaderamente interesante de este filme es que deja ver el talle de un director que ha consumido muchos comerciales de moda, que admira la belleza, que ha visto cine, pero que no tiene una idea emocional que transmitir. Su narrativa en Drive es un clásico construido casi de la mano de los manuales de “cómo escribir una película”, y que él aderezo con algunos ajustes visuales, pero es una historia ya contada (y destacable, cabe decir). Sin embargo, aquí, Refn trató de arriesgarse a ser un autor completo y falló.
El demonio neón es un intento del director danés de mezclar el fascinante mundo del gore, el absurdo del cine serie “B” con comerciales de Gucci o Palacio de Hierro. Si Luis Buñuel viera la película, o el mismo Roman Polanski, dirían lo mismo que Jesse, el personaje de Elle Fanning, “se esfuerzan tanto en parecerse a mí y nunca lo logran”. …Por cierto, el director ya quiere filmar la secuela de “Drive”.