Jessica Oliva
@Pennyoliva
Tras llevarse el Oscar a Mejor Película Extranjera por “Una separación” (“Jodaeiye Nader az Simin”, 2011) – la primera cinta iraní en hacerse con el galardón– el director Asghar Farhadi regresa con otro complejo y muy recomendable drama familiar, que también coloca a sus personajes en el limbo del divorcio. Sin embargo, esta vez, “El Pasado” (“Le Passé”) no se nutre del contexto religioso y social de Teherán para retratar la vorágine de complicaciones que una separación provoca. Farhadi traslada por primera vez su cámara al extranjero y ubica la trama en París, la ciudad del amor por excelencia, para narrar la historia de un matrimonio que busca poner fin definitivo a su unión, pues dicho amor entró en coma desde hace tiempo.
La argentina Bérénice Bejo destaca especialmente en su interpretación de Marie– que le valió el reconocimiento como Mejor Actriz en el festival de Cannes del año pasado– una madre de dos hijas que le pide a Ahmad (Ali Mosaffa), su expareja iraní, que regrese de Teherán para realizar los trámites de divorcio necesarios. La vemos recogerlo en el aeropuerto y llevarlo a su casa, en donde Ahmad descubre la razón por la que su exmujer desea firmar los papeles: hay un nuevo hombre en puerta. Samir (Tahar Rahim) es la nueva pareja de Marie, quien ya se ha mudado con ella en compañía de su pequeño hijo, Fouad.
La llegada de Ahmad perfila entonces una serie de complicadas relaciones entre los habitantes de dicha casa. Bajo el mismo techo coinciden una madre con dos hijas de padres distintos, su futuro marido, su futuro exmarido y un niño pequeño que en un inicio no entiende quién es quién o por qué debe permanecer en esa casa extraña. Nada de ello es natural y aún así, ahí están todos, como un producto de dos ausencias: la del mismo Ahmad, quien se fue a Irán tras la separación, y la de Celine, la esposa de Samir, quien se encuentra en coma como resultado de un intento de suicidio.
De una forma calculada y narrativamente compleja, Farhadi presenta nuevamente un relato que no deja títere con cabeza en cuanto a este tipo de asuntos domésticos. Sobre todo, le quita la falsa sensación de dicotomía al divorcio, una situación que se presume solo de dos personas en “oposición”, y lo retrata como lo que es en realidad: un mar de responsabilidades que se desborda en mil direcciones y afecta a todo aquél que se encuentre al alcance (a los hijos, por ejemplo), que amenaza con ahogar, pero que también transforma, mueve y crea nuevas realidades. La separación, más que un final o un inicio, es una oportunidad de movimiento y caos. Es el limbo en el que se construyen nuevos lazos, se subsanan unos vacíos pero se abren otros, se prenden resentimientos y de repente ya hay terceras, cuartas y quintas personas involucradas. Es un espacio descarnado, idóneo para que germine una historia de muchas ramificaciones, como las que han caracterizado a este director iraní, y en las que se dan cita todas las revoluciones humanas.
Sin embargo, a diferencia de “Una separación”, este nuevo filme añade una reflexión, sobre la paradójica necesidad humana de borrar el pasado y querer reanimarlo al mismo tiempo y constantemente. Y todo ello presentado en un argumento largo pero envolvente, que reclama toda nuestra atención y que cuenta con grandes actuaciones y un guión exquisito, lleno de momentos simbólicos y giros insólitos. Después de todo, Marie invita a su pasado a vivir en su casa por unos días y nadie podrá escapar de él tan fácilmente.