Por Miguel Ravelo
Cuatro años después de tomar por sorpresa a los aficionados al cine de terror con la muy efectiva “El Babadook” (The Babadook, 2014), la cineasta australiana Jennifer Kent vuelve con una nueva propuesta, “El ruiseñor” (“The Nightingale”, 2018). Una película difícil, perturbadora y cuyos terrores surgen ya no de elementos fantásticos, espíritus malignos o símbolos que insinúan situaciones como la separación, la soledad o la desintegración familiar, sino de la realidad misma presentada con toda la crudeza posible.
Situada en 1825, “El ruiseñor” cuenta la historia de Clare (Aisling Franciosi), una joven irlandesa de 21 años que trabaja en una colonia penal ubicada en la Tierra de Van Diemen, hoy Tasmania, en Australia. Clare se desenvuelve como sirviente de una unidad del ejército británico comandada por el brutal teniente Hawkins (Sam Claflin), quien es el único que puede emitir el documento que daría a la joven la libertad para, junto a su esposo y su pequeña hija de apenas unos meses de nacida, poderse ir de ese lugar.
Al solicitar una vez más el documento de recomendación para obtener su libertad, Clare es golpeada y violada por el teniente Hawkins, sucesos que queda claro que no son la primera vez que ocurren. Intentando no atraer más problemas, Clare soporta el ataque, pero Aidan (Michael Sheasby), su esposo, nota esa noche los moretones en el rostro y cuerpo de su mujer. Al siguiente día, Hawkins recibe una amonestación por parte de su superior. Culpando a Clare de lo ocurrido, visita su cabaña junto con uno de sus oficiales y un soldado. Lo que ocurre dentro de ese lugar es una de las más espeluznantes secuencias mostradas en cine en años recientes; Jennifer Kent, lejos de maquillar los acontecimientos o solamente sugerir lo ocurrido, los muestra con una brutalidad difícil de tolerar, retando a la audiencia a enfrentarse a los actos de violencia con toda su crudeza y sin matiz alguno, tal y como ocurrieron en la realidad a tantas personas inocentes a manos de los ejércitos colonizadores.
Dando a Clare por muerta, Hawkins y sus hombres emprenden un viaje a la ciudad de Launceston con el fin de congraciarse con su superior y obtener una promoción prometida tiempo atrás. Sin embargo, el viaje a Launceston supone varios días de caminata a través de un peligroso bosque por el que fácilmente podrían perderse o encontrar su fin a manos de bandidos o indígenas que viven esperando la oportunidad de vengarse de los colonizadores que les han arrebatado sus tierras y acabado con sus familias. Mientras tanto, en la cabaña, Clare vuelve en sí y observa horrorizada los estragos de lo ocurrido la noche anterior. Luego de enterarse de la ruta tomada por Hawkins, convence a Billy (Baykali Ganambarr), un guía aborigen, de acompañarla por el bosque con el fin de encontrar al teniente y sus soldados y vengar el trágico fin que recibió su familia.
A continuación inicia el que será un muy duro viaje de venganza en donde la directora mostrará con todo realismo la serie de actos inhumanos cometidos a los pobladores del lugar. Mientras Clare y Billy avanzan por el bosque, pisando los talones de los agresores y conociendo lo que han tenido que sufrir los pueblos originarios, se genera en ellos una empatía ausente entre los propios miembros de sus tribus y familiares. Los colonizadores se han encargado, durante años, de sembrar odio, de violar mujeres, de asesinar niños y ancianos y acabar con cuanta muestra de cultura original identificara a los pueblos. Su odio ha generado más odio entre los invadidos, y la sed de venganza, recelo y ciega violencia en cada uno de los pobladores que van encontrando a su paso, hacen del viaje una constante amenaza de muerte.
Jennifer Kent desarrolla, a través de secuencias muy gráficas y especialmente violentas, la impotencia y el dolor por el que han tenido que pasar todos los pueblos que se han visto invadidos en aras de la llegada de la modernidad y la civilización. Su tesis pareciera ser una profundamente ominosa: en el mundo no existen peores monstruos que los seres humanos, y la historia moderna está construida sobre los más inhumanos, perturbadores y crueles momentos de horror que la especie humana es capaz de cometer.
Es necesario reconocer la extraordinaria actuación protagónica de Aisling Franciosi. La construcción del personaje y los estrujantes momentos que atravesará durante su viaje, vuelven a cada minuto más difícil ser testigos de su odisea. Después de vivir el más espantoso de los horrores al ser atacada por los soldados, se nos muestra que tal vez lo peor todavía no ha ocurrido. El proceso post traumático por el que atraviesa Clare es un infierno en el que a ratos, la joven pareciera guiada por la furia más ciega posible; en otros, la vemos inmersa en una especie de insensibilidad hacia todo lo externo, como si su deseo de venganza la volviera inmune a cada brutalidad vivida en su viaje a través del bosque, el que a cada momento se muestra más presente y amenazador. Y por último, se nos muestra presa de un miedo y una vulnerabilidad que consigue traerla de vuelta a la realidad, humanizándola y mostrando que, lejos de convertirse en una asesina sedienta de venganza, Clare es una mujer que a cada instante sufre, teme y duda, a pesar de todo el odio y dolor que lleva dentro. Actriz y directora consiguieron un personaje sumamente complejo y provocativo, que en cada cuadro transmite a los espectadores una tristeza difícil de tolerar.
Fotografiada en formato académico, el encuadre pareciera cerrarse sobre los personajes hasta conseguir volverse de un claustrofóbico casi insoportable, a pesar de desarrollarse en espacios abiertos y bellamente fotografiados por Radek ?adczuk. En todos los aspectos, “El ruiseñor” es una película exquisitamente realizada, con imágenes que contrastan con lo violento de su propuesta y lo atroz de sus secuencias. La visión de la directora es muy arriesgada, sin embargo se agradece que la lleve a la pantalla tal como fue concebida, sin buscar la aprobación fácil o comprometer su propuesta volviéndola más amable y haciéndola perder identidad.
No es común ser testigos de la realidad histórica con toda la crudeza con la que ocurrió, y sin duda “El ruiseñor” es una cinta que no será bien recibida por todas las audiencias. Pero mientras el cine y sus autores se sigan atreviendo a viajar a los lugares más oscuros de nuestra historia, a aquellos que no queremos reconocer y nos hacen apartar la mirada, el olvido no llegará para los miles de pueblos ya desaparecidos bajo el peso de la modernidad. El cine es una herramienta que puede ayudar a que los gritos se escuchen, a alzar la voz y que su eco resuene y alcance cada rincón del planeta. Y mientras nos pueda seguir sacudiendo y llevándonos a reflexionar sobre nuestra propia historia, bienvenidas sean todas las propuestas autorales, por más difícil que resulte enfrentarse a ellas.