Por Pedro Paunero
Puesto que todos hemos sido creados a imagen y
semejanza de Dios,
Dios debe ser masculino y femenino a la vez
Credo fundamental de los “Shakers”
Nacida en el febrero bisiesto de 1736, fue la segunda de ocho hermanos. Su padre fue herrero, y su hermano, desde niño, su primer ferviente partidario, pues “allá donde fuera, William seguía a su hermana, lleno de adoración”. Vivía en Manchester, Inglaterra, y fue ahí cuando, a los doce años, Ann Lee (interpretada por Millie-Rose Crossley, de pequeña) escuchó la predica de George Whitefield (George Taylor), (cuyos seguidores eran llamados “Metodistas”, por seguir un método y una regla de enseñanza), que arengaba al pueblo desde las escalinatas de Christ Church, con ideas contrarias a la Iglesia Anglicana, a la que consideraba fría e intelectual, y cuya fe Ann deseaba alcanzar. La aversión de la niña hacia las relaciones sexuales surgiría en aquel tiempo, cuando descubriera a sus padres teniendo sexo por la noche. Ya mayor, Ann (interpretada por Amanda Seyfried), abandona la fábrica donde trabajaba toda su familia para atender la cocina de un hospital y, durante sus tiempos libres, poder asistir a las reuniones de los Wardley, devotos convencidos de que la religión auténtica se manifiesta como una experiencia interior. Fue durante una de estas reuniones que uno de los asistentes confesara haber espiado a su hermana menor, mientras se bañaba desnuda, y cayera arrepentido, en estado de arrobamiento, temblando de pies a cabeza y gritando, mientras el resto, sentados en círculo, atestiguara con los ojos cerrados. A este grupo, escindido de la religión cuáquera, se le conocería como a “los cuáqueros temblorosos” o “Shakers”. Impactada ante el culto, Ann termina aceptándolo sin reservas, y es en este donde conoce a Abraham Standerin, un herrero como su padre, con quien se casará tiempo después y a quien dará cuatro hijos, ninguno de los cuales sobrevivirá a su primer año, y que conoceremos a través de escenas que explicarían su falta de instinto maternal, como cuando intenta alimentar a uno de sus bebés sin amamantarlo realmente, sino sólo apretándose el seno y dirigiendo el chorro de leche hacia su boca, y cuyas muertes Ann atribuirá al pecado de ”haber yacido con su esposo”.
Las escenas de desnudo, en las que Abraham azota el trasero de Ann, confundiendo deliberadamente el flagelo con la práctica del azote erótico, parecen innecesarias, como aquellas de Carl Gustav Jung (Michael Fassbender), practicándolo con su paciente, Sabina Spielrein (Keira Knightley) en “Un método peligroso” (A Dangerous Method, 2011), una de las peores películas de David Cronenberg. Rompiendo la cuarta pared, la historia nos es narrada tiempo después de lo acontecido, se entiende, por parte de la tuerta Mary Partington (Thomasin McKenzie), la más fiel de sus conversas, con una voz serena, pero convencida, a la vez que los demás seguidores bailan y cantan detrás de ella, entre los árboles, en un ejercicio metaficticio de “testimonio desde el pasado”, para una audiencia futura.
Ann es convencida por Mary de dejar el hospital, donde es internada a raíz de su último parto, y volver a liderar la comunidad. A partir de entonces, con sus fieles envueltos en bailes y cantos, a modo de coreografías de salón (denominadas como shaking), la comunidad será perseguida, en una escena que nos remite a una redada policial de cualquier concierto de música rock, con los fans en plena histeria, como aquella escena de baile ritual, absolutamente dionisíaco, alrededor de una hoguera del concierto en Miami, que aparece en “The Doors” (1991), la película que Oliver Stone rodó en un distorsionado homenaje, y con nebulosa memoria, de la penúltima encarnación de Dionisos, Jim Morrison.
El dúo dinámico instituido entre Mona Fastvold y Brady Corbet como coguionistas, había dado frutos con la magnífica película “El brutalista” (The Brutalist), del año 2024 que, en aquella ocasión, fuera dirigida por Corbet, y que ahora vuelve a entregar una especie de portento de la puesta en escena con “El testimonio de Ann Lee”, que lleva como largo subtítulo la frase descriptiva, “O La mujer revestida por el sol con una luna bajo sus pies”.
La elección del género musical para contar la historia de un líder religioso no es nueva, se hizo antes y en concordancia con los gustos de la época, en “Jesucristo Superstar” (Jesus Christ Superstar, 1973), dirigida por Norman Jewison, que adaptaba la ópera rock de Andrew Lloyd Webber para una audiencia hippie, que experimentaba con los psicoactivos, y leía a Sartre y Kerouac. En cuanto a los arrebatos extáticos que describe, y que llenan la mayor parte de la trama, se los podría poner a la altura, en un ejercicio de cine comparado, con los que experimentan las monjas poseídas de “Los demonios” (The Devils, 1971), en la controvertida adaptación que hiciera Ken Russell de la novela The Devils of Loudun de Aldous Huxley; el bloqueo al temor de ser mordidos por serpientes venenosas, de los celebrantes del culto en “Holy Ghost People” (1967), cuyos miembros, integrantes de la comunidad pentecostal de Scrabble Creek, Virginia Occidental, manipulan las serpientes con las manos, en el documental de Peter Adair, y que la antropóloga Margaret Mead calificara como una de las mejores películas etnográficas de la historia, aunque después se arrepintiera de sus observaciones; las contorsiones que sufren los cuerpos de las muchachas, implicadas en el caso de los falsos testimonios de posesión, en “Las brujas de Salem” (The Crucible, 1996), en una película dirigida por Nicholas Hytner y adaptada por Arthur Miller, autor de la magnífica obra de teatro en que se basa e, incluso, la quebrantadura corporal de la instructora de ballet que interpreta Isabel Adjani, acuciada por un ser extraterrestre, en “Possession” (1981), la más célebre de las salvajes películas dirigidas por Andrzej Żuławski, el realizador del desenfreno, en una serie de películas que describen, todas, cuánto hay de semejante entre la experiencia mística y la supuesta posesión demoniaca, convirtiendo la experiencia en un hecho de naturaleza meramente humana, con bases acaso químicas y biológicas, acaso psicológicas, acaso en una interactuación entre ambas.
Durante su estancia en prisión Ann experimenta visiones, claramente explicadas por el hambre y la sed que padece, en las cuales “todo el mundo espiritual se despliega” ante ella, y en donde se le revela “la causa de todo sufrimiento” y el “misterio de toda la maldad”. Ve, también, a Adán y Eva en el jardín de Edén, y cómo desafían a Dios al cometer el acto carnal prohibido, y su expulsión consiguiente del jardín, mostrándole que “sólo hay una causa de separación entre Dios y la humanidad”, y esta es la fornicación, por lo cual los miembros aceptan permanecer célibes, para lograr, de esta forma, adquirir la fuerza espiritual para acceder a Dios. A partir de entonces los Shakers llamarán “Madre” a Ann, a quien se verá como encarnación del Cristo viviente, formulando una de las creencias esenciales del culto, al poner en posición de igualdad a hombres y mujeres como Mesías. Durante el juicio, después de su irrupción en Christ Church, donde declara que Cristo hablaba a través de ella, se recrea la leyenda donde se cuenta que Ann respondió en doce lenguas diferentes a los cuatro ministros de la iglesia, convenciéndolos de liberarla. De acuerdo con los textos anticipatorios de Whitefield, que previa la independencia americana, una nueva iglesia milenarista tendría que renacer en América. Ann acoge el llamado, para fundar su iglesia en Nueva Inglaterra. Así, el 19 de mayo de 1774, a bordo del Mariah, una nave que se caía a pedazos, el grupo de Ann parte de Liverpool a Nueva York. Durante la travesía se ven a punto de naufragar, cuando una tormenta arranca uno de los tablones del barco, y Ann promete que se salvarán, pues ha visto a dos ángeles sobre cubierta. Un golpe de ola devuelve al tablón a su lugar, tomando sus seguidores el hecho como un milagro. Apenas desembarcados al Nuevo Mundo, Ann se enfrenta a los tratantes de esclavos y convence, por su ingenuidad, a la Señora Cunningham, que vive en Broad Street, cuyas señas Ann le dice haber visto en una visión, de rentarles la casa por una bicoca, al ser una de las “elegidas” por una fuerza superior en su misión divina. A pesar de esto, apenas llegado, el grupo sufre su primera deserción en las personas de Nancy (Viola Prettejohn), sobrina de Ann y Richard (Jamie Bogyo), hijo de John Hocknell (David Cale), uno de los primeros conversos, que son sorprendidos teniendo sexo y separados de la comunidad, que se ve reducida a tan sólo seis miembros.
La película, situada en un estado de inestabilidad entre la solemnidad y la risa sardónica, según se vean las situaciones que presenta, vira decididamente hacia la comedia en las escenas que cuentan la leyenda sobre cómo Hocknell encontró el lugar elegido para establecer la comunidad. Después de tres días de viaje fluvial y orar con pasión, el índice derecho de Hocknell cobró vida, sacudiéndose independientemente como un gusano, apuntando al cielo y luego arrastrando al cuerpo de su sorprendido dueño a través del bosque, mientras era perseguido a toda velocidad por sus compañeros, a la par que iban cantando:
Estoy buscando
Me conducen
Está buscando
Lo conducen
Los ojos revelarán nuestro ideal
El Calvario compensado será…
De pronto, el dedo parece confundirse, y Hocknell se detiene, para que su brazo izquierdo sea esta vez el que se levante, su índice apunte a otra dirección, y comience otra carrera entre los árboles. Por fin, Hocknell, con el dedo apuntando al cielo, se desploma sobre la hierba, en un bello claro situado entre majestuosos robles. La causa que lleva a la separación entre Abraham y Ann ocurre una noche en la cual él, después de soportar seis años de abstinencia sexual, cree convencer a Ann de tener sexo, pero para ella sus “instintos naturales han muerto, por amor a Dios”, por lo cual Abraham toma “por esposa” a una prostituta, delante de Ann, cuya fe no se quiebra, y se ve reafirmada cuando es trasladada a la comunidad de Niskayuna donde, según Ann, las personas llegarían “como palomas”, a escuchar el evangelio. Aunque no llegara nadie. El dinero, que Hocknell había dedicado para arrendar dichas tierras, escaseaba, y apenas podían pagar a los jornaleros, a quienes Ann convence de convertirse, siendo William el encargado de salir a predicar al mundo, y ganar conversos. El 19 de mayo de 1780, William observó un raro color que oscurecía el cielo. Convencido de la próxima Segunda Venida, predicó ante un pequeño grupo de colonos. Este raro acontecimiento histórico, que se ha denominado como el “Día oscuro de Nueva Inglaterra”, continúa siendo un enigma astronómico, aunque en la película se plasma como un simple eclipse que no basta para explicar la intensa oscuridad “como la noche”, que cayó sobre todas las cosas, obligando a las personas a usar velas, aunque el sol seguía brillando en el cielo. Se ha querido ver, como una posible explicación, a la de un incendio devastador que, no obstante, no se ha localizado en las crónicas de la época. De esta manera, bajo el canto que dice: “Amo a la Madre, amo su proceder. Amo su evangelio, preceptos que obedecer”, con sus propias manos, talando árboles, levantando muros, sembrando y cosechando, limpiando, cocinando, evangelizando y sobre todo, bailando, se levantó la comunidad Shaker utópica de Niskayuna, como una Nueva Jerusalén, con su Mesías femenino como figura central y un árbol radiante “de profundas raíces”, como emblema de su fe. Sufriendo persecución, encarcelamientos y golpizas -en una de las cuales Mary Partington perdería el ojo-, tras la muerte de William, Ann Lee muere a los 48 años, reuniéndose por fin con sus cuatro hijos fallecidos.
Qué valiosos tesoros,
Reservados para los sabios.
Qué valioso su precio,
Qué glorioso el premio.
Mucho más brillante que los diamantes,
Que adornan a los príncipes.
Más riqueza que la que un rey
Puede otorgar.
Son los hermosos tesoros,
Hermosos tesoros.
Aunque la bellísima, y profundamente conmovedora, película de Fastvold se trate de una experiencia que hay que ver y, sobre todo, escuchar para creer (la música y canciones fueron compuestas por Daniel Blumberg, habitual de Fastvold y Corbet), con su mirada a veces comprensiva, a veces irónica pero siempre respetuosa y, ante todo, que se niega a juzgarlo, para el caso de la Ann Lee histórica y de su fervor, habría que preguntarse cuán lejos queda este de la “experiencia del éxtasis” dionisíaco (al cual se accede a través de bebidas embriagantes o psicodélicos), y qué tan cerca está de la vulgar histeria colectiva.
Nota final. En 1840, la secta Shaker alcanzó su pico máximo, con 6 mil creyentes en el culto. Para julio de 2025, fecha en que se terminó de rodar la película, sólo quedaban 2 creyentes.

